La entretenidísima (e impersonal) serie de “The Flash”
La multitud puede pensar que The Flash es un super héroe relativamente actual, pero nada más lejos de la realidad. En plenos años 40 ya era protagonista de dos cómics y, por si fuera poco, fue el primer super héroe en tener un poder en concreto en vez de varios, al contrario que Superman, símbolo heroíco de aquel momento.
Creado por Gardner Fox y Harry Lampert el ‘heroe más rápido de la tierra’ tuvo varias personalidades, empezando por Jay Garrick (considerado el original, con su casco metálico), Barry Allen (probablemente la encarnación más popular del super héroe y protagonista de la serie que hoy nos ocupa) y Wally West, el Flash de la edad moderna y sobrino de Allen. Si hay un fuerte (más allá del comedido éxito moderno de Flash más allá del logo) en el veloz super humano ese es su galería de villanos, trabajados y estudiados para dar juego a las historietas y es que, al igual que en Batman, pero no así con otros personajes de cómic, hay una razón aparte más allá del icono veloz para seguir sus historietas en cualquiera de los formatos que nos proponen.
Parece patente que, cinematográficamente hablando, en DC Comics no han sabido sacar el potencial a sus propios personajes, a pesar de haber reinventado la película de super héroe como concepto en dos ocasiones, una con la obra maestra de Superman que realizó Richard Donner en 1978, y luego con el Batman de Tim Burton en 1989. Tras ello ha habido una especie de limbo posterior a la explotación de sus héroes en el cine. Si bien en la hinchada -pero meritoria- trilogía de Batman de Christopher Nolan se exploraba la perturbada mente tras el héroe con éxito, en el Superman de Brian Synger apenas se pasaba del suficiente con un ritmo aplomado y un par de escenas para el recuerdo, lo mismo ocurría con la siguiente aproximación cinematográfica del “hombre de acero” (esta vez con el más que interesante Zack Snyder), más oscura que la anterior e intentando acercarse a la trilogía de Nolan en modo, forma y concepto sin demasiado éxito. Snyder olvidaba que Superman es luz y esperanza y entregaba a un esforzado personaje que valoramos pero que no nos apasiona ni nos deja marca. Donde hay que aplaudir a DC es en el terreno de la animación, con una serie de lagrometrajes en su mayoría notables como el Green Lantern encarnado por Ryan Reynolds o la serie de Wonder Woman finalmente no realizada mejor ni hablamos.
Los más bisoños no recordaran que The Flash ya había sido una serie de televisión a principios de los noventa (y dos películas que no eran más que el piloto y otro corta y pega similar) y que no estaba mal, con lo que tampoco se puede decir que DC, o en este caso The CW, estén arriesgando en exceso. Parecía claro que tras el desigual resultado de la mayoría de largometrajes estrenados en cine de la editorial americana había que hacer algo para llegar al GRAN público (e intentar competir con Marvel) e iconizar aun más ciertos personajes necesitados de un empujón, y la mejor solución pasaba por hacer una serie en el mejor momento histórico para ese formato televisivo.
Tras ocho capítulos en el momento en que tecleo estas palabras podemos sacar ciertas conclusiones objetivas: The Flash responde al tipo de serie donde los personajes no tienen una profundidad más allá del mínimo exigible, apenas hay dobles lecturas, referencias culturales ni escenarios o paisajes que se nos queden en la retina. Nadie espera que la serie del veloz super héroe tenga rasgos en común con Breaking Bad o True Detective, no estoy diciendo eso, sólo que tiene la misma carencia de personalidad que “Arrow”, donde desde el diseño de vestuario (más allá del traje del super héroe) a los roles de cada personaje son meramente funcionales y básicos, sin llegar a ser vergonzosos eso sí.
Pero The Flash tiene grandes puntos fuertes, sabe lo que quiere y a donde va, no tiene miedo de repetir estructuras y ofrece lo que al fin y al cabo la gente espera de ella: una sencilla mini película de super héroes de 45 minutos. Con un esquema similar en todos los capítulos (hasta el momento) la serie funciona de manera esquemática: Aparece un super villano en Central City, Flash no sabe como enfrentarse a él y en S.T.A.R. (laboratorio de inverstigación cientifica y tecnológica avanzada donde las chicas van con tacones) le ofrecen al héroe la manera de enfrentarse.
Es precisamente esa estructura uno de los aciertos de la serie, básicamente supone un escaparate de presentación y explotación de la colección de villanos clásicos del héroe de DC y, en segundo lugar, porque respeta el esquema de introducción, nudo y conclusión. Esta básica regla que parecen cumplir sirve para que tanto los fieles como nuevos espectadores puedan disfrutar plenamente de cada autoconclusivo capítulo a modo de mediometraje y para captar nuevos adeptos con cada entrega semanal. Y sí, hay una macro historia principal en “The Flash” y su justificada obsesión con averiguar quien fue el verdadero asesino de su padre (interpretado por John Wesley Shipp, protagonista de la serie de 1990) pero no influye en el disfrute de cada capítulo como historia individual.
“The Flash” es efectiva en su sencillez, se acerca a la nueva franquicia de Spider-Man en el cine en ciertos detalles y ofrece un placer certero de menos de una hora que sacia el apetito super heroíco mientras esperamos a los estrenos en gran pantalla de Marvel y DC. La falta de pretenciosidad se convierte en honestidad y aprovecha el rendimiento de los enemigos, aparte de para compensar el poco carisma del actor protagonista, como una de las grandes razones por las que ver la serie.
Barry Allen vuelve semanalmente a la televisión tras catorce años y lo hace con acierto, cada capítulo mejora al anterior en guión diversión y complejidad y cada septenario nos quedamos con ganas de más minutos de hiper velocidad, ceñido uniforme rojo y peligrosos enemigos. The Flash no es perfecta pero tiene algo que valoramos: sabe y huele a cómic y no se averguenza de ello.
JD Romero