PUÑETA, la Españeta (Lixiviada)
Por David Rodríguez, @davidjguru
Quiere el azar, la casualidad o las sincronicidades de Jung que hoy tenga sobre el escritorio dos trabajos que necesito relacionar o tal vez sea que el escaso sentido del que dispongo desea vincular de manera directa. La neurosis -esa cárcel de la que siempre termina siendo necesario escapar- me impide avanzar con otras tareas o dedicarme a otras cosas hasta que no le dé una salida a estas ligazones locas que os prometo, se producen en mi mente.
De un lado, tengo “Puñeta, la Españeta” de Carlos Rojas (Flor del Viento, 2000), pendiente en mi lista de lecturas desde hace al menos quince años y que por gracia de un pequeño mercado ácrata pude encontrar usado a precio ridículo hace unos días. Esta obra tardía de Carlos Rojas, junto a “Despiadada memoria”, (Flor del Viento, 2002) tal vez la gran despedida inadvertida del autor catalán ya fallecido, siempre preocupado por los mismos puntos cardinales en sus trabajos: las personas, los sueños, las sombras y el tiempo, articulados normalmente a través de conversaciones cruzadas, reales o imaginarias entre los vivos y los muertos encontrados lejos del tiempo y el espacio tal y como los apreciamos en nuestro plano de la existencia.
Fue Carlos Rojas un novelista y ensayista complejo pero a la vez predecible, narrativamente apasionante, en trabajos desde donde solía abrir matrices de relaciones y vínculos intentando dar interpretación a figuras que parecieron obsesionarle desde sus inicios hasta su final: el arte y la destrucción de la razón bajo la forma de las guerras, de la guerra, que parece ser siempre la misma pero cambiando de localización. Ha sido así como Carlos Rojas se abrió un lugar construido sobre las ruinas del pensamiento mágico, con su propia metafísica para identificar locura y guerra, sobre el trauma fundacional que parece ser en su vida (y la de muchas personas más, demasiadas personas) la guerra civil española (Rojas había nacido apenas ocho años antes del inicio del golpe de estado contra la República).
Del otro lado tengo “España Lixiviada”, de Ignacio Murillo ‘Furillo’(Autsaider Cómics, 2019), también pendiente en mis listas de lecturas y que por suerte he podido resolver ya, de cara a actualizar y poner al día mi Furilloteca. Sobre el autor creo haber publicado todo lo necesario como para introducirse en él y su obra, precisamente aquí donde hace años ya le hicimos una entrevista (en 2014, siempre supimos leer el futuro) , le publicamos varias ilustraciones (pase, vea y disfrute) e hicimos algunas reviews de sus trabajos (“Nosotros llegamos primero“). ¿Qué más podría decir? de cara a actualizar la galería de anécdotas del autor, quisiera añadir una breve anotación reciente, ante la que no pude más que reírme a carcajada limpia y me terminó doliendo el pecho.
Déjenme que les cuente: tratando sobre su aventura espacial “Nosotros llegamos primero” (Autsaider comics, 2014) y preguntado y el autor por una de las páginas de su producción y candidata a ser una de las más célebres de la historia del cómic de este país, el insigne Furillo tuvo a bien explicar su origen a partir de una visión que experimentó durante una bajada de azúcar en sangre casi al borde la lipotimia. Por la glucosa hacia el arte.
Es dificil añadir algo más, salvo que como ya he propuesto varias veces los hispanistas serios deberían leer historietas de Furillo, escuchar canciones de Manolo Escobar y ver cualquier programa de variedades producido por José Luis Moreno si de verdad quieren capturar un espíritu específico, una esencia depurada, destilada -lixiviada, esto es- cercana al esencialismo gañán del que solemos renegar pero que a la vez nos sirve tanto -tantísimo- para poder justificar periódicamente tanto dislate.
Como decía, ambos trabajos se miran frente a frente y se sonríen con cierta complicidad. A ustedes, como les supongo más cerca de Furillo que de Carlos Rojas les contaré primero algunas cosas del lado izquierdo del tablero.
Rojas cifra su concepto de Españeta en esta obra a lo largo de diecisiete cartas muy personales emitidas a unos destinatarios con cierta importancia en el devenir de los tiempos de un país extraño. Incardinando el origen de su Españeta -al menos simbólicamente- a partir del ciclo de doce años que van desde “El baile de San Antonio de la Florida” (1776) [1] a “La gallina ciega” (1789)[2], ambas pinturas de Goya y las dos representando una curiosa costumbre, que Rojas inserta en la presencia psíquica de una crisis de identidad: los ricos vestidos como los humildes para disfrutar de actividades al aire libre.
No alucina precisamente Rojas al combinar crisis de identidad con la Españeta, ni tampoco al colocarla temporalmente en ese segmento: desde nuestra posición observacional de hoy mirando hacia atrás, escasa nación encontraríamos antes de los traumáticos decretos de Nueva Planta promovidos por Felipe V. Solo reinos, condados, señoríos que amargaron la existencia a Felipe de Antequera cuando llegó a Aragón para ser rey de algo que parecía ser sencillo, pero solo lo era en su cabeza.
Si además traemos a la mesa todo aquello que Villacañas ha aportado a la cuestión (“Historia del poder político en España”, RBA 2015) , definiendo el desarrollo de “España” como nación tardía, débil y con una serie de problemas endémicos, entonces el concepto se ancla y se amplifica: la crisis de identidad se cronifica, enraiza y por momentos se hace alocada, cómica, absurda y alienante. No hay leyenda negra porque por encima de la misma vuelve a haber otro fracaso en términos de la guerra de la publicidad y márketing de la época. Finalmente no habría salida o “Nadie se conoce”[3], como Goya sugiere en otra de sus creaciones, un aguafuerte dentro de sus caprichos casi en plena entrada del siglo diecinueve.
Hundidos entonces en la prosa metafísica de Rojas, es inevitable hacerse preguntas hasta el disloque, pues en las crisis de identidad fines y medios suelen confundirse y casi cualquier cosa podría terminar siendo una motivación. Recuerdo ahora una de las más interesantes definiciones de “Revolución”, ofrecida por Álvaro García Linera (intelectual progresista y vicepresidente de Bolivia durante los mandatos del presidente Evo Morales). En una entrevista concedida a un panfleto reaccionario con sede mental en la Meseta Castellana, definía el proceso revolucionario como un momento “en el que las identidades se licuan y la tolerancia que el pueblo le otorga al poder desaparece”. Desde luego la alegoría es brillante pero todavía cabe preguntarse si es posible mantener ese licuado de identidades congelado en el tiempo, inerme o bien si pudiese ser aprovechado para otro tipo de procesos, como una verdadera revolución pasiva (pongámonos bajo la advocación de Gramsci sin dudarlo) o simplemente para una revuelta de signo peligroso: cuando lo llevan a rastras ante Fernando VII que lo espera en un establo, Godoy -golpeado, vilipendiado y hasta acuchillado- se da cuenta de que aquel motín tiene poco de espontáneo y mucho de planificado y orquestado desde el poder, otro poder que ya no es el suyo ni volverá a serlo. No hace falta entonces tener demasiada imaginación para asimilar a cualquiera de los locutores habituales de ultraderecha con el Arcediano de Écija.
En esta obra tardía de su producción y a lo largo de unas cuatrocientas páginas Rojas le escribe a políticos, a profetas, a Picasso, Dalí o Lorca (sus constantes claves artísticas) pero también le escribe a ese carcamal (a decir del general de Gaulle justo tras la salida de su recepción en El Pardo), un proyecto de extraño monarca sin reino ni dinastía asociada (según las desajustadas e irreales propuestas que Carrero Blanco le lanzaba) con un trono asentado sobre demasiada sangre y muchos huesos en cunetas, el que acumuló más poder que nadie antes y posteriormente: Franco, jefe de estado y de gobierno a la vez. La figura del dictador no puede obviarse entre tantos conectores de los dos trabajos referenciados aquí, dado que como responsable del gran trauma último (por el momento) adquiere en ambos casos una importancia destacada: si Rojas lo sitúa al inicio de su índice – justo tras ajustar cuentas con el perjuro del último Borbón restaurado en el trono, el de las cacerías y las extrañas costumbres sexuales-, Furillo dibuja un busto del enmohecido autócrata justo en primera línea de su portada, entre un cenicero Cinzano, un rosario, una encíclica de Juan Pablo II y un casete de Locomía. Bueno, y delante de un enorme dildo de color marrón sobre el que planea alguna mosca, todo hay que decirlo.
Por las páginas de “España Lixiviada” discurren toreros con afán por la mutilación propia, folclóricas insalubres, horrendas cuadrillas de tertulianos radiofónicos a sueldo de la Conferencia Episcopal (que también cuenta con su propio apartado), el ejército, la mediología en la cara de los peores comunicadores ultraderechistas: Carlos Herrera, Jiménez Losantos, Iker Jiménez y todos aquellos que hacen hervir el caletre con ideas perniciosas, arriesgadas, incivilizadas o directamente nazis a nuestros sufridos pueblos que los escuchan con demasiada atención: la partitura de la intoxicación sobre el pentagrama del veneno, empuje casposo de la ventana de Overton buscando desplazamientos forzosos a posiciones increíbles. Una colección de retratos, unos “Caprichos” de Goya del sudor, las heces y la costra, bien listos para definir un marco interpretativo de lo que realmente no-funciona y siempre está listo para impedir que otras cosas tampoco lo hagan: que impiden soñar la vida -en resumidas cuentas- pero a golpe de reacción y carcundia, casi siempre con el Borbón comisionista de operaciones internacionales como secundario recurrente (él o su extraña progenie).
Nota al margen: Carlos Rojas se interesa por la traslación de que Franco solo respondiese “ante dios y ante la historia”, justo antes de que al Borbón comisionista le blindasen en la constitución del 78, declarándolo exento de responsabilidades y figura inviolable, lo que sería solo una extensión del modelo anterior. Pero todavía alucina más con que años más tarde, a mediados de 1996 la protección explícita al Borbón se ampliase fuertemente con el tercer apartado el artículo 490[4] y en el 491[5] del código penal, donde se describen bien los castigos por calumniar, injuriar al rey, sus ascendientes y sus descendientes, “incluso fuera de los supuestos previstos” [sic]. Volvamos rápido, el tiempo apremia.
¿Dónde volver? el otro día -sin ir más lejos- aparecía un vídeo de un miserable como Javier Cárdenas al hilo de su despido donde responsabilizaba del mismo… al presidente del gobierno. Más allá de que su dulcificado tono solo destilase una violencia constantemente a punto de estallar, una tensión muy agresiva, escasamente creadora, ahí tiene de nuevo la enésima teoría de la conspiración, pero adivinen quien se encargó de montar una semblanza de tan peligroso comunicador: Furillo. Tienen en este trabajo un buen resumen de la trayectoria profesional de este y muchos más embaucadores, dedicados a hacerle el caldo gordo a la ultraderecha.
Nada nuevo, pero igual de peligroso. Podría usted remitirse al poema “El mañana efímero”[6], de Antonio Machado, parte de Campos de Castilla (1912) y sentiría usted la supuración de la misma herida (las personas progresistas acudimos de vez en cuando a Antonio Machado como el fascismo, la reacción y la carcundia suelen ir puestísimos de Chesterton, que cada iglesia tiene sus doctores). Camine, que las moscas, ñordos, palillos de dientes y copas de coñac dibujadas por Furillo le acompañarán en el camino.
Infantas desnudas que se prostituyen, Froilanes que pretenden disfrutar de sus primeros años de Universidad, Borbones que acuden a robar donde puedan y sepan, obispos capaces de justificar cualquier burrada (y basadas en hechos reales, además). Podríamos tirar de cliché y frase hecha para decir que Furillo no deja títere con cabeza, pero es que además las cabezas que van cayendo una a una parecen ser testas reales o al menos, de mucha relación con el poder. Y esto es importante, que para reírse de los humildes ya están otros creadores. Usted merece algo más serio, algo más justo, más exacto.
Tal vez usted a veces baja el volumen de la televisión y de repente empieza a escucharse a sí mismo. Es posible también que en ausencia del fútbol y el LOLOLÓ (especial sobre Manolo el del Bombo en el trabajo de Furillo, por cierto) usted comience a hacerse preguntas: y tiene razón. Y no conocemos las respuestas o al menos fingimos no conocerlas para no hacer ver que nos aproximamos a las puertas finales de un pasillo del que sabemos ya dónde conduce. En cualquier caso, sus preguntas tienen sentido, tienen contexto: usted no está ensordecedoramente loco. Estos dos trabajos paralelizados en este artículo lo demuestran. Puede que no le ofrezcan respuestas, pero le harán reír y le confirmarán que sus cuestiones tienen sentido: existe un leviatán mítico viviendo bajo la capa helada del suelo y cuya cola golpea periódicamente el mismo, generando ondas sísmicas que se repiten, y se repiten, y vuelven a repetirse. Y alteran la conciencia y fracturan la consistencia de su espacio – tiempo. Es este el papel de la ballena maldita, esa Españeta que Carlos Rojas ofrece de manera articulada y Furillo dibuja, parodia, altera y describe. Tiene el espejo plano con imágenes reales y tiene el espejo curvo, con algo más de distorsión. Pero el material a partir del que proyectan es el mismo y es verídico: el tejido de la realidad se resquebraja tras el plató de Ana Rosa Quintana y a los palanganeros del sistema solo les queda la risa histérica previa a la agresión.
Por todo esto creo que puede valer la pena hacer el viaje con uno de estos trabajos a cada lado. Uno sirve para comprender los antecedentes, los marcadores históricos, los resortes del poder y las claves que van pre-configurando las características de la Españeta, una figura demente que de tanto ocupar el espacio de su versión razonada termina confundiéndose con el original, gemelo malvado que va poco a poco haciendo una vida más presente y completa que la de su equivalente normalizado, generandonos la duda constante sobre que versión estamos viendo en cada momento y además sin respuesta asegurada…otro sirve para observar los efectos finales y diarios de tanto dislate y desajuste, influencias reales y casos prácticos que tal vez (no estoy seguro de esto) conviene procesar desde el humor, la ironía y la parodia.
Un trabajo (el de Rojas) sobre las raíces y el tronco y otro (el de Furillo) sobre las ramas y hojas del mismo árbol, ese al que no sabemos finalmente que nombre ponerle o a que especie pertenece. Ese que brotó a partir de sucesivas filtraciones y residuos, esto es, desde la acumulación de Lixiviados.
Lixiviado (de Lixiviar)
“Líquido residual generado por la acumulación en vertederos de basuras y desechos provenientes principalmente de actividades humanas. Potencialmente tóxico.”
[1] https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/baile-a-orillas-del-manzanares/9a7fd0ca-37d4-40d5-8b1c-8d86394dd729
[2] https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/la-gallina-ciega/a490da25-de17-4936-8f29-3cb418ae6e0b
[3] https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/nadie-se-conoce/30167299-ecdc-4c46-8c5b-cfa725143b99
[4] https://www.conceptosjuridicos.com/codigo-penal-articulo-490/
[5] https://www.conceptosjuridicos.com/codigo-penal-articulo-491/
[6] https://www.poemas-del-alma.com/el-manana-efimero.htm