Entra Kann, el demonio magenta destructor de mundos
Por David Rodríguez, @davidjguru
Vaya por delante que yo no sé realmente quién es Victor Puchalski. No sé si existe o no, si es una invención, si en realidad es un señor de un pueblo de Cáceres o si es una experiencia colectiva tipo Luther Blissett (antes Wu-Ming). En esto de las ficciones no se sabe realmente dónde empiezan y dónde diantres terminan. Hay identidades que finalmente no son lo que parecen y la construcción es tan eficiente que realmente nos llega a distraer. Veo restos de datos por aquí y por allá, un poco por Facebook y algo por Twitter y alguien parece comunicarse desde allí. Podría ser él.
Podría ser un argentino de ascendentes judíos y emigrado a nuestras tierras o bien ese sargento de la policía de Nueva York de apellido polaco que se acoda al final de la barra esperando una última misión. Quién sabe. Hace poco ha dado una entrevista que por motivos de moral algo victoriana me niego a reproducir, así que solo daré el enlace.
Sea quién sea acaba de descerrajarnos un tiro en la cabeza y nos mantiene realmente aturdidos. Mejor dicho, se nos ha acercado por detrás, nos ha dado un puñetazo en las costillas, nos ha tirado al suelo, nos ha pateado y solo al final nos ha disparado. Ha venido a ganarse el respeto del barrio y no nos queda otra que entregárselo directamente, sin negociaciones. Puchalski no se anda con tonterías y nosotros tardaremos mucho en sacudirnos de encima el impacto que nos ha causado. No quiere hacer prisioneros. Enter the Kann.
Puchalski es una especie de contenedor de furia desatada que quiere arrasar con todo y cuando pase no vuelva a crecer la yerba. Es ese conquistador al que no le importa realmente llevarse nuestros recursos, solo desea que no nos olvidemos de quién es, cómo se llama y que sepamos a que atenernos si volvemos a pronunciar su nombre. Es una especie de fuerza de la naturaleza desatada decidida a no pasar inadvertida durante su tránsito por este mundo y las dimensiones que sigan después. Juega a esconderse detrás de otra identidad, pero algunos sospechamos que realmente está contando una historia que es su historia. La historia de Kann, que es realmente el relato de Puchalski contra el mundo.
Yo no sé que parte de verdad habrá en mi extraña hipótesis, pero me salva el trabajar constantemente con intuiciones más que con estructuras (¿Verdad maestro?), así que tengo la libertad de estas líneas para encontrar paralelismos o al menos manipularlos convenientemente como para que coincidan con las extrañas premisas que anoto: ciertamente no estoy hablando de un nuevo lanzamiento de cómic de autor, estoy trabajando con la historia de un dibujante desencadenado que nos ha terminado rompiendo el zen. Y para eso hay que tener un poder muy específico, muy concreto. Hay que dominar muy bien las técnicas de Kung-Fú necesarias, porque a Puchalski nadie lo esperaba en este Dojo y de repente ha roto todas las paredes de la estancia con su sola presencia.
Digo que lo ha roto todo y es cierto. Trae al mercado su nueva obra “Enter the Kann”, que aparentemente es la historia de un guerrero que domina el ancestral arte del Kung-Fú oscuro y que en cierto momento, ante la podredumbre del mundo, decide atacar a los siete maestros que dominan ese estilo de lucha y camina para eliminarlos uno por uno, buscando a esos inmortales en cada uno de los reinos en los que habitan, sea en la tierra o no, sea en nuestra dimensión o no, simplemente para destruirlos y arrebatarles el lugar que le corresponde como maestro único y absoluto de su legendaria técnica. Kann es una bestia malvada, un monstruo asesino y un agente del caos que en una interpretación de finales del milenio solo puede tener como ocupación la de alto empresario de un gran grupo industrial transnacional. Siempre certero el Puchalski. Pero tras su fachada habitual se esconde una misión que solo al final de la obra se nos revela: un adorable padre de familia y leal esposo que ha decidido arrasar el mundo conocido (The way we were). Abandona familia e hijos y se lanza a confrontar uno a uno a esos dioses ocultos de las artes marciales y la lucha para destrozarlos. Aunque le cueste dolor y sufrimiento, aunque llegue a derramar lágrimas o a la edípica fase de asesinar a su propio padre. No importan los detalles si no son visuales, porque del resto a nivel de verbalización tendremos que encargarnos nosotros.
Kann – Puchalski se encargan de mostrarnos, enseñarnos, hacernos observar…y nos abandonan a cualquier interpretación, que es trabajo exclusivamente nuestro. Se han roto muchas reglas aquí y entre ellas podría estar la de la articulación elemental de un cómic: las barreras de lo clásico se funden en una aventura total, asimétrica, lisérgica, multi-forma y llena de acción. Todo son estampas de estructura, ritmo y colores variables. Todo termina siendo una apuesta parcial que en cada capítulo deconstruye un estilo, una narrativa, una estética, una escuela gráfica. Cada página de la obra resulta una lámina perfectamente reproducible por si sola, para imprimir y enmarcar.
Cada paso es una creación aparentemente inconexa pero llena de intertextualidad para quien quiera mirar fijamente. Además Puchalski / Kann no numera las páginas, nos condena a tener que hablar del momento de la historia sin posibilidad de darnos referencias numéricas. Todo es una trampa muy bien tendida y orquestada por los Mavericks de Autsaider Cómics, siempre dispuestos a editar a extranjeros sin referencias en castellano o a jóvenes talentos del terruño suficientemente locos, pero esta vez se han pasado. Se han lanzado con el coche contra una pared y van sin frenos. Este tipo no es un joven con talento simplemente, este autor es un loco peligroso que quiere ser un virus para nuestro cerebro. Puchalski no es Puchalski, es Kann.
La obra no resiste la búsqueda de similitudes en lo que podríamos llamar un desapasionado análisis. Tomándola en frío con la distancia suficiente parece quedar claro que Kann / Puchalski viene a ajustar cuentas. ¿Con quién? Podría ser consigo mismo, por lo que usa unas referencias que empiezan a quedar clara en esta y en el breve lanzamiento anterior (The Heavymetal Lords of War, comentada anteriormente aquí en CIBASS): subcultura pop, másters del Universo, el uso de una masculidad hipertrofiada e hipermusculada, testosterona de baratillo que por exceso alcanza lo cómico. Podría también ajustar cuentas con sus propias referencias, puesto que en realidad, mientras Kann combate a los siete maestros Puchalski también lanza su Kung-Fú contra siete maestros del dibujo y la historieta que él y solo él ha elegido: toma sus estilos, los deforma, los manipula, los ataca y los termina dominando como un salvaje lleno de técnica y la cabeza llena de saltos conceptuales. Reta a ciertos estilos del manga, a Jack Kirby, a Frank Miller, a Paul Gulacy (lo que apunta indirectamente a Benjamin Marra) y castiga el hígado del más sucio fanzineo.
Pasa por siete estados donde hace converger a todo su background referencial y estílistico y de las siete pruebas termina saliendo airoso a lo largo de nueve capítulos totales que manipulan la forma, la función, el ritmo y el tono en explosiones continuas de color y estructura. Y también está ajustando cuentas con todas nosotras, lectores a los que nos retira el derecho a olvidarlo en cuanto queramos. Cuando termina el combate, nos ha dejado KO también a nosotros como público. Tendrá que dar cuenta también de sus propios modelos y metamodelos de ciertos universos femeninos que arrastra consciente o inconscientemente a su obra, que ya es su legado, pero el desguace de esas partes lo dejaremos para cuando ya se haya constituido en una leyenda como dibujante, con lo que podremos arañar su estatua en un futuro.
De momento, sigo dándole vueltas y más vueltas a Enter The Kann, que ha conseguido quitarme el sueño y por el camino, tensarme suficientemente al hacerme demasiadas preguntas a mi mismo.
Maldito Puchalski, malditos los de Autsaider Cómics. Lo han vuelto a hacer.