Amanecer Rojo ¿Qué harías tú, en un ataque preventivo de la URSS?
Por David Rodríguez, @davidjguru
En la primera mitad de la década de los ochenta se abrió la espita del cine de acción protagonizado por héroes valerosos y recios que combatían el comunismo con mano dura y machete dentado, como correspondía a tamaña amenaza sobre la libertad y los valores del mundo libre, el libre mercado y esto y lo otro.
El American-way-of-life estaba en peligro y no había suficientemente testosterona como para vencer al imperio del mal que venía del Este. Esta es la historia de la película más dislocada del Reaganxploitation, dirigida por un Walter Sobchak pasado de rosca que tras el éxito de “Conan” se embarca en la producción más arriesgada de toda su carrera. ¿Héroes para matar rojos? él podía hacerlo mejor. ¿Defender los auténticos valores de los EEEUU? Aficionados. En los tres años que pasaron entre el estreno de “Rambo” (First Blood, 1982) e “Invasión USA” (1985), un enorme y polémico John Milius curtido en guiones para Harry el sucio se jugaba su credibilidad como cineasta con una arriesgada apuesta para darle la contrapartida al cine dulce de adolescencia y aventuras: aquí no habría baile de final de curso con ponche adulterado ni bromas al decano. Solo camaradería, muerte y armamento.
El manual de supervivencia para la juventud rural antes del Tea Party: Amanecer Rojo (Red Dawn, 1984).
Dicen su biógrafos que una de las obsesiones vitales del complicado John Milius es hacer una película sobre Genghis Khan y el imperio mongol, y que espera que la vida le conceda tiempo de descuento tras sus problemas de salud como para poder afrontarla. Genio y figura, ha ido dejando trazas de su fijación a lo largo de su obra. Red Dawn es una muestra de ello. Tomemos la secuencia inicial de la película: un profesor de instituto le está explicando con mucha intensidad a sus alumnos cómo se producía la carga de un ataque mongol con todo lujo de detalles y de repente se desencadena el caos, ruido de tanques y disparos. Al salir del aula (decorada también con dibujos y carteles de Genghis Khan por cierto) para ver que ocurre, unos militares extranjeros tirotean al profesor que cae fulminado al suelo en el pequeño clímax bizarro de este opening: armas en institutos nunca terminan bien. Pero esto es el cine y aquí se desata la locura que impregnará toda la película. Comienzan 114 minutos de puro dislate: coger un “What If” bastante original y retorcerlo hasta hacerlo insustituible (de su remake de 2012 ni siquiera hablaremos).
¿El argumento? bastante sencillo y muy jugoso: la Unión Soviética en combinación con Cuba y Nicaragua (el tridente del mal en los 80, China era muy amiga de EEUU en aquella época) invaden EEUU en un ataque combinado por el norte y por el sur para doblegar al enemigo imperialista y llevar la guerra hasta el vientre de la bestia. Los Estados Unidos están a punto de caer bajo la amenaza roja pero un grupo de valientes se resiste organizando una guerra de guerrillas algo peculiar: de tan estadounidenses que son se olvidan de cargar agua en la furgoneta en la que escapan y solo llevan latas de Coca-Cola. Los rebeldes visten con chaquetas universitarias y gorras de Star Wars. Dios mío. ¿Puede haber algo más USA que eso? todo son objetos y recursos de mercadillo que no aguantarían el paseo comentado de Jess Franco. Y ahí están los tipos (The Wolverines), plantandole cara a malvados generales con mostacho (que solo pueden ser muy malos) y cazando ciervos con arcos y flechas para sobrevivir.
Por el camino lloran mucho, pero sin demasiada credibilidad, así como muy cutre. Hay que entenderlos: han perdido a todas sus familias y han de ir a buscar al padre de los hermanos protagonistas. Dura misión.
Esos protagonistas son Patrick Swayze y Charlie Sheen, y su padre es el inolvidable Harry Dean Stanton, ese Luis Ciges de la Nostromo al que le asignan un conjunto de frases que podrían ser las más ridículas de la película cuando le hacen decir aquello de “no podemos permitirnos las lágrimas de ahora en adelante” (que parece una petición al espectador muy explícita para que aguante estoicamente hasta el final de la película) y así se despide de sus hijos en el campo de reeducación mediante el trabajo que los malvados comunistas han instalado en los terrenos de un autocine. Hala, las empalagosas parejas románticas del cine a picar piedra para mayor gloria del socialismo y Milius sin quererlo (y seguramente sin saberlo) coincide con Noam Chomsky al construir su particular mensaje de antipolítica modelada sobre la traición del alcalde del pueblo convertido en delator y chivato de los soviéticos. El lingüista de Filadelfia ya dijo que Ronald Reagan y Bush serían los primeros colaboracionistas en caso de una invasión de la URSS; sus personalidades sociopáticas los hacían inmorales y adaptables en cualquier situación. ¿Querías denostar a los políticos, Milius? pues son los tuyos. Chúpate esa.
Los escenarios tampoco corren mejor suerte: desfiles con estandartes soviéticos que pretende convertir las calles de Calumet (Colorado) en una plaza Roja de baratillo. Carteles de Lenin por las calles. Misiles. Tanques. La tercera guerra mundial empieza en una ciudad minera del interior de Estados Unidos y saber que “La batalla de Argel” (La Battaglia di Algeri, Gillo Pontecorvo, 1966) fue una de las inspiraciones para rodar esta película solo hace que nuestras carcajadas sean lanzadas hasta la estratosfera. No se la pierdan. Y si ya la han visto, revisítenla. No hagan caso a los comentarios negativos que se ven por ahí.
Arrecian las críticas exhaustivas a la película por su talante ideológico. Filmaffinity se deshace en elogios cuya forma más amable es “fascista”. Todos se enfadan mucho. Todo se vuelve más loco.
Parece que la ideología en el cine solo nos molesta cuando es visible y material, casi tangible. Pero no vemos a nadie quejarse cuando la administración pública interrumpe la actividad empresarial de un grupo de emprendedores indocumentados y lo público carga así con la responsabilidad de un desastre multidimensional en plena Nueva York. La intervención estatal crea monstruos en el cine USA pero “Los Cazafantasmas” es un mito del cine de entrenimiento y Red Dawn es propaganda ultra-derechista. ¿Cómo es posible? si ambas están manejada por la misma cadena de anti-valores…
No es justo. Las dos son propaganda. Ambas son comedias. Pero Amanecer Rojo es mejor.
Red Dawn es un sinsentido majareta, pero no por las razones atribuidas habitualmente en cuanto a que resulte o no un panfleto visual de corte derechista. No podemos olvidar que la industria del entretenimiento es una de las más peligrosas ya que se nos presupone una necesidad de evasión cuando acudimos a ella y se entiende que estamos con la guardia baja, con los filtros desactivados y normalmente nos hemos quitado las gafas de teorizar de cerca. Amanecer Rojo tiene épica cutronga, frases de vertedero, interpretaciones penosas (salvo Harry Dean Stanton), metáforas racistas (el enemigo sureño de piel oscura y bigote que entra por la frontera sur, es decir México), apología del militarismo rozando la Sci-Fi, llantos y dramas personales indolentes, banderas USA y soldados soviéticos obesos que parecen haber sido sacados un momento de la oficina de la productora para ir a rodar un rato. Tremendo.
Todo el día andamos masticando ideología, pero cuando nos ponemos una película o una serie así, casi siempre es un atracón cercano a lo indigesto. Ok. ¿Pero quién no se ha pasado algún día y se ha dado un atracón de pizza? “Red Dawn” es esa cerveza de más, esa copa que mejor no haber tomado, esa calada final que sobraba. Pero dios, con que intensidad la tomamos ¿eh?.
John Milius -genio y figura- sigue defendiendo su película y explicando que fue injustamente tratada tanto la obra como él mismo (argumentaba que fue incluido en una ficticia lista negra de Hollywood para directores librepensandores, LOL). El tipo en sus desajustes nos trolea con esta película de guerra de bolsillo auténticamente desastrada que curiosamente, fue material de obligado visionado en escuelas e institutos del país de la libertad. Puro material didáctico para las futuras generaciones.
El cine es ideología y una mala distopía la tiene cualquiera.