Conan de John Milius, un clásico bárbaro

Por Toni García Ramón, @tgarciaramon

Suena la impresionante banda sonora de Basil Poleudoris (inspiración de Jerry Goldsmith en su popular trabajo para Desafío total) y en un pueblo de cimerios arde Troya. Thulsa Doom, personaje interpretado por James Earl Jones (no olvidemos, la voz de Darth Vader en Star Wars) llega al lugar a sangre y fuego, se ventila a la aldea, viola a las mujeres, destruye campos y casas, y luego –para acabar de arreglarlo– decapita a la madre del único superviviente, un niño de corta edad (Jorge Sanz… Sí, Jorge Sanz).

CIBASS Conan el Bárbaro

 

Luego el chaval, Conan, es vendido como esclavo y encadenado a una rueda para que pase allí el resto de sus días. Naturalmente, el niño crece para ser una bestia parda: un salvaje de dimensiones épicas para el que matar es una costumbre. Dedicado a viajar de aquí para allá y aficionado a los líos, si una cosa tiene entre ceja y ceja es encontrar al tipo que puso su vida patas arriba y mandarlo al infierno.

Así, a grandes rasgos, podemos describir Conan el Bárbaro, la obra maestra de John Milius que puso en el mapa a Arnold Schwarzenegger. Milius, un machista dado a las posiciones políticas radicales (cuentan que cuando se produjo el golpe de estado del 23F y la Guardia Civil fue a parar el rodaje del filme en Almería, el realizador les recibió con champagne) era también un cineasta de talento descomunal: de su pluma salieron los guiones de Apocalypse now y Harry el Sucio, el soliloquio de Robert Shaw en Tiburón hablando de la tragedia del Minneapolis o películas como El viento y el león, El juez de la horca o El gran miércoles.

CIBASS John Milius

Con Conan el Bárbaro, Milius realiza su obra seminal, la génesis del cine de tíos que antes había testado con personajes como el mencionado Harry el Sucio. Conan es la sublimación del antihéroe vengativo que marca una línea roja en la obra del director y demuestra que su obsesión por el rol de la (hiper-)masculinidad (entendiendo al macho como un señor con un sentido de la justicia que se rige por reglas sencillas: “Lo mejor de la vida es aplastar enemigos, verles destrozados y oír el lamento de sus mujeres”) genera monstruos cinemáticos de vocación duradera.

Las brujas, los ladrones, los asesinos y, en general, esa época entre el medievo y la edad de hierro en la que se sitúa el filme y que adapta la obra de Robert E. Howard (el creador del cómic original) se revela el circo perfecto para un director con mano de santo para los diálogos y la dirección de actores (baste ver a Schwarzenegger y su comodidad frente a la cámara ) y absolutamente magistral en las escenas de acción y en la creación de esa atmósfera donde la magia (negra) campa a sus anchas. Por si fuera poco los apuntes de comedia están encajados con precisión (Conan dándole un guantazo a un camello o la sesión de sexo en casa de la bruja) y la narración es de una agilidad desarmante.

CIBASS John Milius con Schwarzenegger en el rodaje de Conan

Ahora bien, si Conan es un clásico del tamaño de Schwarzenegger es por su condición de película de aventuras con todas las letras, casi como una película de Michael Curtiz, un Robin Hood con esteroides pasado por el tamiz de un director que hacía “cine de hombres” (según feliz definición del actor Sam Elliott, amigo del director) y cuya huella es visible aún en ese género de machos alfa donde circulan justicieros, policías, detectives privados, mercenarios, mafiosos y tíos duros en general: el mundo de John Milius.

 

 Toni Garcia Ramón


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