Captain Fantastic: cárcel y síndrome de Estocolmo en el paraíso
Por David Rodríguez, @davidjguru
La cárcel es una prisión aunque en lugar de muros de hormigón y rejas de metal tenga cabañas de madera y ríos. El lavado de cerebro es puro brainwashing y lo sigue siendo a pesar de que venga en forma de condicionamiento familiar articulado desde la visión desquiciada de un padre cargado de (aparentes) buenas intenciones. Estas fueron esencialmente mis primeras preguntas durante las escenas iniciales de Captain Fantastic (Matt Ross, 2016) y pueden dar fe de ello las personas que me acompañaban en el visionado. Llegó un momento de la cinta en la que me estaba diciendo a mi mismo: “Eh, ¿pero que estoy viendo realmente? ¿esto de que va?” y así hasta terminar su excesivo metraje.
Yo no tenía información significativa sobre la película. Sabía que venía con un cierto hype, que había pasado por varios festivales cinematográficos con nominaciones y premios (uno en Cannes al director) y que andaba por una gala de los Oscar 2016 muy dominada por productos que parecían independientes (Moonlight, me gustó mucho). Poco más. Pero de repente demasiadas personas estaban haciéndome puntero a la película. Por lo visto tenía que verla, había algo en la película que tenía que gustarme. Aumentaban las recomendaciones personales para que la viera en base a algo progresista que parecía tener. Me resistí a Googlear nada. Fui directo y de frente a ella.
Para mi, la cuestión fundamental sobre la que gira mi visión de Captain Fantastic estriba en que desde el punto de vista del relato, se trata en realidad de una nueva trampa emitida desde el corazón de la bestia con una manifiesta intencionalidad alienadora. No es posible concebirla como una propuesta emancipadora o ni siquiera libertaria. No es útil como fábula, ni como cuento anti-sistema ni como resorte de claves o como caja de herramientas. No es realmente instrumental porque a decir verdad encalla en lugares comunes del cine del mismo tipo de aspiraciones y su último lugar-propósito es una mixtificación, allá donde debería alcanzar algún tipo de planteamiento esencial, de propuesta de valor, de una síntesis que sea capaz de apuntar a una salida posible, ahí es justo donde nos asomamos para intentar separar lo útil de lo accesorio y sin embargo tras el bateo no ha quedado casi nada útil dentro del cedazo: el tamiz no arroja resultados. ¿Qué está ocurriendo realmente? en cierta manera, Captain Fantastic funciona con la misma receta que otras películas de Hollywood a la hora de proponer una confrontación entre modelos sociales diferentes: cuando confronta, Hollywood suele elegir los modelos más desajustados; cuando opone, la búsqueda de la hipérbole se encarga -es de suponer cierta voluntad alienadora- de trabajar con modelos alternativos que realmente no pueden serlo, excluyendo la posibilidad real de ofrecer algo de valor real a la tensión creativa constante que pueda llevar a preguntarnos si de verdad, otro tipo de vida es posible. Esto subyace y navega a lo largo de toda la película e intenta funcionar como (incorrecta) ligazón entre los supuestos partidarios de un cambio social y las posibilidades reales de ejecución que bien su modus-vivendi o bien su propuesta, que en este tipo de películas se ven reducidas a cero.
Bien ¿Cómo funciona este mecanismo? Esencialmente juega reproduciendo a escala real un modelo ya existente y por el otro lado, para confrontar se ofrece una alternativa que no tiene visos de ser implementada, que no posee anclaje con lo real o que directamente es pura fantasía sin disposición a generar ningún tipo de sonido material. Normalmente este segundo modelo a ofrecer -que suele ser el del bando de los buenos, los rebeldes- está más basado en una ensoñación, pura fantasía o directamente un enfoque nostálgico ( por tanto relativamente idealizado y falaz) de un pasado que o bien nunca fue o nunca podrá volver a ser: esta es la manera que tiene Hollywood de lanzarnos al campo del abandono cuando nos lanza una confrontación; “Hay un sistema que no nos gusta pero la salida no es posible si no hacia una dirección que no puede alcanzarse” parece decir.
En las falsas dicotomías que suelen plantear un extremo está configurado a imagen y semejanza de lo real pero la alternativa es un entorno imaginado al que nunca podremos acceder. No hay tensión creativa por la búsqueda de una síntesis posible: el fin de la mediología es y ha sido siempre generar condiciones de aceptación. Y muchas películas son culpable de esto; reconoceremos el patrón si ponemos algo de distancia y aumentamos el foco.
Pensemos brevemente en Star Wars, en concreto en el episodio VI. El Imperio, super-estructura hiper-tecnológica, culturalmente avanzada, armada hasta los dientes y dominada por jerarquías de hombres blancos, solo encuentra una oposición eficiente en un pueblo primario, con un sistema de creencias espirituales, pre-científica, que no posee ningún tipo de desarrollo capitalista más allá de un elemental trueque como intercambio y que posee una tecnología muy primaria, elemental, sub-desarrollada: este es el único modelo que George Lucas es capaz de ofrecer como alternativa eficiente al Imperio. El hacha de silex frente al AT-ST bípedo de las tropas imperiales. Entre estos dos términos interpretativos establece la batalla final que será decisiva para la victoria contra el imperio galáctico: el único modelo viable para confrontar a una superestructura altamente industrializada dentro de este marco de alienación es el ofrecido por una alternativa tribal dominada por cultos animistas. Solo el primitivismo más arcaico puede plantear una alternativa al capitalismo desatado. Y eso es falso.
La misma orientación lleva un nuevo héroe contemporáneo surgido a finales de la década de los 90 y llamado Tyler Durden: Brad Pitt en Fight Club no tiene la forma adorable y probablemente maloliente de un ewok asilvestrado pero su propuesta combativa es aproximada: terminemos con este sistema lanzándonos al anarcoprimitivismo: “You’ll hunt elk through the damp canyon forests around the ruins of Rockefeller Center”. Nunca debimos aupar a Chuck Palahniuk de escribidor Pulp a la categoría de autor de culto, pero esa es otra historia.
Es en esa región polarizada donde se encuentra también Captain Fantastic. O una cosa o la otra parece decirnos el sistema desde sus altavoces de la mediología. Es A o B, pero como B representa una opción francamente irrealizable, ya debe entender usted cual es el único camino viable. El sistema, siempre experto en plantear dicotomías chuscas, falacias de falsa elección y simplificar todo lo posible las opciones del relato, genera en Captain Fantastic los mismos vicios generales de los de cualquier obra de sus grandes estudios: no importa que Captain Fantastic se vista como cine independiente porque en realidad no trae nada capaz de generar solvencia y no deja de representar la ausencia de tensión creativa del urbanita “progresista” estadounidense por alcanzar nuevas ideas, modelos, proyectos o métodos de transformación. Al fin y al cabo el anhelo del falso izquierdista frustrado siempre será retirarse al campo y alejarse de la civilización, a imagen y semejanza de un Far West adulterado. De un pasado modificado por la nostalgia de que “antes era todo mucho mejor“. Y armado hasta los dientes, como los niños de esta película.
En otros apartados estarían cuestiones como el excesivo tiempo de desarrollo de guión o las escenas innecesarias para subrayar aspectos que ya se han anotado anteriormente: realmente no es necesario que veamos la primera experiencia fallida del personaje de Bodevan (Bo, hijo mayor) con las chicas, ya hemos visto anteriormente en la escena del viaje al pueblo con motivo de la recogida de cartas que está -como toda su tribu de hermanos y hermanas- limitado en lo que a capacidad de vinculación con terrenales humanos se refiere. Sabemos que el clan de “reyes-filósofos” que esta desquiciada pareja ha intentado construir no son más que un set de inadaptados para interactuar con el entorno que los rodea en particular y con la civilización occidental en general. Todo lo que conocen, solo lo conocen por los libros (como enuncian ellos mismos) y esto es horrible. Esta es la historia de un secuestro dentro de una habitación con paredes de naturaleza.
Aspectos como la deliberada carga de barato sentimentalismo, los colores y la fotografía. Los agujeros de guión o que la pieza del funeral organizado por la familia deba más a “Nuestro último verano en Escocia” de lo que realmente es capaz de asumir. Captain Fantastic es una historia creepy sobre el desquiciado sueño de una madre enferma mental y su psicótico marido, fiel ejecutor capaz de llevarla a la práctica sin un atisbo de remordimiento real hasta que alcanza reales posibilidades de conflicto profundo y ve peligrar su propio estatus. Un relato sobre el síndrome de Estocolmo padecido por un conjunto de hijos aleccionados fuertemente sobre aspectos para los que todavía no tienen criterios de contraposición, como la defensa sin resultado alguno que hace el personaje de Rellian – hereje dentro de la secta que será reacondicionado más tarde – para poder realizar una celebración de Navidad al uso, en lugar del “Día de Noam Chomsky”. Podría haber sido el día de Angela Davis, pero la película está decidida a mantenerse en los márgenes de lo validado y nunca deja de ser la cesta de ideas vacía de una izquierda estadounidense limitada a un camino socialdemócrata agotado sin sueños elaborados, la versión “Amelie” de un mundo mejor que pasa por degollar ciervos y excluirse de la vida urbana. Como metáfora involuntaria del estado actual de las cosas podría llegar a resultar interesante. Como relato familiar, un fiasco.