Portlandia y el bienestar social
Por Chema de Ángel, @ChemaAR
No tengo muy claro dónde queda Portland ni el tiempo que hace, ni cuál es el baile típico de aquella localidad o estado, o lo que realmente sea, estadounidense. Mis conocimientos sobre Portland se resumen en traducciones autoinventadas que no he cotejado con la realidad (su equipo de baloncesto se apellida Trail Blazzers y eso suena a buscadores de oro, ¿no?) a jugadores de baloncesto nacionales, Martín, Fernández, Rodríguez y Claver, que marcharon a aquellas tierras a hacer lo que mejor sabían, y acabaron topándose con la parte oscura del sueño americano (menos Claver, Claver sí hizo lo que mejor sabía, calentar banquillo), aquella que responde a lo que nunca te cuentan del american dream, la parte del ‘no todo el mundo vale para esto, white boy’ .
Hasta aquí mis conocimientos sobre esa, imagino, maravillosa ciudad-estado-localidad llamada Portland, porque después de todo, ¿qué puede haber en Portland que pueda interesarme para hacer una búsqueda rápida en una afamada enciclopedia de carácter divulgativo dónde cualquiera con un carnet de la biblioteca, puede aportar algo de conocimiento al basto mundo de Internet?
Pues Portland, para aquellos que como yo desconocen el mundo que se mueve más allá de la pantalla de un portátil, entre otros millones de logros, tiene el honor de haber sido nombrada ‘ciudad verde’, todo debido a que sus habitantes cuidan y respetan a la madre naturaleza como si de verdad respetasen y creyesen que es su auténtica madre, no contentos con eso, también pueden presumir de ser un centro cultural, comercial y de arte mundialmente reconocido. Digamos, a modo de resumen, que Portland es el útero de todo aspirante a escuela de Bellas Artes que se precie, por eso es que entre otras, se encuentra hermanada con la ciudad de Barcelona.
Este párrafo que acabas de leer, solo indica mi búsqueda rápida en la red de redes para arrojar algo de luz a la ciudad de Portland, que ya amo, que se ha convertido en la promesa electoral hecha realidad de cualquier partido político progresista. Digamos que todos y cada uno de esos elementos, han podido transformar a esta maravillosa ciudad, a la que pienso irme a vivir en cuanto termine de escribir esto, en cuna de lo moderno, la barba, la franela y el disco de vinilo.
Ese afán por recolectar vidas pasadas en forma de ropa con pelotillas por el uso, compaginándolo con la convivencia del ser humano más conectado a la tecnología que pueda existir, se convierte en, por fin, la serie Portlandia.
Portlandia es la serie creada por Fred Arminsen y Carrie Brownstein. A ella, no la conocemos mucho, salvo si eres fan de Sleater-Kinney (creo que actualmente hay dos personas ofendida con este comentario en algún garito de la Vigo cultural y moderna), y a él lo conocerás por ser el Obama, al menos el primero que no era negro en sí, del Saturday Night Live, tal vez el pasado de uno de sus protagonistas haya echo que ambas producciones compartan productor ejecutivo, Lorne Michaels, que ha sido una especie de gurú y cazatalentos de nuevos cómicos americanos.
Después de haber echo la introducción necesaria, que parece que no lleva a ningún lado y está llena de un contenido vacío para rellenar más y más líneas de un post, tengo que decirte que Portlandia es un poco eso; en sus seis temporadas, nos cuenta de manera banal la realidad en la que vivimos, llena de cosas intrascendentes y a la moda dignas del barrio de moda de nuestra ciudad, que anteriormente fue un ‘gueto’ y ahora, el lugar perfecto para que jueguen nuestros niños.
Y es que, queridos amigos, el modernismo actual, la apología fascista de la manzana y la ‘app’ que te soluciona la vida a 0’99 euros, nos demuestra que todo se nos ha ido de las manos, y solo a través del humor surrealista que podemos llegar a percibir esa fina ironía que pretende demostrar en qué nos hemos convertido.
Para definir lo que significa Portlandia, hay que decir que es un ejercicio de mirada autocrítica a la sociedad en la que vivimos, a través de esas artimañas de ironía y demagogia son las que ponen de manifiesto la perdida total de papeles que ha sufrido el ser humano con tanto cambio tecnológico, la vuelta de lo que pasó de moda y lo que está de moda a consecuencia de que ya pasó de moda una vez. La comedia, bien usada, puede ser un arma más efectiva que el drama social mejor pensado.
Dividida en sketches, aunque han tonteado con la narrativa más común en algún que otro episodio llegando incluso a parecer una serie normal, sus dos protagonistas copan la pantalla repartiéndose la totalidad de sus personajes, con voces imposibles distorsionadas en postproducción, atuendos dignos de un mercadillo vintage de 1970 y un gusto brillante y exquisito por la absurdez del ser humano, desde su lado más cotidiano y común, ese que puede verse entre dos personas que se recomiendan una tarifa de móvil, sin levantar la mirada de este, en un bar mientras comparten una cerveza.
Portlandia, sin duda alguna, no ha pasado de desapercibido para nadie, al menos en la tierra de las oportunidades, y es común ver entre sus episodios pasearse a lo más granado de la escena cultural indie americana así como algo más mainstream (si es que Steve Buscemi, Tim Robbins, Jeff Goldblum y Gus van Sant, entre otros, pudieran considerarse ‘mainstream’, claro) y a los ya mencionados se les unen otros artistas, provenientes de la escena musical y menos amigos de las cámaras como Eddie Vedder (músculo y pelazo en Pearl Jam) , Jack White (fundador de The White Stripes y orgulloso compositor de himnos para campos de fútbol) , Jeff Tweedy (corazón de Wilco) y Matt Groening (ese señor que a base de dinero está matando lentamente a Los Simpsons con cada renovación que le hace la Fox), esto último no se convierte en motivo esencial para su visionado, lo se, pero sí es cierto que ayuda a la hora de enfrentarse a una comedia que tiene por norma no hacer nada normal.
Portlandia es la serie que deberías estar viendo ahora para que cuando todos en el futuro la recomienden, puedas decir que tu ya la veías de antes y que ya poco te sorprende lo que puedan decir, añadiendo un ‘pffff’ al final de cada argumento.