Fargo (la serie), Billy Bob Thornton, la nieve y los refills de café
Por JD Romero
América es maravillosa. Capaz de autoinfluenciarse y de alimentarse de sus propios iconos diarios, de sus cafeteras esperando una nueva taza, de sus tartas de manzana y del paletismo campechano. Pero también de sus asesinos, de sus gangsters de carretera secundaria y del hombre honrado pero trabajador convertido en asesino por el maltrato del entorno, las exigencias de su familia y una sociedad que te pide lo mismo tengas el talento que tengas. América es maravillosamente cruel: bebe del rincón de la mesa donde se encuentra el ketchup y la mostaza y también de la sangre que derraman sus afables habitantes.
Fargo, la serie basada en la película que los Coen nos regalaron a mediados de los noventa cambia elementos del guión pero huele a aquel filme en cada esquina, a cada segundo. Protagonizada ahora por un grandioso Billy Bob Thornton y arropado por un plantel de actores que no se quedan atrás, empezando por la maravillosa evolución del personaje encarnado por Martin Freeman: de reconocido perdedor a auténtico bad ass en unos pocos capítulos. Si bien su metamorfosis puede parecer teóricamente atropellada, Freeman se encarga de que nos lo creamos. Planta la semilla del odio en un fracasado y tendrás al diablo en persona.
“Esta historia está basada en hechos reales, por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas. Por respeto a los muertos, se ha contado todo tal y como sucedió“. Así comienza Fargo, la última gran, inmensa serie de ficción y como una gota de sangre en una camisa blanca termina, con ese punto rojo corriendo y cayendo sobre la nieve. A pesar de lo que pueda parecer en casi todos los capítulos, cuando la bola de nieve se hace cada vez más grande, todas las piezas del puzzle acaban encajando, unas entran y se solapan con una fluidez maravillosa digna de la mejor pluma de guionísta, otras encajan si aprietas un poco, pero el cuadro de Fargo se completa más sobresaliente que notable y que disfrutamos desde el minuto uno.
Onírica, abstracta, profunda y extrañamente absurda por momentos. La nieve es el elemento perfecto para Fargo, en ella no sabemos muy bien la distancia entre punto y punto ni sabemos cuando deja de ser divertida para ser peligrosa, bien lo sabían los Coen y bien se ha exprimido aquí. La serie es operística, presuntuosa, se exhibe como un pavo real y jamás resulta ridícula. Basada en el universo creado por los hermanos directores y expandiendo sus lazos entre el micromundo de ese pueblo tan pequeño donde de momento ocurren tantas cosas entre humor negro y nieve blanca.
A través de los diez capítulos Fargo consigue lo imposible: por un lado mantenernos expectantes como asistentes a este espectáculo sangriento y por otra acercarse tanto al clásico moderno en que se basa que casi no lo echamos de menos, precisamente porque se aproxima en atmósfera pero no plagia, porque es casi una evolución natural de aquella y porque aquí tenemos a Thornton. Billy Bob se come la pantalla como asesino irónico, cruel y frío como el hielo del entorno. Fargo se acerca más a True Detective que a productos para la masa como The Strain y es un producto tan redondo que lo abrazaréis con una fuerza que se convertirá en impaciencia cuando termine el episodio diez. Fargo no es impecable, pero está realizada con tanto mimo en todos y cada uno de sus detalles que le perdonamos sus pequeños errores debido a sus inmensos aciertos. Bienvenidos a la blanca (y roja) Minnesota.
Lou, ponme otro café.