La hija de Stan Lee y Moebius llamada “Parábola”
Por David Rodríguez, @davidjguru
Todos y todas sabemos que es excesivo hablar de “novela gráfica”, porque el término no es más que un recurso para captar atención de unos editores que no querían apostar por eso tan pulp del cómic.
Todos y todas sabemos que siempre habrá algún cómic especial, raro, extravagante. Esa rareza que no deja rastro en ninguna colección ni marca estela alguna tras de sí, pero cuya construcción tiene más importancia que el resultado en sí. En este caso vamos a hablar de “Silver Surfer: Parable”, de Stan Lee y Moebius.
En algunas entrevistas todavía queda registro de una vieja aspiración que Stan Lee tenía allá por los años sesenta, cuando tras la creación de Los Cuatro Fantásticos se lanzaba como editor jefe de Marvel para construir un nuevo sistema de héroes, heroínas y toda la nueva mitología que poco a poco, llevó a la casa de las ideas al centro del negocio de los cómics. En el punto más alto de su carrera por aquel entonces y en uno de sus excesos, el viejo Lee declaraba que le gustaría hacer un cómic sobre la existencia de Dios.
Nunca sabremos si aquella era una más de sus ideas locas o simplemente un alarde de creatividad, pero lo que sí sabemos es que atento y dependiente del efecto del negocio de los tebeos sobre su propia posición, siempre apostó por no arriesgar más allá de lo necesario, por no tocar extremos y por intentar contentar a unos y a otros, en estimar (no siempre con la misma fortuna) por donde andaría aquello de “el término medio”.
Por eso tal vez la historia que anida detrás del cómic que hoy me ocupa sea incluso más rica y atractiva que los propios resultados: Parábola es una historia que Stan Lee siempre quiso hacer pero nunca se lo permitió. Un relato que le hubiese causado más problemas que alegrías en la sociedad estadounidense de los años sesenta y del que solo pudo desquitarse unas décadas más tarde, cuando las condiciones y presiones sobre él mismo ya habían descendido, justo cuando ya andaba fuera de plano conjeturando con otros caminos y otras creaciones, pensando en como ser una estrella del cine. Esta historia -Parábola- es una cuenta pendiente de Stan Lee consigo mismo y su propia cobardía, algo que quería resolver y para lo que tardó más de veinte años en llegar a ejecutar: una verdadera historia sobre Dios. Y para construirla buscó a otro genio del cómic que pudiera estar a la altura del relato que tenía en mente. Alguien que tuviese el mismo status que el viejo Lee se había concedido a sí mismo en la visión distorsionada que siempre ha manejado de su propio reflejo. Otra leyenda capaz de llevar a la parte gráfica la idea que tenía en la cabeza, y quiso a uno de los más grandes: Jean Giraud, Moebius.
Imagina por un momento que dos de los mayores expertos en cómics e historietas se encontrasen y diesen a luz una pequeña hija, sin raíces ni desarrollo posterior, solo una experiencia común, una práctica puntual que reuniese lo mejor de sus dos mundos y donde entrasen en conjunción las mejores artes creativas de los dos. Bueno, tal vez no exactamente lo mejor, pero sí la única manera de combinar dos egos superlativos dispuestos a trabajar juntos en una construcción que no ha pasado a la historia por su impacto aunque sí deja el testimonio de esa colaboración puntual. Esa obra es “Parábola”, una extraña historia protagonizada por Silver Surfer (Norrin Rad), el encuentro exacto del mundo del cómic de superhéroes estadounidense y del europeo. La hija de Stan Lee y Jean Giraud -Moebius- es Parábola, una historia de Dioses, castigo y redención de la que no se ha hablado mucho.
Decía antes que Stan Lee pospuso su idea de crear una historieta sobre Dios pero esto no es verdad completamente: se encargó de traducir sus modelos al universo de héroes en los que andaba trabajando y compuso, a su manera, una entidad supra-humana que vivía en el espacio exterior y con poder suficiente para alterar el curso de los seres de cualquier planeta. Stan Lee afrontó la creación de un dios de manera tangencial y lo suficientemente resuelta como para saltar cualquier censura o disgustos entre el público, trabajando su visión de la omnipotencia desde figuras lo suficientemente abstractas como para que no fuesen especialmente reconocibles por ninguna religión conocida y a la vez bien definidas. Son, de facto, entidades cósmicas que gobiernan el Universo y que admiten una personificación antropomorfizada para poder resultar interpretables cuando se presentan como humanos: así son y así se relacionan con humanos y post-humanos entidades como Eternidad e Infinito (la dupla regidora del continuum espacio-tiempo en el universo Marvel), Muerte, el mismísimo Tribunal Viviente o la deidad destructora de planetas que nos ocupa.
Es en ese corpus creativo donde aparece la figura de Galactus, el devorador de mundos, un Dios especial que decide que planeta debe morir para saciar su hambre. Y como todo Dios que se precie, debe contar con un profeta, un mesías. En definitiva, un heraldo. Por ello crea a Galactus de la mano de Jack Kirby en 1966, en el número 48 de los Cuatro Fantásticos, para el que Kirby en solitario pensó que debía tener un digno representante y por su cuenta y riesgo creó a su heraldo más famoso, el Surfista Plateado. Ambos debutaban en dicho número y se harían presentes en el Universo Marvel desde entonces, con una singular relación: El surfista a cambio de un acuerdo con Galactus para que no devorase su planeta natal se convierte en su mensajero, viajando entre galaxias para anunciar la llegada del Dios hambriento de energía vital, un ángel de la muerte cubierto de plata, un jinete espacial del apocalipsis sobre una tabla de surf. Y hasta aquí todo normal, podría haber sido una aventura más de estos personajes. Pero falta la pieza definitiva, el dibujante francés Jean Giraud.
Giraud era en cierta manera un hijo muy digno de aquel encuentro mágico de Marx y Rimbaud que fue el mayo francés de 1968. Unido a otros autores como Philippe Druillet o Dionnet formó el grupo de los Humanoides Asociados para trabajar en una cierta revolución de la historieta al margen de lo que consideraban esterotipos ajados y dando por sentado la superación de las estructuras clásicas del dibujo y las historietas, quisieron ser vanguardia alterando las formas narrativas del formato (colores, formas, estructuras, ritmo, movimientos…) aquellos chiflados fueron capaces de trabajar juntos durante un tiempo y en el camino, intentar abrir el mercado estadounidense a los autores europeos a través de una revista de su propia creación, la Metal Hurlant, que llevaba a territorio USA con el nombre de Heavy Metal.
El desembarco de la revista Metal Hurlant en EEUU tuvo sus consecuencias. Las mayors se agitaron descubriendo que había una especie de underground de calidad que tocaba los cimientos de su propio negocio y vieron que allí había mucha calidad. Decidieron que tenían que hacer algo y Marvel lanzó “Epic Illustrated” (originalmente llamada Odyssey para dar salida a una producción fuera de los límites de su mercado habitual de superhéroes…la sombra de Moebius es alargada y llegaría a tocar hasta el nacimiento de la Raw de Art Spiegelman. Pero eso tendría que ser otra historia, y no debemos desviarnos mucho de esta.
En 1987, Stan Lee y Jean Giraud se conocen en una convención de cómics en San Diego y durante un almuerzo acuerdan crear juntos una historia. Giraud ya no es Giraud, que ha sido superado ampliamente por su alter-ego Moebius, una identidad alternativa creada por él mismo para el trabajo más experimental, orientada a temas más vanguardistas y vinculado a la ciencia-ficción y que ha terminado por devorar a la personalidad original y volverse principal. Producciones como El Incal (creado conjuntamente con Alejandro Jodorowsky) han conseguido trascender más que sus trabajos anteriores. John Difool vence al teniente Blueberry y sus aventuras en el oeste. Y de ese encuentro mágico nacerá “Parábola”, una historia sin historia, sin referencias, sin herencias ni querencia alguna por el universo Marvel ni deseo alguno por insertarse en él.
Aparecida en dos entregas en diciembre de 1988 y enero de 1989, Parábola es un relato que no contiene ningún vínculo con Tierra-616 ni universo alternativo. Es un planeta fuera del tiempo, aunque podríamos adivinar alguna especie de futuro donde no existe, o al menos no adquiere ninguna presencia ninguno de los superhéroes de la casa de las ideas. Stan Lee plantea un guión extraño donde Galactus vuelve a hacer aparición en la tierra y despierta una serie de acontecimientos de corte religioso cuando la población enloquece debido a la presencia de esta entidad cósmica, que hace que se desate una especie de “libre albedrío” nada casual en la que la humanidad genera un caos suficiente como para alertar a un Silver Surfer convertido en solitario vagabundo, que inteligemente detecta las claras intenciones del devorador de mundos: comprometido ante Reed Richards a no destruir la tierra bajo una promesa anterior, se abstiene de hacerlo pero no de inducir a la población para que lo haga por si misma: “Si quieren ser salvados,¡Harán lo que quieran, ¡Tomarán lo que quieran!”. Solo Silver Surfer puede plantarle batalla al intentar defender a la humanidad de su próxima desaparición.
Pero solo la humanidad puede salvarse, ya que en realidad solo ella se inflige el daño. Hacen estallar la violencia, el asesinato y el culto a dioses que no les dan respuesta. Un guión que apunta claramente a la religión como elemento de desequilibrios sociales y herramienta de control mental, bajo el liderazgo de falsos líderes que irresponsablemente aunan todos los vacíos existentes en un mundo podrido para instalar un nuevo culto y una nueva organización de poder en torno a la figura del devorador de mundos. Huelga decir que todos los avisos del Surfista Plateado para hacer entrar en razón a la especie humana no solo no consigue penetrar en las cerradas mentes, si no que además solo sirve para generar más violencia. El Surfer está en graves apuros para poder salvar al planeta no ya de Galactus, si no de la propia humanidad.
Las personas, vacías y clamando por un nuevo liderazgo desean que Silver Surfer se haga con la responsabilidad de mostrar un camino que el protagonista no conoce, así que solo queda abandonar a su suerte a esa población enloquecida que necesita una creencia para poder seguir adelante, una nueva fé que les ofrezca el diseño de un destino común.
En el guión aparecen elementos que resultan suficientemente interesantes, las ancestrales dicotomías forjadas entre el libre albedrío o el determinismo, entre libertad o control, entre masa e individuo…de fondo recorre la obra un extraño pesimismo existencialista que se manifiesta a través de la voz del Surfista Plateado, con la muerte siempre presente y el amargo planteamiento del “sacrificio supremo” a causa del objetivo libertador. Al fin y al cabo, ya dijo alguien que “solo un esfuerzo sobrehumano por el cual la persona esté dispuesta a pagar con su propia vida concede un auténtico sentido a la existencia personal” y justamente esto cuadraría a la perfección con la actitud moral del Surfista a la hora de enfocar su misión. Más camusiano que sartriano.
Al final, la constatación de la soledad absoluta del individuo y el vacío subsiguiente en la ausencia de una real y verdadera misión vital, la lucha por la supervivencia y la superación de un marco ya programado por entidades superiores dentro de una gráfica que vulnera algunas de las leyes elementales de la proporción, las proyecciones, los ángulos y los puntos de fuga, proporcionada por Moebius quien sabe si por desconcertarnos y acercarnos más a su propio universo creativo que por pura dejadez. El artista francés ya no puede contestar a estos interrogantes y de ponerlo en contexto, solo sacaríamos que en plena etapa de su búsqueda zen y su compulsivo consumo de marihuana andaría (tal vez) decidido a hacer lo que le viniese en gana mientras Stan Lee se entretiene con sus propios aforismos y sus cojos planteamientos filosóficos, intentando imitar al Alan Moore de Watchmen, aparecido un año atrás y que bajo cierta interpretación, podría considerarse una suerte de hipotexto de Parábola, que tampoco deja atrás ciertas evocaciones redentoras de cara a la amenaza nuclear en los estertores finales de la guerra fría. Destino, los hombres, las sombras, los sueños.
Parábola es una historia que llega dos décadas tarde para los lectores en general y para la contracultura en particular. Merecía haber sido publicada en la década de los 60 y a finales de los 80 ya es imposible negarle una enorme proximidad al “New age” y corrientes pseudo-filósoficas para yuppies. Es un trabajo extraño, anómalo, particular, que deja un regusto algo indefinible en cuanto a calidad, peso y profundidad. No viene ya a decirnos nada nuevo realmente, ni tampoco a hacernos reflexionar demasiado, pero al menos trae la prueba del fruto de la colaboración de dos locos geniales que habían conseguido revolucionar el noveno arte desde sus respectivas posiciones (y sus relativas prioridades). La oportunidad para Stan Lee de hacerse algo europeo, la ocasión para Moebius de operar con elementos eminentemente comerciales.
El resultado del juego queda como testimonio.