Tokyo Zombie, del vertedero a la revolución
Por David Rodríguez, @davidjguru
La gente de Autsaider Cómics lo ha vuelto a hacer: salen de cacería y rastrean, persiguen y terminan cazando enormes joyas del mundo del cómic de cualquier parte del mundo que permanecían en el cada vez más ancho sector del underground. A cada lanzamiento vuelven a conseguir poner sobre la mesa un producto bestial con una presentación excelente y sobre todo, traen al idioma castellano a gente de tierras lejanas, para loor y gloria de nuestro estado-nación fallido y todos los países de habla hispana allende los mares. Autsaider salta sin red y siempre cae de pie. Es alucinante, así que vaya por delante nuestra enhorabuena.
Ahora tratamos el jugoso caso de uno de sus últimos lanzamientos, una historia llamada “Tokyo Zombie”, obra del creador Yusaku Hanakuma publicada originalmente por partes en Japón allá por 1999 y trasladada al cine en el año 2005, que trata una bonita historia de encuentros y desencuentros entre dos viejos amigos -Fujio y Mitsuo- a lo largo del tiempo…sazonada convenientemente por una imparable invasión de zombis japoneses. Y si hay que hablar de zombis, hay que hacer algo de parada y fonda.
Hablar de zombis contiene una cierta paradoja: según lo hagamos podría parecer que hablamos de muchas cosas aunque en realidad solo estemos manejándonos con escasas claves. El tropos narrativo del asunto es limitado, repetitivo y previsible. Y sin duda nos sigue fascinando. Tal vez porque realmente lo que menos nos importa es el zombi en si mismo, o si ha surgido de la radiación espacial adherida a un satélite derribado, de un virus o de la manipulación de brujos. Lo que nos suele interesar del asunto es el como se lo empieza a montar la gente para escapar. En cierta manera es posible que nos atraiga porque nos muestra lo que de alguna manera podemos llegar a ser: la especie humana como un lobo para si misma, pero sin las complejidades teóricas de ciertos sistemas filosóficos, más bien como un desvío narrativo donde de repente todo salta por los aires y nos encaminamos hacia la supervivencia en un marco anarco-primitivista. Salvajismo o autogestión. En esa dicotomía se desarrollan casi todas las tensiones narrativas de estos relatos.
El no-muerto sigue volviendo de vez en cuando a nuestro mundo para rodearnos, angustiarnos y asomarse a ver que hacemos cuando una amenaza “externa” nos va estrangulando socialmente y de repente, todos y todas volvemos a una especie de estado “pre-político” en el que volver a negociar la vida diaria y articular alguna nueva forma de contrato social mientras nos damos de hostias e intentamos no ser devorados. Normalmente los guerrilleros solo vuelven las armas contra si mismos cuando está ausente el enemigo exterior y los combates sencillamente no ocurren; sin embargo en el género zombi la presión externa hace que las cosas salten por los aires también a nivel interno, como en una olla a presión. Esto podría ser paradójico: cuanto más se hace necesaria la organización y la disciplina interna, normalmente los supervivientes conflictean más en cuestiones de táctica y estrategia. Liderazgo y poder, comunicación y conflicto. Hay lecturas poderosas en los hipotextos subyacentes a este tipo de relatos y además como cualquier constructo cultural es en cierta medida hijo de su tiempo, aparecen señales y significantes más allá de la simple lectura entretenida; la política no puede desvincularse eficientemente de lo político y el cine de zombis no es precisamente una excepción: desde los muertos de la guerra que volvían a la vida simplemente para asomarse al mundo de los vivos y observar con frustración si realmente su sacrificio había servido para construir algo mejor en aquella obra de 1919 J’accuse! de Abel Gance de los que solo valdría la pena rescatar aquellos quince minutos finales y por supuesto de la enorme bomba cultural que supuso “La noche de los muertos vivientes” del legendario George A. Romero en pleno 1968. Aquí deberíamos hacer parada, pues de todas las versiones y adaptaciones la original es una verdadera carga de profundidad. Tras el asesinato de Kennedy y la implosión interna de la vida social producida por la escalada bélica en Vietnam, Romero monta una versión libre de los relatos de victoria y progreso de los colonos, coje el modelo clásico del western y lo destroza bajo su propia articulación: los indios (zombies) acorralan a una familia (el grupo protagonista), pero con dos salvedades: la primera es que aquí el séptimo de caballería no solo llega tarde, si no que además no duda en matar al héroe – nuestros guardianes son unos asesinos de los que no nos podemos fiar, parece decir – y la segunda que el protagonista (un afroamericano) es disparado a sangre fría en la cabeza -signo muy evidente solo seis meses después del asesinato de Marthin Luther King- para terminar colgado de unos ganchos por parte de un escuadrón de la muerte formado por WhiteTrash con bastante mala uva.
Al final, los zombis resultaron ser un problema algo menor. Y la obra de Romero, sencillamente revolucionaria.
Desde entonces los zombis han podido ser muchas cosas, en base al contexto y a la orientación político-social del autor y su contexto. Soldados muertos, civiles asesinados, ciudadanos alienados, pobres, chavs…siempre nos rodean y ponen en peligro el status-quo, sea trepando las murallas de Jerusalén mientras Brad Pitt se rila de miedo (World War Z ) o un grupo de supervivientes aprenda a coexistir dentro de uno de los edificios favoritos del capitalismo (el centro comercial) en el remake de 2004 “Amanecer de los muertos”.
En ese sentido, Tokyo Zombie tampoco puede negar ser hija de su tiempo. Aunque las reseñas publicadas hasta el momento no le hagan excesiva justicia (ni las declaraciones de Hanakuma tampoco sean muy afortunadas), la obra tiene dentro mucho más de lo que inicialmente parece. No es casual que viese la luz exactamente en la etapa final de la llamada “década perdida” de Asia y especialmente de la sociedad japonesa tras un ciclo de enorme crisis financiera y por tanto política y social, justo cuando el problema de la deuda japonesa alcanzaba cotas inimaginables y la relación deuda/PIB llegó al 128% justo en el mismo año en que la obra salía publicada. Detrás quedaba toda una década de intentos salvajes del gobierno nipón por controlar el caos en un sobrevenido (e infructuoso) ataque de puro keynesianismo que entre otros factores, llevó al país a un grave empeoramiento de las condiciones de vida: mientras la bolsa caía aumentaba el desempleo, los bancos se hundían en créditos irrecuperables, aparecían grandes bolsas de pobreza en casi todas las ciudades, el consumo se desplomaba, las empresas se iban al garete y estallaban las cifras de violencia en cualquier contexto del país: prostitución juvenil, incremento de los suicidios, altísima criminalidad y ataques organizados de estudiantes contra profesores (no es casual tampoco que uno de los habituales del Fuji Negro sea un profesor al que se le suele “ir la mano” con sus alumnos). Todo el mundo parecía estar volviéndose loco. Ese era el Japón de la década de los noventa y en cierta manera es el caldo de cultivo de una historia de violencia, confusión y supervivencia como en realidad es Tokyo Zombie, donde también todo el mundo parece haberse vuelto loco. Supongo que tampoco es casual que Autsaider Cómics haya decidido lanzarla justo cuando pensábamos que también andábamos terminando nuestra propia década perdida (inocentes nosotros). Así Tokyo Zombie se convierte también en una advertencia, en un aviso, en una mapa de signos de lo que ocurre cuando de repente, todo empieza a irse a tomar por saco. Una historia del caos de una sociedad cuyos pilares, de repente, saltan por los aires. También es nuestra historia.
La interpretación del estilo de la obra también parece prestarse a confusión; yo prácticamente estoy en desacuerdo con todas las reseñas que he leído (motivo añadido para escribir estas líneas). Tokyo Zombie se encuadraría dentro de la línea estilística del llamado cómic “Heta-Uma”, lo que en muchos sitios es entendido como “malo pero bueno” o incluso “tan malo que llega a ser bueno”, lo cual tampoco le hace nada de justicia. Esta orientación estética alejada de Occidente en realidad plantea una expresión compuesta de términos aparentemente contradictorios donde “heta” representa algo primario y básico mientras que “uma” conceptualiza en realidad justo lo opuesto: algo que es depurado, sofisticado, estilizado y que requiere una gran capacitación técnica. Más que “malo pero bueno” podría ser algo así como “muy técnico en su primitivismo” o “básico pero sofisticado” y esto si se ajustaría mucho más a su contexto: no necesitamos aproximarlo al clásico “feísmo” fancinero conocido por todos nosotros por aquí, simplemente podemos disfrutarlo dentro de un marco de trabajo que se esfuerza realmente por restar elementos gráficos hasta conseguir una gráfica elemental, básica, mínima y suficientemente poderosa como para presentar la acción y los diálogos que marca el guión. Como los expertos aseguran, el verdadero reto que plantea el diseño es saber restar y no saber sumar, lo cual Hanakuma con su trazo parece haber conseguido sobradamente con el uso de muchos primeros planos cargados de sencillez para soportar diálogos y conversaciones del mismo nivel: economía de la parte gráfica y ahorro en los descacharrantes diálogos adaptados del japonés en esta edición. El Heta-Uma es una llamada a negar los artificios y los detalles para valorar directamente la esencia de las acciones y los gestos y eso se puede percibir a lo largo de toda la obra de una manera explícita (a nivel de guión y a nivel gráfico) pero también de manera implícita, ya que se producen situaciones donde la masa reniega de su protagonista por lucir demasiada eficacia y no crear espectáculo. Los ricos que presencian las luchas de gladiadores contra zombis odian a Fujio por no dar el suficiente espectáculo. Ellos prefieren una lucha espectacular, aunque sea falsa (como se demostrará) antes que un combate real sencillo y eficiente. Quieren espectáculo, no pureza. Y en ese Fujio confuso ante la masa enfurecida y que sin embargo se mantiene coherente con su visión parece mostrarse el propio autor, fiel a sus principios artísticos, leal con su estilo y con su relato; la historia de Fujio y Mitsuo, dos amigos que pasan los descansos del trabajo practicando Jiu-Jitsu con el objetivo de convertir a Fujio en un maestro cinturón negro de dicha arte marcial. Un buen día, se produce un desagradable accidente y tienen que…digamos…ocultar alguna inconveniente prueba de este…y eligen hacerlo en un legendario monte-vertedero donde la gente suele ir a esconder sus cosillas y algún que otro cadáver, el Fuji Negro, una montaña de mierda tan peligrosa que cuando alcanza un nivel de toxicidad excesivo empieza a hacer que algunos cadáveres allí enterrados se agiten más de la cuenta y se arme el belén…y esto es solo la premisa de la alucinante y alucinógena obra.
Sin embargo, me gustaría resaltar tres cuestiones que diferencian la obra de Yusaku Hanakuma del resto de producciones del género zombi:
1- La elipsis: Al contrario de lo que suele ocurrir en el género, en realidad a Hanakuma el desarollo social de los grupos supervivientes se la sopla. No en vano nos introduce en una elipsis de cinco años donde perdemos de vista el caos subsiguiente al estallido de la crisis zombi y ya saltamos directamente a la nueva sociedad. No vemos que ocurrió, como se organizaron, como la gente intentaba escapar, ni por supuesto lo conflictos organizativos que suelen quedar dentro del foco de las películas de zombis. Aquí eso no importa, o al menos de una manera específica. Yusaku Hanakuma pone el foco donde quiere y como quiere, y nos lleva directamente a la implementación del modelo social resultante. El proceso tenemos que imaginarlo nosotros. Es nuestro trabajo.
2- La estructura social: en las pelis de este palo, normalmente la estructura de clases ni está ni se la espera. Quiero decir con esto que el tratamiento suele ser el de una masa uniforme de personas batiéndose el cobre por escapar y salvar el pellejo sin atisbo alguno de poder adquisitivo, todo muy homogeneo, muy “hermanos y hermanas” sin recrear aspectos de la lucha de clases, no hay arriba ni abajo, ni izquierda ni derecha. Siempre queda esa pregunta de “¿Y Bill Gates se escaparía antes?” “¿Un rico tiene más posibilidades de escapar al holocausto zombi? ¿Y porque no sale reflejado?” y es de agradecer que Hanakuma haya desarrollado estas cuestiones en su obra: en Tokyo Zombie se vuelve a construir un corpus social conveniente estratíficado (ricos, pobres (esclavos), soldados que protegen los intereses de los ricos, los humanos que viven lejos de las murallas, los obligados zombis e incluso una piara de cerdos que termina cumpliendo su deber para con la revolución: se produce una rebelión en la granja. Hay rebelión en la granja. El autor plasma a la perfección las escalas actuales de convivencia relativa entre clases. Además, para él los más malvados entre todos los estratos son los ricos, cosa que es de agradecer por su verosimilitud.
3- Referencias pop en todas partes: cine chungo de artes marciales, el Wrestling como espectáculo de masas convenientemente trucado, tiroteos, persecuciones y el hecho innegable de que el capítulo 7 se llame “Death Battle 2000”. Solo las personas iniciadas saben que titular algo añadiendo un “2000” al final es incrementar el poder del enunciado con una meta-referencia paródica. El Hanakuma parece ser uno de los nuestros. ¿Habría visto el autor en su momento los capítulos de “Get a Life”? Dejaremos la pregunta en el aire, pero la contraseña es muy evidente…
Contaminación, enfermedad y plaga, ataques, civilización enferma, crisis, revolución, y la especial relación de un maestro y discípulo articulada en torno a las artes marciales. Todo esto y más dentro de unas páginas locas que sin embargo vienen cargadísimas de potencial interpretativo y referencias varias. Una lectura recomendada.
Todo esto y más podemos encontrar en el lanzamiento de Autsaider Cómics, que viene con una maquetación respetando el sentido de lectura original (inverso al nuestro) y una portada donde el mismo pelo afro de Fujio cobra vida, textura y tercera dimensión. No puedo decir más. Atreveos a tocarlo.
¡Hip Hip! ¡Hurra Fujio Pon!