Patton, la cólera de Dios
Por David Rodríguez, @davidjguru
Queda poco cine bélico que no pase por retratar las vivencias de los soldados a pie de trinchera. Misiones, combates, muertes, compañero caído con carta en el pecho preparada (y sin que el papel se haya estropeado) para su novia Dorothy y un deseo profundo por volver a la granja donde mamá volverá a hacer tarta de manzana. Otro compañero le cierra los ojos y la acción sigue con mucho sufrimiento, cierta épica y la supervivencia de al menos un miembro del pelotón que viva para contarlo. Es casi un estándar, un patrón.
Normalmente la guerra viene contada desde el punto de vista del estrato más bajo de la estructura jerárquica, el nivel que permite hacer ver el dislate absoluto de una guerra y todas sus miserias diarias: soldados y como mucho algún buen suboficial que si se dedica a la instrucción será implacable y si está con su pelotón en el campo de batalla será una especie de padre que va perdiendo progresivamente a sus hijos. Salvo en el caso de los submarinos, claro, donde las estrecheces del espacio habitable dan para cruzar mejor las vivencias conjuntas de toda la tripulación. Ahí el oficial comparte más planos con la soldadesca: la tropa y los mandos casi que duermen pared con pared.
Así que salvo esos casos específicos del subgénero de submarinos, en realidad la guerra casi siempre es contada desde una panorámica centrada en la capa inmediatamente inferior al del planteamiento táctico de la guerra. ¿Valdría la pena contar la guerra desde los niveles “superiores”? Por supuesto que sí, y de eso va esta joya del cine de los años 70 que nació y todavía sigue rodeada de polémica: Patton, la historia del general estadounidense con menos sentido de la discreción y que a punto estuvo de arrastrar al mundo a una tercera guerra mundial. Lo que nos separó de una nueva conflagración fueron unos bidones de combustible y la decisión de Einsenhower de no querer enfadar al camarada Stalin. Menos mal.
Esta película es útil, es interesante y es didáctica: básicamente ocurre en esa capa superior de los altos oficiales de estado mayor donde se deciden las estrategias, se consulta con los políticos, se trampea y se accede a quitar y poner generales, y por el camino y como complemento, se muestra a la soldadesca como lo que realmente son: carne de cañón empleada para satisfacer el superego de un general sin empatía empeñado de ir más lejos que los generales aliados (como su egoísta competición con el aliado Montgomery) o vencer a legendarios generales enemigos (su deseo de hacer constar el fracaso infligido al mítico Rommel). Patton solo quiere guerra y más guerra, sin importar que sus tropas lleven días caminando por la nieve sin comer ni descansar. Es su única forma de vida, es según él, “lo que más ama” (y lo dice mientras pasea por un campo de batalla repleto de cadáveres). Patton es el padre no reconocido del Coronel Kilgore y eso se nota (no en vano Francis Ford Coppola trabajó en una versión primigenia del guión de esta película). Sienten guerra, adoran el caos de la batalla y miran con equidistancia la sangre (no la suya, la de los demás).
¿Es una película bélica o pacifista? puedo asumir la intención de lanzar la película en plena época de estancamiento militar estadounidense en Vietnam, pero me cuesta creer que cualquier película que muestre la locura homicida de la guerra pueda ser pro-bélica. Quiero decir que entiendo que la mejor manera de positivar la guerra sería no mostrarla, porque no hay manera de enseñar una carnicería para hacer defensa de algo. Todavía están los foros de Internet haciéndose esa pregunta y aunque el analfabeto de Nixon la hubiese considerado su película favorita (y dicen que le influyó a la hora de decidir los bombardeos de Camboya), solo otro psicótico podría ver Patton como una historia positiva: quedarse en el primer nivel de lectura de la película – la guerra se termina pronto si pones al frente al chiflado más heterodoxo- es un pecado de lesa diligencia: existen dimensiones mucho más interesantes dentro del film y que todo un general de ejército de tres estrellas responsable del sostenimiento de gran parte del frente sea un zumbado que se siente un reencarnado general de Napoleón probablemente no sea la menor de ellas. Decididamente, toda una delicia.
Una delicia de casi tres horas que avanza a ritmo lento (demostrando de cierta manera que los tiempos de la guerra son diferentes según la posición que ocupes en el organigrama), con grandes planos, secuencias y bonitos paisajes. Por contra, adolece de la falta de un relato cohesionado, de situaciones donde las cosas se pasan de frenada (muy conmovedor el nazi sensible que le halaga como enemigo frente a su fotografía en un arranque final de amor platónico por Patton). No esta nada mal como “The rise and fall” de uno de los militares más excéntricos del siglo pasado que ya en la segunda década se dedicaba a perseguir a Pancho Villa por México. Una interpretación memorable de George C. Scott, un actor a la altura de un personaje tan problemático como el viejo general de caballería y una dirección eficiente de Franklin J. Schaffner (el director de El Planeta de los simios original), con ese gusto a crear planos icónicos (Charlton Heston arrodillado en la playa, George C. Scott haciendo el discurso de apertura de la película).
Y para quienes gusten de saborear una buena conspiranoia, les recomiendo profundizar en la inesperada y extraña muerte de Patton en Europa. Tiene relato suficiente como para hacer otra película de calidad (la que hay es infumable).