A pesar de todo sigo creyendo en Nick Cave
Por Doctor Cancamusic, @DRcancamusic
Yo estaba aquel sábado de mayo en el Primavera Sound de Barcelona. Una suma de buenos malentendidos me llevó a terminar allí durante toda una noche que difícilmente olvidaré. No creía que la experiencia fuese a marcar alguna página interesante de mi vida, pero justo así ocurrió. En el absurdo cruce de cosas que se hacen por amor y con desgana, de repente me vi frente a un escenario donde arrancaba a tocar un músico al que nunca había tomado demasiado en serio para una actuación en la que no tenía muchas expectativas puestas. Y todo eso aquello cambió aquella puta noche. Como Saulo yo me caí también del caballo y tuve mi particular epifanía. El motivo místico fue ver a Nick Cave y su banda en directo. Aunque pronto se cumplirán dos años de mi conversión, todavía lo recuerdo como si fuese ayer.
Aquella actuación comenzó con “Jubilee Street” y ya desde el principio se configuró extrañamente atractiva, sensual, enferma y brillante a la vez. Cave se movía por el escenario como un predicador alucinado y el ambiente que consiguieron era verdaderamente angustioso desde el inicio. El sonido era atronador, los instrumentos sonaban muy duros y su voz se retorcía al mismo nivel que su cuerpo. Parecía un loco de atar y sin embargo consiguió despertar en todos los que estábamos al pie del escenario una imantación absoluta. El predicador estaba convocándonos a una enorme catarsis y no había ganas ni energía para resistirse. Durante aquella memorable actuación ejerció sin fisuras como un shaman, en el sentido más Morrisoniano del término. Jim hubiese estado orgulloso de él.
Trabajó con denuedo los temas incluidos en su obra “Push the Sky Away” y llegó incluso a dedicar al gran Elvis Presley una descarnada versión de “Tupelo” que incluía gritos e incluso aullidos. Por el camino, otras canciones como el Red Right Hand del disco “Let Love In”. Alucinante. Alcancé el climax con “The Mercy Seat” y la locura extendida que consiguieron inocularnos a todos. Creo que realmente aquel tema solo duró unos cinco o seis minutos, pero el tiempo ya andaba funcionando de otra manera para los allí presentes, y cualquiera que estuviese en aquel sitio ese sábado de mayo de 2013 podrá confirmarlo. Yo por mi parte lo que mejor puedo confirmar es que en ese momento me convertí en un fiel seguidor y creyente de Nick Cave. Me perdoné a mi mismo todo el rechazo que le había dedicado desde hacía años y sentí como el podía perdonarme personalmente, convencido de que nadie evangeliza más duro y más a fondo que un converso.
En mi vida anterior sin Nick Cave no era capaz de disculpar su malditismo detalladamente esculpido, que me parecía una absoluta operación de marketing. Es más no lo entendía nada auténtico e incluso llegué a pensar que su etapa herinómana no había sido más que una parte de su propia campaña de comunicación, para dotar al personaje de su propio descenso a los infiernos justo antes de empezar a vender su siguiente renacimiento.
Todo en él me parecía un exceso, una sobreactuación, una impostura: desde su corte de pelo y su melena imposible, su culto por lo gótico, por lo oscuro, por lo maldito (otra vez esto del malditismo). Yo lo rechazaba sin cortapisas aunque en privado siguiese escuchando sus canciones y sintiendo algo de placer culpable por ello.
Tras mi conversión volví a repasar toda su discografía y comencé a reinterpretar todas mis percepciones de la carrera de Cave, que aunque se haya personalizado tanto no deja de ser también toda la carrera de su banda, The Bad Seeds, sin la que seguramente las cosas hubieran sido muy diferentes. Cave lo hubiese tenido mucho más difícil para ser Cave sin un Mick Harvey como leal escudero durante tantos años.
A día de hoy todavía sonrío al escuchar el From Her to Eternity de 1984, con un Cave atrapado en las postrimerías del punk y a medio camino entre ese post-punk o su matización gótica, sin cantar exactamente, solo dramatizando lecturas y dándole a las canciones un tratamiento de relato declamado, buscando una identificación personal con algunas referencias, como la versión del Avalanche de Leonard Cohen, marcando un punto a medio camino entre el canadiense y el propio Elvis Presley, con un rollo demasiado Tom Waits. Menos mal (en mi opinión, claro), que se puso a cantar unos años más tarde.
Será su gusto por la oscuridad o tal vez su orientación hacia el plano violento de la vida, su fijación por lo sórdido y lo lúgubre o simplemente que yo si estoy preparado para encajar culturalmente el pesimismo pre-suicidio en el que parece anclado Cave.
Será que probablemente él ya sea consciente desde hace tiempo del hecho ineludible de haber llegado a ser un artista de culto, con todo lo que eso implica.
Será que incluso pasándose de frenada sigue resultando un tipo auténtico: en su afán por resultar “normal” y con la intención de dejar atrás su leyenda negra de heroína, está dispuesto a posar desayunando en casa con sus hijos ¡En traje de chaqueta y corbata!
Me rindo a la realidad. Para bien y para mal, soy fan de Nick Cave.
Por lo demás, mi sueño de Barcelona se desvaneció pronto. Al poco tiempo mi relación se iba al garete, otra vez volvía a hacer las maletas e intentaba hacer una vida nueva en otra ciudad. De todo aquello que fue y de lo que no pudo ser me quedan algunos recuerdos buenos, pero la mayoría están mediatizados por aquella actuación de Nick Cave & The Bad Seeds que tuve la gran suerte de disfrutar en directo. A día de hoy veo mi viejo tocadiscos y junto a él algunos discos de vinilo que conseguí de la banda y los miro y vuelvo a sonreírme. Son para mi como la magdalena de Proust, pero sin la necesidad de tener que mojarlos en leche.
Como siempre, podéis escribirme vuestras sugerencias a la dirección de correo: doctorcancamusic@gmail.com
Bola extra: una selección de canciones fundamentales de Nick Cave & The Bad Seeds en el perfil de Spotify de @CIBASS_Blog