Blues People, la música negra en la américa blanca.
Por Alberto Pérez, @NoUso
Hace tiempo que quería enfrentarme a la lectura de Blues People, pero no encontraba el momento ni el lugar adecuado para hacerlo con la suficiente claridad. Tenía la impresión de que iba a ser una lectura tremendamente atractiva y necesitaba estar preparado para asimilar todo lo que ofrecía. Y no me equivocaba. Blues People es un libro complejo y completo sobre la Historia de la música afronorteamericana, pero no sólo es eso.
Empecemos hablando de su autor, Leroi Jones (o Amiri Baraka) es un intelectual norteamericano conocido por sus grandes obras de teatro y sus ensayos sobre música. Amiri Baraka creció en los años en que el Bebop estaba en boga, y era un bopper, o un Hipster (como se llamaba entonces a las pequeñas imitaciones de Dizzie Gillespie que se encontraban por los Estados Unidos). Cómo explica él mismo en el epílogo de la obra, creían que eso era lo más alto que la música negra había llegado hasta que, en casa de un profesor, Sterling Brown, él y varios de sus colegas del momento conocieron el auténtico blues. Grabaciones antiguas de blues que explicaban cómo se había llegado al Bebop, al Cool Jazz, al blues, al funk y todas las músicas que en ese momento y en los previos a ese llevaban al gran público negro a saberse representados sobre un escenario o en un tocadiscos.
Pero me estoy adelantando mucho, y vamos a hacer una revisión más amplia. Leroi jones, que adoptará posteriormente el nombre de Amiri Baraka (nombre de no esclavo) plantea en el libro una correlación histórica, cultural, antropológica y psicológica de la historia de los negros en Estados Unidos y para ello se basa en un vector que podemos seguir claramente como es la música. Pero no sólo cómo era y es la música producida por negros, sino la influencia que esta tiene sobre la cultura norteamericana más allá del grupo racial.
Los negros llegaron a América en unas circunstancias especiales, la de la esclavitud. Eran obligados a moverse de lugar y a trabajar no solo lejos de su tierra, sino en una cultura extraña. Las circunstancias obligadas y sometidas del negro en Estados Unidos hace que su presencia carezca de valor cultural en un primer momento. Eran considerados seres subdesarrollados que no merecían pertenecer a la nueva sociedad que se estaba desarrollando en los Estados Unidos, así que se les prohibió, además, muchas de las manifestaciones culturales: “Sólo la religión (y la magia) y las artes no plásticas no quedaron totalmente ahogadas por las ideas euroaméricanas. La música, la danza y la religión no tienen la finalidad de producir objetos, y por eso se salvaron”.
El periodo que abarcamos es de casi 300 años, desde el SXVII hasta mediados del SXX; así que podéis imaginar que esta música tuvo un desarrollo propio. Los negros que vivían en Norteamérica pasaron a ser esclavos norteamericanos, nacidos y criados en América. Los recuerdos de África, la ensoñación del Dahomey y del país originario iba a la misma vez desapareciendo y guardándose en el imaginario colectivo. Incluso entre los mismos negros empezó a haber cierta distinción entre los recién llegados y los que llevaban un tiempo en América.
Sin embargo sí quedó, entre todo esto, restos de la música africana, en concreto dos elementos que a día de hoy siguen persistiendo en toda la música contemporánea, no solo en el blues y el jazz, sino en el pop, rock, etc. La ruptura del ritmo, la síncopa propia de la música africana, y los cantos de pregunta respuesta. Estos serán los elementos que protagonizarán todo el desarrollo del blues y serán la clave que los unirá a la cultura americana.
Referencias a la música de los negros esclavos hay muchas, los cantos de campo (los gritos), las danzas circulares, los ritmos particulares, los ministrels, y cómo no, el blues. El blues entendido como un estilo particular de música. Compases repetitivos que hacían de la voz lo más importante, estrofas improvisadas, que poco a poco se van sumiendo en un entorno comercial con giras, grabaciones, etc. Ahí empiezan las diferencias, blues clásico, primitivo, jazz, etc. Y a lo largo del desarrollo de la música comercial en Estados Unidos, de las giras de las primeras estrellas del blues, de su influencia en otros géneros, el blues queda, además, como la música particular que los negros tenían de tocar los instrumentos europeos, en especial los vientos.
Decía a este respecto Paul Domingues, sobre el jazz y la música de los negros, que él sólo tocaba para ganar dinero: “yo no sé cómo esta gente consigue tocar de esa forma; pero, maldita sea, lo consiguen. Son tipos que ni siquiera saben leer una partitura, pero tocan como diablos”. El blues, dice Amiri Baraka, “fue una expresión casi consciente de la individualidad de los negros, y lo que es igualmente importante, de su separación.” Y esta es la premisa con la que el autor nos va conduciendo a través de la historia de los negros y su música.
Los negros se van “adaptando” a la sociedad blanca americana de una manera nada excepcional si la comparamos con otros procesos de asimilación cultural, querían imitar a la sociedad dominante y para ello querían hacer desaparecer todos los restos de vulgaridad, de chabacanería, eran negros respetables, no negros chillones, y en esta parte rechazan los orígenes de la música negra, el blues, el jazz, y todo el ruido propio de la música negra que iba evolucionando. Por supuesto ninguno de estos “asimilados” provenía de antiguos esclavos. La emigración a las ciudades y el ascenso de buena parte de estos negros desplazados – esta vez sí, de manera consciente y a través de una decisión personal – a la clase media urbana trae consigo un gran cambio psicológico en el entorno del grupo, incluido el rechazo buena parte de esos “compañeros” que no llegaron a ascender de categoría social.
De hecho una de las consecuencias de la migración a las ciudades, del fordismo, fue la igualación de la población trabajadora negra de las ciudades a la población trabajadora blanca. Sin haber escalado socialmente, es cierto que se aumenta bastante el poder adquisitivo de la población trabajadora, y será el motivo de aparición de los discos raciales. Compañías enteras dedicadas a vender música a una población que hasta entonces no había aparecido en los círculos de consumo. Una historia, la de los discos raciales, que terminará con las compañías puramente negras quebradas por buscar la pureza y las compañías blancas con división racial vendiendo discos a mansalva en la búsqueda única del beneficio máximo a través de “la prostitución” de la música negra.
Es muy difícil establecer una cronología sobre cómo van afectando y cambiando las músicas y los gustos, pero se da una situación harto curiosa en esto de la música negra. Siempre fue rechazada en un primer momento, por ruda, por sucia, por visceral. Sin embargo, fue puesta de moda siempre por ese mismo rechazo. Explica el autor que la primera gran difusión de la música negra se da por las compañías blancas de teatro, en ellas se disfrazaban de negros de una manera muy burda e imitaban la música y las danzas de los negros. De estas imitaciones aparece el rag, por ejemplo, cuando los negros se ponen a imitar a estos imitadores. Paradojas de la Historia. El caso es que con los discos raciales, cuando el blues se comienza a grabar y a comercializar, éste deja de ser un estilo improvisado y puramente sentimental, se dota de una estructura y de la posibilidad de imitación, y así va ocurriendo. A cada cambio en los hábitos sociales y musicales de las épocas, aparecen imitaciones más o menos difundidas. Cuando aparece el rag aparecen las bandas blancas de Dixieland, a las que se considera que tocan algo parecido, pero que no es el auténtico jazz. Pasará lo mismo con las grandes bandas de Swing, el cool jazz y el bebop, y así hasta la eternidad.
Cada vez que aparecía un grupo de blancos que hacía música de negros, una especie de demiurgo musical hacía que los negros volvieran a buscar el blues y la forma de tocar propia para diferenciarse y buscar la autenticidad. Se habla en la obra sobre la época de las primeras grandes migraciones “poco a poco, en los cabarets de Nueva York se comenzaron a escuchar el verdadero blues y el verdadero jazz gracias a músicos provenientes de Florida, Carolina del Sur, Georgia, Luisiana, etc. Todos tocaban una música mucho más expresiva que la que hasta el momento se había oído en Nueva York”. Era algo que tampoco estaba disponible para el gran público, se reservaba a salas para las gentes más humildes.
Una permanente lucha por la búsqueda de la identidad o por la abstracción del origen para sentirse reconfortado que se expresa muy bien en las infinitas referencias que se van encontrando en el libro. Me gustaría rescatar un fragmento, cuando habla del fin de la era del Swing (años 40), en la que los músicos vuelven de nuevo a la raíz del blues y mantiene una reflexión interesante: “ si la sociedad no aceptaba a un negro, ello no se debía a que ese negro careciese de educación, a que fuese vulgar e inepto para vivir en esta sociedad, sino al puro y simple hecho de que ese negro era negro”. Con esta pequeña reflexión comenzará por estos años las luchas por los derechos civiles y el fin de las medidas segregadoras – algo en lo que influirían de forma preponderante la participación de los negros en las dos guerras mundiales, por lo que a la ampliación del mundo conocido se refiere como a la igualación que la guerra hizo de negros y blancos en muchos aspectos-. Y es que los años cuarenta, coincidentes con el fin de la “era del swing” y la aparición de músicos renovadores como Charlie Parker, Thelonious Monk o Dizzy Gillespie, hacen que, en palabras del autor “la música negra que se dearrolló en los años cuarenta mantuvo ciertos vínculos, que no eran meramente accidentales, con la rebelión social entonces en marcha”.
Podríamos concluir que la música negra, con el blues como vector de referencia, se va instalando y generando cambios en la música norteamericana caminando de la mano del desarrollo de la población negra y sus diferentes estadios. Desde la esclavitud hasta el fin de las leyes de segregación, pasando por los movimientos sociales y políticos, desde la asimilación de cierta parte de la población negra en los círculos de influencia pasando por el marxismo – leninismo de los Panteras Negras hasta el terrorismo contra blancos que alentaba Nina Simone en algunos momentos de su vida.
El libro es un regalo para todos aquellos “diggers” – me ha encantado el término -, es decir, aquellos amantes de la música que buscan profundizar y conocer algunos de los entresijos de la música más allá de los aspectos formales de la misma. Y para ello me quedo con la última frase del libro: “Todo esto forma parte de lo que un número aún mayor de nosotros debería hacer [habla de algunos proyectos de apoyo a la música y su estudio que Leroi Jones lleva a cabo en su ciudad, Newark], como por ejemplo, si realmente somos “diggers de la música”, ¡Seguir amándola!.
Mola que un estilo de culto tan bueno como la musica negra, vuelva con mas fuerza que nunca!