Alien Covenant y dónde he visto yo esto antes
Por David Rodríguez, @davidjguru
“Emmmmm, lo hizo un mago”, esta era la explicación más plausible a las rebuscadas preguntas de los seguidores de Rasca y Pica, aquellos nerds difíciles que se resistían a entrar de pleno en el universo de la suspensión de la incredulidad y seguían buscando respuestas razonadas a sus cuestiones en aquel capítulo legendario donde entraba en juego el manido recurso del perro Poochie, hiperónimo útil para englobar a personajes de tercera diseñados para el rescate (infructuoso) de una serie que ha perdido enganche. No pierdan las claves aunque puedan parecer alejadas, porque en realidad al hablar de la nueva película de la saga Alien, en realidad casi nunca dejaremos de pensar en regiones marcadas por estos elementos: la suspensión de la incredulidad y los Poochies.
Esto de dejar el sentido crítico a un lado es una cosa que importa: si uno se niega a abandonarse a asumir como real lo que le están contando es probable que no alcance a disfrutar del relato o a convertirse en seguidor fiel: para vivir bien, intente no pensar demasiado. Como recurso de un pacto establecido e implícito entre los creadores de historias y los receptores es de uso cotidiano y habitual, extrapolado además a casi todos los aspectos de la vida diaria y las cuestiones que más nos afectan. La fantasía se convirtió en la única vivencia pura y sin darnos cuenta, permeó la realidad cotidiana desde el teatro, el cine o las series hasta los videojuegos y al final, cualquier aspecto de consumo vinculado a la mediología, así que habituados ya al “no razone, asuma directamente” lo más fácil, lo más eficiente es dotar de verosimilitud a todo aquello que de partida, no tiene ningún atisbo de realidad material. A lo que tendríamos que añadir algunos matices: cuanto más cercano es el asunto, más difícil resulta la asimilación. Podemos creer que un sable láser es un objeto tangible o capaz de serlo porque nos sabemos dentro de un universo de fantaciencia, o que una tripulación puede teletransportarse en un escenario de Hard-SciFi, pero no podemos asumir que alguien monte una de las más ambiciosas expediciones espaciales que ha conocido la humanidad con una tripulación tan mediocre. En serio, es demasiado. En Prometheus y en Covenant.
Que la exploración espacial y el establecimiento de colonias humanas en otros planetas por parte de una compañía privada es ya una visión hegemónica que pocos estarían dispuestos a detectar, ya sabemos que queda poco para que el logotipo de la NASA desaparezca por completo y solo quede la imagen corporativa de SpaceX y la sonrisa de tecnólogo sociópata (disculpen la tautología) de Elon Musk. Así que lo dejamos como premisa y partimos a lo que de verdad si puede ser todavía materia de alguna discusión: no puedes invertir tanta pasta en un proyecto de tal calado con esta banda de gente cutre. Para bien y para mal ya habían pasado unos cinco años desde Prometheus y con el compromiso de no volver a revisitarla -no sé ustedes, pero yo al menos – se había olvidado todo lo que allí había ocurrido en realidad: geólogos que no quieren explorar, cartógrafos que se pierden dentro de una estructura, zoólogos que se ponen a jugar con una especie alienígena desconocida que brota de repente de un ponzoñoso charco…y un androide mamón que no duda en largarle a un compañero de la tripulación un patógeno peligroso dentro de un cubata. Con este plantel no monta uno una expedición para descubrir los orígenes de la humanidad, pero es que con el staff de Alien Covenant tampoco. Si queríamos tripulaciones chungas, aquí va otra vuelta de tuerca: capitanes que no lideran un cazzo, equipos de exploración que se lanzan a un planeta desconocido a pecho descubierto sin medida alguna de protección, gente que avanza por ahí tocando cosas que no conoce y la mejor actuación hasta la fecha de James Franco. Eso sí podríamos agradecerlo.
La nueva entrega de Ridley Scott es una tortura constante que debería lanzar mensajes en pantalla a lo largo de todo el metraje para avisar de aquello de la “suspension of disbelief”, al menos hasta que aparece el primer “rompe pechos” en la película y David-creador-loco se pone a interpretar una danza comunicativa con el bicho. No veíamos a un xenomorfo bailar desde aquella loca versión de “La loca historia de las galaxias” (Space Balls) y eso duele porque la analogía es hiriente para cualquier ser vivo con un mínimo de memoria. Y no hay manera de olvidarse de ella mientras observas la escena de Covenant en mitad de la sala de cine con los ojos abiertos como platos.
Por no arriesgar, para no recibir la paliza que recibió en Prometheus con aquellos elementos sin sentido y agujeros de guión por los que podría pasar una tuneladora de metro sin problemas, Covenant se hace conservadora, elemental, básica y pretendidamente funcional. Lo que ocurre es que la suma de tropos narrativos se superpone a cualquier elemento de interés y en definitiva, es muy normal pasarse toda la película pensando que ya habíamos visto todo eso antes.
Repasemos:
- Tripulación en ruta en una carguero espacial – Check
- Señal lejana recibida y decisión de investigar el origen – Check
- Sintético mamón que tiene intereses no declarados – Check
- Mujer fuerte que se hace cargo de la situación – Check
- Corre que te pilla el Xenomorfo – Check
Y así discurre la mayor parte de la película, entre gente capaz de pasar toda una fase de duelo en un par de minutos, confiar en un sintético muy extraño como guía en la visita turística por un sotano sembrado de bichos raros y en general, equipos que dudan demasiado cuando tienen que apretar el gatillo de manera urgente. Todo en un escenario interesante y un diseño de producción bastante potente -hay que decirlo- que alcanza el que puede ser el punto más alto de interés cuando el sintético David toma la palabra y expone (más o menos) sus intenciones. Ahí empieza a haber mandanga y las cosas toman importancia. Sí algo salva a Alien Covenant es ese pequeño giro intelectualizado, el relato del desagradecido androide David que no duda en sacrificar a su propia salvadora cuando declama a John Milton con aquello de “¿Servir en el cielo o reinar en el infierno?”, referencia directa a El paraíso perdido, obra capital del siglo XVII para desarrollar el relato de un Lucifer insatisfecho en plena rebelión contra su jefe, castigado y condenado, preparando un liderazgo desde lo más profundo del inframundo con el objetivo final de crear un gran desorden bajo el cielo (busquen la referencia, googleen, googleen) y poniendo en fila a los monstruos necesarios, mientras David entra en rapport con un xenomorfo y se convierte en un adiestrador de delfines del espacio. Solo que estos cetáceos están siempre de mala uva y son realmente difíciles de eliminar. Cuesta demasiado asumir que pueden ser domesticados.
Ahi queda Fassbender con un personaje jugando a ser Dios y a decidir la viabilidad de tal o cual especie. Despachando muerte a un lado y vida a otro, endiosado por su perfección y decidiendo enfrentarse directamente a su creador en mitad de su propio eden eugenésico, esa promesa establecida al final de la película.
Queda John Milton y permanecen las reflexiones respecto al discurso de David. Pero Alien Covenant no alcanza a ser un verso blanco. Es más bien un malogrado ripio.