Westworld, la vida que te espera
Por Chema de Ángel, @ChemaAR
Amanece en algún lugar de Andalucía. El sol cada vez más blanco, abandonando su color naranja con el que me desvela todas las mañanas. Y allí estoy yo, intentando recordar qué soñé la noche anterior y si puedo ponerlo bien con la mayor o menor gracia. Acto seguido, sin avisar y a traición, vienen recuerdos de la lejanía, de otras vidas. Quizás un deja vú. Quizás haya sido que mi cerebro haya llegado, una vez más, a un sitio antes que yo. Quién sabe.
¿Qué es eso que me atormenta? ¿Habré sido alguien ya?. ¿Esto ya ha pasado?. ¿Ha
comenzado mi bucle infinito del que jamás podré salir?. ¿Cuándo llegará la revolución?.
Vivimos en un mundo monótono. Ese sol que me despierta todas las mañanas, lo sigue haciendo desde antes de que yo naciera y seguirá así años después de que yo muera. La vida es desidia y la plenitud de los momentos en los que sentirse vivo nunca llegan.
Toda esta filosofía barata – o como alguien, más ingenioso que yo, ya ha bautizado: filosofía 0’60-empaña cada rincón de la serie Westworld, el nuevo invento de la HBO para cubrir, de aquí a unos años, el espacio que dejará en sus parrillas Game of Thrones, o Juego de Tronos para los más de aquí. Esta nueva versión, basada en una anterior de Michael Crichton, asistimos a la humanización de un parque de atracciones, como si vamos a Port Aventura y nos enamoramos del Dragon Can, dónde los ‘cacharritos’ son robots que harán las delicias – en todos los sentidos, porque esto es HBO y aquí podemos enseñar cachas todo lo que queramos- de los asistentes a este parque, los cuales buscan sentir algo real haciéndose pasar por vaqueros en el antiguo y lejano oeste. Aquí viene la primera crítica blackmirrorista que llena toda la narrativa de Westworld: para sentir algo real, hacen algo imaginario.
Y así durante 10 episodios, donde los buenos son muy buenos – o no- y los malos son muy malos – o no, otra vez, porque estamos en la nueva época dorada de la televisión y el antihéroe es lo que lo peta, chatos- y todos juntos intentarán salir adelante en un mundo donde las reglas vienen dadas por un guionista a sueldo del propio parque de atracciones.
Para comprender todo este maremagnum filosófico y argumental, hay que comprender quién es uno de los responsables de esta adaptación. Jonathan Nolan, guionista de Interstellar, la buena y la más mala del Batman de Christian Bale y hermano de Christopher Nolan, dios del cine de estudio para pensar. Por ello, es bastante comprensible que sus temas puedan resultar manidos y ya tratados, ya que son los que ha usado en su filmografía una y otra vez.
Todos esos robots que mueren una y otra vez, buscan la vida real. Sentirse de verdad y salir adelante. ¿Cómo conseguir un drama de atribuir sentimientos a objetos que no deben tenerlos? Pues eso habría que preguntarle al buenazo de Jonathan Nolan y su troupe de guionistas – uno de los cuales es Ed Brubaker, uno de los mejores autores de cómic americano- empeñados en darle una vuelta de tuerca al tema de la esclavitud con un ‘robots has feelings too’. Ese es otro de los temas recurrentes en la ciencia ficción para todos los públicos. La creación de la vida, el jugar a ser dios por parte del ser humano, logra crear mente y consciencia, algo que ya hemos visto infinidad de veces en muchas películas o series, y cuyo ejemplo más claro puede verse en El hombre bicentenario de Robin Williams.
Pero pese a todo, pese a la filosofía made in Taiwán, pese al western de baratillo, incluso a pesar de ese manejo tosco y tramposo del flashback, Westworld se postula como una serie a largo plazo. Una historia muy larga de la que solo hemos podido ver el primer tramo, por lo que habrá que esperar a verla entera para ser capaces de valorar su magnitud.
¿Qué tiene de bueno Westworld? Básicamente, lo que hace que todas las series perduren, el uso de la tensión y de los enigmas constantes, mejor llevados que otras series de este estilo, hacen que caigamos una y otra vez en conectar cada semana para caer como auténticos pardillos que somos. También hay que destacar a Anthony Hopkins, que lleva haciendo el mismo papel desde 1996 – como Ed Harris, que también lleva haciendo de malo desde La Roca, pero es que siempre lo hace bien- moviéndose entre la delgada línea del bien y del mal, dejando poco a la imaginación y consiguiendo un final de temporada lo suficientemente memorable como para enmarcarlo como un pro a la hora de ver Westworld.
En definitiva, otra serie que empieza con buenas cosas, y que habrá que esperar a ver si sigue mereciendo la pena o pasará a ser una de esas que pones hasta que coges el sueño.
Eso sí, esperemos a que no haya que decir aquello de ‘las tres primeras temporadas no son buenas, pero a partir de la sexta mejora mucho’ para dilucidar si todo nuestro viaje a este parque de atracciones ha merecido la pena.