Mafalda para cualquier día, mes o año
Por Nacho Alvarez, @neonigmacdb
A pesar de mis pensamientos cambiantes sobre numerosas cuestiones, siempre he opinado que el modo en que como personas disfrutamos de la cultura depende de varios factores, pero el más fundamental que alcanzo a identificar es el momento temporal dentro del discurrir de la vida de uno. Y con vida me refiero a la interior y la exterior. No me parece lo mismo tener que estudiar el coñazo del Superhombre de Nietzsche en el instituto que buscar respuestas en el amigo Zaratustra, con veinticuatro vueltas al Sol en el documento de identidad. Me pasó con Hesse y su lobo estepario. Me pasó con Huxley, con Pratchett, con Blake. Qué maldito sentido quería darle este tipo al tema de las puertas de la percepción cuando apenas yo dejaba atrás la adolescencia y es que la letra con sangre no entra, ni con obligación.
Y bueno, che, me ha pasado con Mafalda. No pasaría de los diecisiete cuando leí mis primeras tiras, y eso que ya andaba bastante ocupado disfrutando de las grandes historietas patrias de Ibáñez, Jan, Vázquez o de las afamadas obras que llegaban de Europa desde los tableros de Hergé o de Goscinny y Uderzo. Ya superada la veintena, pedí a mis padres que me regalaran Toda Mafalda, el mayor tomo existente con todas las tiras de Quino dedicadas a su personaje estrella. Y años más tarde, habiendo abandonado el nido, mi mujer me regaló el volumen por la epifanía del 6 de enero, esta vez para conservarlo en mi propia casa y disfrutarlo nuevamente. Parece el mismo Todo Mafalda, pero este lleva impresa una pegatina circular que recuerda que Quino ganó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2014. Sí, una sencilla estrategia de marketing para relanzar un producto, pero qué producto.
Mafalda siempre me ha parecido diferente. No solo porque esta niña reivindicativa e irritante a veces para su entorno consiguiera arrancarme una sonrisa con sus preguntas, que impactan de lleno en debates tan necesarios como la religión, la política, la guerra, el comercio o las relaciones personales. No solo por ella, sino también por todos los compañeros de batalla que Quino con maestría va introduciendo a lo largo de los casi nueve años que duraron sus aventuras, desde septiembre del 1964 en la revista Leoplán hasta junio de 1973 en el semanario Siete Días Ilustrados. Y todo ello sin faltar jamás al respeto a Los Beatles. Como debe ser.
Hablaba de los compañeros de Mafalda. Nos encontramos con unos padres enamorados de sus hijos pero temerosos siempre de las preguntas de su primogénita: “Papá, el mundo, o sea, la Tierra ¿de qué sexo es?”. No es de extrañar que proliferaran las visitas a la farmacia en busca del Nervo-Calm, calmante en gotas ficticio que alguna avispada farmacéutica ya se apresuró a convertir en producto del mundo real. La guinda a tan bien avenida familia la pone el menor de los hijos, Guille. Un personaje desternillante que descoloca al personal con sus preguntas desde una perspectiva inocente, utilizando entrañables recursos como el ceceo del que todavía no aprendió a hablar del todo. Quino encuentra en Guille muchas veces el poder de criticar al que critica, como en aquella tira que recuerdo con cariño:
– Felipe: Ufff, qué calor hace
– Guille: Ez por el Gobiedno, ¿vedad?
– Malfada: No, Guille, es por el verano
– Mafalda a Felipe: El pobre no sabe repartir todavía muy bien las culpas
Ya que hablamos de Felipe, recordemos que es el amigo de Mafalda con más aversión a la escuela. Quino enfoca en este personaje todas las manifestaciones de pesimismo y de criticismo de sofá.
Mafalda conocería durante unas vacaciones en la playa con sus padres a Miguelito, el personaje de este universo particular más bobalicón y despreocupado. Recuerdo una tira en la que Miguelito pide a Mafalda un papelito y ésta le ofrece varios, y él responde:
– Miguelito: Ah no, yo quería papelitos de esos que sirven para comprar cosas
– Mafalda: Pero eso es dinero y no “un papelito”…
– Miguelito: Bueno, ¡como se llame!
¿Cómo hará para vivir sin contaminarse? – piensa Mafalda. Quizás Quino quería representar aquí al ideario más hippie / New Age de la época. Todo lo opuesto a las ideas representadas por la figura de Miguelito se plasman en el personaje de Manolito, un mal estudiante hijo de un tendero workaholic, donde Quino muestra trazos de la defensa inconcebible del capitalismo más salvaje con ironía y gran humor. Tampoco falta la crítica a la expresión menos feminista posible de la mujer, en brazos de Susanita, un personaje representativo del pijerío estatal más preocupada de tener hijos y un marido rico que de la evolución de los derechos humanos. Sin duda, Quino descarga con gran acierto todo el peso de la defensa del feminismo en Mafalda.
Cerramos el listado de amigos recordando a la pequeña Libertad, el personaje más bajito del autor y a la vez el más respondón, reaccionario y el más divertido bajo mi punto de vista. Se nota que Quino empieza a pensar en el cierre de su obra cumbre y nos muestra un tono más agresivo e inconformista. Recuerdo especialmente una conversación entre Libertad y Mafalda:
Mafalda: Y tu papá ¿a quien piensa votar en las próximas elecciones?
Libertad: Cállate, ¡anda con una cara, pobre!
Mafalda: ¿Todavía no se decidió por un candidato?
Libertad: Sí se decidió, ¡y anda con una cara, pobre!
Mafalda: ¿Por qué? ¿Piensa que ese candidato va a perder?
Libertad: No, piensa que va a ganar, ¡y anda con una cara, pobre!
Esta y otras ocurrencias llevarían a la pequeña Libertad a convertirse en mi personaje favorito.
Se notan los años de escepticismo político marcado por escenarios diversos durante el tiempo de vida de Mafalda, como la victoria de Nixon, el asesinato de Luther King, el golpe militar de finales de los 60 y los asesinatos de estudiantes y civiles en Argentina. Afortunadamente, todavía quedaría Mafalda para rato, capítulo que se cerró en 1973. Luego Quino se dedicó a otros proyectos y a conceder entrevistas en las que he encontrado anécdotas tan curiosas como el reconocimiento del autor de autoconsiderarse más comunicador que dibujante y, de hecho, confesar que calcaba muchos de sus dibujos entre unas tiras y otras.
Decía al principio del artículo que para mi el modo de disfrutar la cultura depende en buena parte del momento en que uno lee ese artículo o ese libro o escucha por primera o quinta vez un disco. La gran carga que el autor dispensa en temas políticos, filosóficos o religiosos hace que pueda disfrutar de otra manera ahora, con treinta y cinco castañas, tiras que antes simplemente podía haber pasado por alto con más rapidez.
Cuando volví a mi ciudad tras tres años de trabajo fuera, mi hermana me regaló una lámina dibujada por Quino no relacionada con el universo Mafalda. En ella se observa a un anciano sentado en solitario en una sala a modo de biblioteca gigantesca. Sobre una mesa de patas cortas, descansan varios libros, algunos abiertos, algunos cerrados, y el anciano se pregunta, quizás en voz alta:
– “Bueno, y ahora qué sé tanto… ¿qué?”
Como siempre, Quino nos hace pensar. Cada uno puede sacar su conclusión pero a mi me gusta pensar que lo que el anciano quiere que recordemos es, sin duda:
– Drupalea, sé creativo, llena tu tiempo, vive intensamente, pero no te olvides de disfrutar del viaje.
¡Zanahodia! (que diría Guille).