El polvoriento camión de Spielberg era el diablo sobre ruedas
Por JD Romero, @JD_Romero23 y Juan Manuel Chacón, @juanmchacon
Hablar sobre Spielberg o comenzar un artículo sobre alguna de sus películas no es sencillo. De caer en el tópico a repetir cosas que todo el mundo sabe, de molestar a la gente que lo infravalora por convertir en dinero cualquier cosa a la que se acerque (menos las series) o de cómo significa la personalización del eterno sueño de Hollywood. Un tipo humilde, simpático, con camisa y gorra y cuya imaginación ha sido diseñada para mejorarnos la infancia, para enriquecer a los estudios y para no molestar a nadie. Y es que a decir verdad pocas cosas podemos decir que no se hayan dicho ya de uno de los directores más famosos y reconocidos de la historia del cine contemporáneo y es que Steven es el responsable de tantísimas películas icónicas que han sido referente del estilo de cine comercial que todos conocemos: ese cine aventurero y familiar que hizo felices a varias generaciones y que ha moldeado nuestra personalidad hasta acabar haciéndonos crear un blog para hablar sobre ello, básicamente.
Cuando la corriente cinematográfica denominada “New Hollywood” entraba en declive , apareció en escena un joven director judío y sin apenas experiencia que, junto a George Lucas y su archiconocida saga galáctica, sentó las bases de los llamados blockbusters “positivos”, esas superproducciones buenrrolleras en las que los personajes se enfrentaban a situaciones para las que no estaban preparados (de camino podíamos identificarnos con ellos) pero de las que siempre salían airosos gracias a su valentía e inteligencia. Como es el caso de aquel jefe de policía de pueblo que tuvo que enfrentarse a un peligroso escualo de instinto asesino en “Tiburón”, el primer gran rompesalas del director de Cincinnati, estrenado en 1975. Éxito que se consiguió gracias, en gran parte, a la increíble campaña publicitaria que la productora Universal realizó para promocionar la película, destinando 1,8 millones de dólares a este fin y sentando las bases de lo que se convertiría en la norma habitual para la promoción de los estrenos taquilleros veraniegos. Una película magnífica que no sólo comenzaría una serie de colaboraciones de John Williams y Spielberg, sino que causaría miedos e inseguridades a los veraneantes en todas las playas del globo por aquel año.
El éxito de “Tiburón” fue el impulso que Spielberg necesitó para empezar una carrera cinematográfica plagada de números uno gracias a esa forma única de llegar al público, al que sólo pretendía entretener con sus inauditas historias, sus carismáticos personajes y su pulso inigualable con la cámara, amen de las presentaciones de sus protagonistas. En su segundo gran éxito decidió aventurarse con una historia de ciencia ficción y extraterrestres escrita por él mismo: “Encuentros en la tercera fase”, estrenada en 1977 y la que le afianzó como nueva gran estrella del cine y demostró que “Tiburón” no fue una casualidad y que, además, se le podía -ydebía. dejar libertad creativa. Después fueron viniendo otros taquillazos que se convirtieron en el referente del cine de los 80 y los 90 y que todos tenemos más que grabados en nuestro imaginario.“E.T. el Extraterrestre” (1982), “Indiana Jones y el templo maldito” (1984), “El Imperio del Sol” (1987) o “Parque Jurásico” (1993) son solos los ejemplos más representativos de su extensísima filmografía, la cual llega hasta nuestros días.
Además de las películas dirigidas por su inconfundible mano, Spielberg ayudó a extender su sello creando escuela y contribuyendo al lanzamiento de nuevos directores a través de su propia productora, Amblin Entertainment, fundada en el 81 y que pocos años después cambiaría su imagen corporativa por un nuevo logo con una de las imágenes más icónicas de su cine: la silueta de Elliot y su bicicleta frente a la luna con E.T. en el cesto. Bajo la producción de Amblin se realizaron nuevos blockbusters con el reconocible estilo Spielberg; tanto que muchos incluso piensan que han sido dirigidos por el propio director de ascendencia judía, robando el protagonismo a sus auténticos directores, como es el caso de “Gremlims” (1984), “Regreso al futuro” (1985), “Los Goonies” (1985) o “En busca del valle encantado” (1988), Steven no sólo nos hizo la infancia más llevadera directamente, sino que también de modo indirecto.
Pero no sólo de taquillazos veraniegos ha vivido Spielberg. Antes de llegar a la gran pantalla, este joven amante del cine llevaba desde su más tierna infancia buscándose la vida a través de cortometrajes en los que ya demostraba su talento, cosa que podéis ver (y os dejará asombrados) en las cintas caseras que están como extra en el DVD o Blu-Ray de “Salvar al soldado Ryan“. Su primer premio acabó llegando con tan sólo trece años con un mediometraje titulado “Escape a ninguna parte”. Hasta que con 22 años fue descubierto y contratado por la cadena AMC como director en nómina, dirigiendo algunos capítulos de series y tv movies. Y fue con una de estas películas para televisión con la que alcanzó el reconocimiento que le hizo dar el paso posterior al cine y al olimpo del cine para todos.
Con sólo 25 años se le encargó al jóven Spielberg una película sobre un mugriento camión que causaba el terror a un padre de familia honrado de bigote, camisa y corbata y votante del partido republicano con pinta de comercial estándar de cualquier producto de segunda. El director no se centró en el desarrollo del personaje (ni del resto de personajes, si es que hay) y acabó dejando a todos boquiabiertos con lo que se supone que era una TV Movie al uso. Steven Spielberg realizaba una joya sobre persecuciones cuyo metraje se nos pasa a la velocidad de la luz y donde se acaba mejorando a la mayoría de películas estrenadas en cine. Una cinta directa a televisión dirigida con una maestría inusual para un joven de su edad y, por supuesto, dejaba entrever explícitamente que el futuro del cineasta no estaba en películas para la sobremesa televisiva.
Con el título original de “Duel“, la película protagonizada por un correctísimo Dennis Weaver fue estrenada en televisión y, como era de esperar, se le acabó alargando el metraje en la productora para ser proyectada en cines, haciendo justicia de este modo a la calidad de la cinta. La historia se basó en la novela corta del mismo nombre escrita por Richard Matheson y que cuenta la historia de David Mann, un hombre común de negocios con el carisma justo para casarse y buscarse la vida que viaja por una desértica carretera con su Plymouth Variant. Cuando en un momento adelanta a un sucio y oxidado camión cisterna (cuyo conductor no parece alegrarse por el adelantamiento) y que interpreta lo como un gesto de arrogancia se acaba convirtiendo en una persecución por parte del gigantesco camión al borde de la muerte. Una premisa tan básica y que sin embargo eleva la definición de entretenimiento a un siguiente nivel gracias a la inigualable habilidad del director.
El que fuera Rey Midas de Hollywood demostraba al mundo con esta película sin apenas presupuesto lo que era capaz de hacer con una cámara y como colocarla en el mejor sitio y moverla de manera prodigiosa. Con una premisa básica lograba crear una situación de tensión sin apenas personajes ni diálogos, simplemente gracias a un pulso narrativo majestuoso y más aun conociendo su edad en aquel momento. Steven Spielberg rodó una de sus mejores películas en menos de un mes y sin apenas presupuesto, una humilde obra maestra vibrante que conecta por momentos con el posterior George Miller de Mad Max y que nos vuelve a recordar el inmenso talento de un director algunas veces tapado por su propia sombra, por los presupuesto que maneja y por las historias más presuntuosas o ruidosas. Un camión, un coche y la cámara del genio con barba.