Pablo Ramos y El Origen de la Tristeza
Por Alberto Pérez, @NoUso
Años 80 del SXX, en un lugar entre Rosario y Sarandí, ciudades de la provincia de Buenos Aires, específicamente en el partido de Avellaneda, existía (aún existe) un barrio, el Viaducto.Es un barrio de las afueras de Buenos Aires, a su alrededor viven los “villeros”, un fenómeno que desde entonces ha crecido demasiado en Argentina.
Este es el contexto en el que arranca una de las novelas que más he disfrutado en los últimos tiempos. Había oído hablar del autor, pero no le había echado demasiada cuenta. Hace unas semanas, viendo la entrevista que le hacían sobre su libro “La ley de la ferocidad”, Pablo Ramos nos hablaba de la recuperación de Gabriel, el protagonista de “El origen de la tristeza”, y ahí que me fui yo, al origen de Gabriel. Un adolescente que a sus trece años está sintiendo en su piel el cambio de la edad, el paso a la madurez, o, lo que es lo mismo, el origen de la tristeza.
Y es que claro, originar la tristeza no trabajo de dos días. Gabriel vive en un barrio humilde, el Viaducto, y un barrio humilde de los alrededores de Buenos Aires es un barrio MUY humilde para nuestra visión europeizada. La familia vive en la casa donde vive la abuela, que con el tiempo se ha ido adaptando a las familias de sus hijos. Una casa dividida, que “Al año de haber nacido Julia nuestra pieza tuvo que ser dividida en dos para hacer la suya. Papá simplificó la construcción al máximo y levantó una sola pared, dejando media ventana para cada lado. Y si dormir en una pieza con media ventana que da a una cocina es algo que suena raro, peor era que la de papá y mamá ni siquiera tuviera ventana, y su única abertura fuera una puerta doble que daba directo a la nuestra. Así que, para poder entrar en su habitación, ellos tenían que pasar por la nuestra. También para ir a la de Julia. Para ir de nuestra pieza al baño había que pasar por el comedor, y para ir desde la de papá y mamá, había que ir primero a nuestra pieza y luego al comedor. Un comedor que en la época de los abuelos había sido una galería, y que tenía por techo un toldo de aluminio donde la lluvia, por más finita que fuera, sonaba como la tormenta del fin del mundo.”
Y es que hay situaciones que por mucho que uno se interese por la sociología de otro lugar sólo te la puede enseñar quien lo ha vivido. Quien lo ha vivido y tiene una prosa excelente, como es el caso de Pablo Ramos, o, en un tono de más cercanía geográfica, pero igual de nostálgico, como nos cuenta Pablo Gutierrez la misma época en “Nada es crucial”.
Gabriel y su grupo de amigos son adolescentes tipo, sus travesuras,a esa edad, ir a robar vino, intentar “pasarla” bien, jugar a la pelota, aburrirse en la escuela, intentar dar salida a sus hormonas. El campo del Arse (Arsenal de Sarandi), el estadio donde juega su equipo, es el centro geográfico de su mundo, siempre está presente, y donde quiera que van, mantienen ese sentimiento de unidad del barrio sumado al del fanatismo futbolero, es decir, cantando “canciones del Arse“. Quería poneros un vídeo, de la afición del Arse en su estadio, para que tengáis una imagen de esto que os comento.
“Vengo, del barrio del Viaducto, al Arse, lo sigo donde va”
Dentro del grupo de adolescentes, la mayoría son humildes, y, aunque el sentimiento del barrio está presente en ellos, uno de sus compañeros, el “Tumbeta” no va a la misma escuela, porque su familia, a pesar de vivir en la zona deprimida, si tienen un nivel económico: “Mamá me había dicho que era una escuela privada y que privada quería decir mejor, porque tenían inglés y deportes. Más tarde yo me iba a enterar que tener deportes no era tan divertido, porque jugabas a cualquier cosa menos a la pelota, y que en la privada también te podían enseñar un montón de boludeces, como eso del cantito.”
Otro detalle que llama mucho la atención es cómo la política se cuela en un grupo cuyos únicos intereses son emborracharse, intentar “coger” y el fútbol, a través de la figura de “El Percha”, cuyo padre, peronista hasta los huesos, le va contando cosas. “Para Percha todo lo que era de cemento y medía más de un metro o pesaba un poco más de un kilo lo había hecho Perón, y siempre estaba rompiendo los huevos con lo mismo.” O “—Decime —le dije—, si preparó el túnel para el subte, con estaciones y todo, por qué mierda no lo puso. —Porque en este país todo es una mafia —contestó Percha—, y te lo dice mi viejo: los verduleros son una mafia, los camioneros son una mafia y los colectiveros son la peor de las mafias. —Y los pelotudos como vos, ¿qué son?” La última respuesta de Marisa, cuyo padre era colectivero (conductor de autobús), y es que, por estas fechas, el peronismo no terminaba de controlar a los sindicatos, eso vino después, sobre todo con Menem (pero esto es ya entrar en otro debate).
Sin embargo, el libro no es un tratado de apología de la prepubertad, ni siquiera una nostalgia del tiempo pasado (como sí resulta el libro de Pablo Gutierrez al que me refería antes). Gabriel, en todo este tiempo, va viendo como cambia su grupo de amigos, como todos no van a una, cómo se empieza a sentir la soledad del adolescente. También empieza a tomar conciencia de la situación familiar, el taller de su padre, instalado en la misma casa, no da para mantener a dos familias, la suya y la de su socio, están sufriendo, por un lado la inflación que durante toda la década fue minando la industria argentina, no solo la artesanal, como era este caso, y que acabó con la llamada Hiperinflación de 1989, crisis mal resuelta que, sumada a otros muchos factores terminó en el corralito de 2001.
Gabriel va tomando conciencia de lo que pasa en casa, de cómo va creciendo y dando pasos Lucía, su hermana, de cómo han cambiado las cosas en su escuela, o como su hermano, que también era de la pandilla, ha cambiado a la secundaria y ahora vive en otro mundo. Gabriel va entendiendo que el mundo es un lugar hostil, y un par de sucesos dramáticos aumentan esa sensación.
El origen de la tristeza es el drama de quien se cree rey en el mundo y cae a la tierra, a una tierra que no es para él, o sí, para eso habría que leer la evolución del chico. Un mundo donde las decisiones que se toman pueden acarrear algo más que un “par de trompadas”.
Una auténtica maravilla, que define demasiado bien dónde está el origen de la tristeza. Una novela muy corta, no llega a las 200 páginas, y muy amena de leer (en ningún momento se hace pesada ni pedante), que sin embargo guarda en sus páginas una cantidad de elementos destacables que hace muy difícil que el lector quede indiferente.
De esta novela se realizó una película, que no he visto, y cuyo trailer la presenta más como la historia del grupo de amigos que la tremenda historia personal que esconde el libro.