Kingsman: My Fair Lady a hostias

Por Ana Rodríguez, @mmetafetan

En 2010, Matthew Vaughn estrenaba Kick-Ass, su adaptación al cine del cómic de Mark Millar. Durante la producción de la película, ambos intercambiaron impresiones sobre la nueva película de James Bond, Casino Royale: les había gustado pero echaban en falta la creación del superespía más allá del entrenamiento físico y táctico, el cómo llegó a ser el prototipo de galán que se lleva a todo el mundo de calle. La pregunta no era casual, pues el propio Millar recordaba cómo Sean Connery se convirtió en icono a partir de la primera película, 007 contra el Doctor No. Según parece, era un patán, rudo y sin modales, que tuvo que ser reeducado por Terence Young, el director de la película, para llegar a la imagen mental que tenía del personaje. Le enseñó la importancia de un buen traje, de una charla inteligente y distendida, de saber elegir un vino…

Partiendo de esa idea, Mark Millar decidió crear un nuevo cómic, en el que Matthew Vaughn colaboró en el argumento. Se trataba de The Secret Service, una serie de 6 cómics que fueron publicados entre 2012 y 2013 y que en España apareció a finales de 2014 en un tomo de Panini. En ellos se cuenta la historia de Jack London y Eggsy: un superagente que va más allá del MI5 y su sobrino, un ni-ni londinense. Después de la enésima tropelía de la que le tiene que sacar, Jack London le ofrece una última oportunidad de reconducir su vida alistándole en la escuela donde él se formó.

El entusiasmo de Matthew Vaughn al colaborar con Mark Millar le llevó a preparar la adaptación cinematográfica de esta serie. En 2013 comenzó el rodaje y en 2015 ha llegado a las grandes pantallas Kingsman. En pocas ocasiones vemos que una película y una obra de ficción vayan tan parejas en el tiempo y en el proceso de creación, pero a buen seguro que más de uno se estará preguntando si, como siempre, el libro es mejor que la peli (porque así de simples somos).

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Kingsman de Mark Millar y Dave Gibbons

Yo soy de las que siempre esquiva ese debate diciendo que son lenguajes distintos, que no todos los personajes y escenas funcionan igual en un caso u otro, lo cual creo firmemente, y que hay casos en los que la película mejora el original. En este caso, me cuesta, pues son resultados prácticamente mellizos, y donde una se crece la otra se queda más mohina y viceversa.

El argumento de Kingsman, en ambos casos, es de lo más clásico: por un lado, tenemos el tema de Pigmalión, ya citado, el cual sirve para hacer evolucionar a los personajes; por otro, está la parte de acción pura y dura, en la que los protagonistas se enfrentan a la amenaza de un rico excéntrico que se dedica a secuestrar celebridades (descacharrante el primero que vemos en el cómic, el de Mark Hamill) y que está empeñado en salvar el mundo. La base y los hitos fundamentales del desarrollo son prácticamente iguales.

Los cambios más notables se aprecian en los personajes, quizás porque el cómic exige unos personajes más esquemáticos y estereotipados, que necesiten de un desarrollo basado principalmente en la acción por el número de hojas que se le puede dedicar a ello. Tampoco es que un película de acción pueda dedicarle mucho tiempo a la introspección, pero sí algo más. Pasamos del deber familiar del cómic al sentimiento de culpa de la película, de la posición del que se siente excluido dentro del grupo pero que acaba trabajando en equipo al personaje desubicado que tiene que competir para destacar y ser el primero, el líder.

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Imagen promocional de la película. Twentieth Century Fox Film / Marv Films / TSG Entertainment

Donde los cambios se hacen más evidentes es el bando enemigo: el frikazo de James Arnold (sí, eso es lo que es teniendo en cuenta que secuestra a los protagonistas de Enano Rojo) pasa a ser Valentine, un estrafalario filántropo interpretado por Samuel L. Jackson, un nuevo rico que hace ostentación de su horterismo. Sin embargo, la mejor evolución es el personaje de Gazelle, que en la película se convierte en mujer y en una de esas villanas sofisticadas, sin caer en lo paródico, que pasarán a la historia gracias a sus piernas protésicas en forma de cuchillas, que la hacen terriblemente letal.

¿Que dónde flaquean una y otra, ya que lo he mencionado anteriormente? Quizás la película se me hizo un poco más larga en la creación de los personajes protagonistas respecto al cómic, el entrenamiento de Eggsy y la comunidad de espías que emula a la mesa redonda (con Arturo, Merlín, Galahad y Lancelot como alias, evidentemente) a la que pertenece Harry Hart. Además, mi propio prejuicio sobre la idoneidad de Colin Firth para hacer de superespía me distanciaba un poco, sobre todo porque habiéndome leído el cómic no me lo podía imaginar como un macarra de suburbio, pese a su capacidad para interpretar un amplio abanico de personajes. Además, comienza a padecer el síndrome de ciertos británicos, que llegados a cierta edad se comienzan a parecer a sus abuelas (lo siento, chicas, se está poniendo viejo pellejo).


Pasada esta parte, las tornas se cambian y la película gana. La resolución del cómic quizás peca de precipitada y te quedas pensando en que le falta algo de chicha; mientras tanto, en ese punto, la película se desmadra para bien, rozando el exceso de violencia desde un punto de vista cómico. Irreal, desmesurado, rozando lo absurdo, pero Matthew Vaughn demuestra que sabe controlar las escenas de acción de cualquier tipo (no olvidemos esa maravilla que es la pelea final en bahía Cochinos de X-Men: First Class). Es en ese momento en el que recuerdas a Mark Millar y a Kick-Ass y echas de menos en el cómic el vivo dibujo de John Romita Jr.: efectivamente, el dibujante de The Secret Service es Dave Gibbons, pero la violencia con él resulta un poco aséptica (no me matéis los fans de Watchmen).

Yo al futuro le pido más colaboraciones de Vaughn y Millar y ya por pedir, podían desfasar en Civil War. En cuanto a los planes de este finde, en este caso concreto, creo que es mejor que vayáis al cine antes que a la tienda de cómics 😉


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