Necesito ver a Frank Underwood. Ahora.
Por David Rodríguez, @davidjguru
Quiero que empiecen a liberar los nuevos capítulos de la tercera temporada de House of Cards. Ya. Ahora. Echo demasiado de menos las tramas y el ritmo de la serie, la ruptura casi constante de la cuarta pared, el ritmo y velocidad de esa lucha persistente por el poder (que no por el dinero) donde la política se separa de lo político cada vez que puede y se birfucan en objetivos contrapuestos y a veces, dicotómicos. Mis noches no son las mismas sin esas aventuras del malévolo Underwood pensando a mil por hora mientras diseña planes dentro de planes a la manera Bene Gesserit. Espero esa tercera temporada como agua de mayo porque estoy hypeado con esos teasers mínimos que está liberando con cuentagotas Netflix. Son de muy poca duración pero son un ejercicio de elegancia compositiva tremenda. Quiero que empiece ya.
He intentando reducir mi síndrome de abstinencia revisitando otra vez viejas piezas de televisión como “Yo, Claudio” por aquello de ver una serie sobre el lado oscuro del mundo de la política y el poder e incluso he intentado ver la versión original de House Of Cards en formato británico, pero claro, no ha sido lo mismo. No me ha gratificado igual. La serie inglesa por no tener la misma fuerza, ritmo y potencia interpretativa. La romana (inglesa también) tal vez un poco más: traiciones, complots y caminos hacia el poder, sí, pero el tartamudo emperador Clau, Clau, Claudio poco tendría que hacer frente a un Underwood con el que no se puede permanecer neutro. O te sumas a sus filas, o le combates hasta el final y que gane el mejor. Que además seguramente sea él. No es una cuestión de quitarle méritos al nieto de Augusto, pero estoy seguro de que sí se cruzasen las dos series en una suerte de crossover imposible, Underwood muy probablemente no permitiría dejar tantos cabos sueltos en la familia imperial. Nuestro querido Frank hubiese envenenado más y mejor que Livia y sin duda, no hubiese permitido la supervivencia del nieto aparentemente tonto del emperador. De hecho en un combate Underwood – Livia nuestro “látigo de la mayoría demócrata en el congreso” seguro que le pasa de largo. Underwood no permitiría que algo tan molesto y tan limitador como la familia o los niños (a los que odia decentemente) se interpusieran en sus planes. Y eso que Frank Underwood tiene bastante de senador romano: déspota, descreído, cínico, desideologizado “Dejemos la ideología para los generales de sillón. No me sirve para nada”. Aunque al menos tiene cierta parte positiva de líder romano: no le gusta dejar abandonados a los suyos en el campo de batalla. Una lealtad mínima.
Al fin y al cabo, como reza el dicho mafioso “Cumannari è megghiu ca futtiri” (Mandar es mejor que follar) que dicen los sicilianos y que según cuentan heredaron de la tradición imperial romana. Y en las dos acciones se maneja eficientemente Francis Joseph Underwood.
Lo he buscado en otros papeles, pero lo cierto es que podría ser el culmen de la carrera de Spacey. Es la suma de todos sus cínicos personajes anteriores y encima con una adicción al poder por resolver. Ni Keyser Söze eliminando a su familia ni ese Jim Williams en su mansión de Georgia sonriendo mientras observa los avances de las investigaciones en su contra son capaces de superar a nuestro experto en cinismo descreído. Y por supuesto si tiene que sublimar su libido con algo que no sea necesariamente el poder y la influencia o bien sale a echar una carrera noctura o bien se lo monta con gente de su escolta. Nada de cometer el error de atraer a su lado a chaperos arrastrados por las calles. En ese sentido House of Cards podría estar por encima del jardín del bien y el mal.
Necesito que aterrice ya la tercera temporada. En serio ¿Qué más queda? ¿Podemos seguir viendo avanzar a Underwood ahora que ya ha llegado a la cima de su ambición? ¿Dónde lo harán ir los guionistas de la serie? Estuvo cerca del clímax en la ambiciosa batalla contra su némesis Raymond Tusk, el único personaje que estuvo a su nivel e incluso más allá y la única persona que consiguió enfadar mucho a nuestro despiadado protagonista: fue la primera vez (y única, de momento) que descubrió que él mismo podía ser un peón de las partidas de otro jugador, algo así como si de repente hubiese comprendido la existencia de una dimensión superior desde donde lo estuvieran manipulando. Si Raymond Tusk era un excelente estratega, un buen manipulador y un archienemigo de altura derrotado finalmente por Underwood, ¿Qué nuevo monstruo espera en la siguiente pantalla? ¿Quién le volverá a proporcionar dolores de cabeza al flamante POTUS (Presidente Of The United States)?
¿Se abrirá el asunto de la muerte del congresista Russo? ¿Qué demonios ocurrió con Doug Stamper? ¿Habrá más capítulos dirigidos por David Fincher?
Mientra me hago estas preguntas y voy devorando los pequeños teasers que Netflix va liberando, repaso las claves del personaje para no olvidar ninguna y que la tercera temporada me coja concentrado. ¿Frank Underwood? Sí, aquí van algunas notas elementales:
1-Infancia jodida, muy jodida. Con un padre cultivador de melocotones depresivo y de poco carácter que estuvo a punto de suicidarse y al final murió de un infarto. Frank Underwood lo consideraba “una pérdida de oxígeno”.
2-Miembro del partido demócrata de Carolina del Sur, de Gaffney, distrito en el que ha sido elegido once veces consecutivas. Viaja periódicamente a su pueblo para mantener contacto con sus electores, aunque en realidad lo aborrece profundamente.
3-En 1977 entró a estudiar a una academia militar donde además de aprender valores clásicos como honor y tal, tuvo sus primeras experiencias homosexuales.
4-El padre de su pareja Claire financió sus primeras campañas. Se casaron hace 27 años y no han tenido hijos de manera consensuada. Para Frank la paternidad no es una meta en la vida y además odia profundamente a los niños.
5-Solo para que no se le olvide a nadie: Frank Underwood es un psicópata peligroso. Y no tiene Kryptonita.
Sisisisisiisisisiisisissisisisiisisisisiiiiiiiii!!!!!