Birdman: Un kamikaze con disfraz de pájaro
Por Toni García Ramón
Hay muchas cosas buenas que pueden decirse de Birdman y una de ellas (una importante) es que no parece una película de Alejandro González Iñárritu. El director mexicano y su guionista habitual, Guillermo Arriaga, habían torturado al respetable con insufribles repeticiones de su mayúscula opera prima, Amores perros.
Ese mundo de repartos corales estampado en Babel o 21 gramos, donde una orquesta sinfónica marca el momento en que uno debe llorar y todo aparece fatalmente conectado había convertido la marca Iñárritu en un auténtico despiporre: no había quién se tragara las películas de este realizador, poseedor de un ego desmesurado que le llevo a romper con otro ególatra consumado, el mencionado Arriaga. Gracias a Dios.
Sin embargo, cuando todo parecía brumoso para un tipo ciertamente dotado (y talentoso), el hombre se nos descuelga con Birdman y de repente vuelve a salir el sol.
En los primeros 15 minutos de este filme (uno de los favoritos a llevarse un porrón de Oscar) hay más cine, más dedicación y más sustancia que en sus tres últimas películas juntas, y eso siempre es una buena noticia.
Birdman destapa las miserias de la industria cinematográfica como pocas veces se había visto antes (me viene a la mente El juego de Hollywood, de Robert Altman, pero igual es cosa mía) y lo hace a través de la historia de un actor que trata de huir del rol que amenaza con hundir su carrera y que se ha convertido (ahí es nada) en una especie de voz en off que resuena en su cabeza y le hace creer que posee alguna clase de poder.
Michael Keaton (el actor, en uno de los mejores papeles de su carrera… qué demonios: en el mejor papel de su carrera) da vida al perturbado intérprete, tratando ahora de poner en pie una obra en Broadway mientras lidia con una petulante hija yonqui (impresionante Emma Stone, en uno de esos papeles que prueban que es mucho más que un rostro bonito) y un coro de chiflados que compiten en locura con la propia voz de Birdman. Esa lucha por recuperar la dignidad –por así decirlo-, la cordura y la carrera, es el núcleo narrativo de una película que se agarra al cuerpo del espectador como un pulpo cocainómano.
En el plano secuencia que abre el filme recibe el star-system hollywoodiense, los periodistas (esa deliciosa escena en al que el actor es entrevistado por tres plumillas a cada cual más plomizo que el anterior es uno de los mejores retratos de la profesión en décadas), las franquicias de superhéroes y las nuevas tecnologías. A lo largo del filme pocas cosas quedarán en pie, empezando por el concepto de ‘familia’ que tanto tormento ha traído a la raza humana desde el principio de los tiempos.
Hay en Birdman (entre otro millón de cosas) una preciosa reflexión sobre la imposibilidad de la redención, sobre la reinvención como único método de supervivencia. Esos momentos donde la vida nos ahoga son en realidad la gran excusa de Iñárritu para pintar un –gigantesco- fresco en el que se pelean lo que fuimos, lo que nunca seremos y lo que soñamos que podríamos ser.
Naturalmente, todo ello no sería posible sin un gigantesco reparto (Edward Norton demuestra aquí que cuando alguien le da un buen guión es difícil seguirle el ritmo), una pericia técnica que roza la filigrana y una ambición desmedida que se respira en cada escena. “Aquí estoy yo, niños y niñas” parece gritar Birdman a los cuatro vientos.
Ese paseo del protagonista por Times Square, la fabulosa (fa-bu-lo-sa) banda sonora de Antonio Sánchez, cada una de las conversaciones de Keaton con Stone (la clase de hija –de perra- que haría descarrilar a un tren), la reflexión sobre el ridículo rol que las redes sociales han adquirido en los últimos tiempos (donde el usuario adquiere el rol de vasallo, diana y estatua, todo al unísono), el tenebroso repaso a las miserias de la meca del cine o la implacable maquinaria que preside el paso del tiempo son algunos de los motivos por los que cualquier aficionado al arte (no solo al cine, a cualquier arte) debería acercarse a ver Birdman. No van a haber muchos filmes como este en 2015 (ni en 2016 o 2017… o 2018) y hay que aprovechar la ocasión antes de que llegue la siguiente entrega de Transformers.
Como cinéfilo uno siempre espera encontrarse esas películas que le hacen recuperar la fe, como el que entra en una iglesia esperando que Dios se manifieste y le hable al oído. Birdman es una de esas películas y no lo es solo por su inmenso despliegue visual o su excelencia conceptual sino porque bucea en recodos fangosos de nuestra existencia sin miedo a mancharse las manos y nos recuerda que el cine valiente, el osado, el suicida, es la mejor clase de cine.
Joder, ya estoy absolutamente hypeado con esta peli.
De acuerdo con la crítica, pero Babel me gusta