Asómate a El balcón en invierno, de Luis Landero
Por Alberto Pérez, @NoUso
“El balcón en invierno” es la última novela de Luis Landero, aunque en realidad, tampoco se si es una novela. El balcón en invierno, ese desde el que mira Madrid junto a su madre, se convierte en una suerte de memorias, de repaso nostálgico de una(s) vida(s) que se fueron, que se alejan.
Y es que para entender este libro de Landero hace falta que nos vayamos un poco atrás, atrás, en la historia personal del autor, y atrás, en la Historia de España en el Siglo XX. Os estoy mintiendo, en realidad para entenderlo todo sólo hace falta sentarse en un sillón orejero con una manta, el libro, y despegarse de todo un buen rato, pero vamos a lo otro.
Luis Landero es uno de tantísimos extremeños que salió desde su tierra a probar fortuna en otra parte, en su caso particular fue su familia la que se fue, siendo él un niño. La tierra de los conquistadores siempre ofreció, al resto de España, una buena cantidad de inmigrantes, valientes, soñadores, deseosos de seguir adelante.
El relato de Luis Landero pasa por varias fases como la del desarraigo que la inmigración produce, aunque sea dentro del mismo territorio nacional, la de un sistema de educación y formación de alambre flojito, además de por sí mismo, por las circunstancias socioeconómicas del momento. Esto, además, lleva a la incertidumbre existencial de un adolescente rural en Madrid.
El relato tiene varios hitos, como la presencia de un padre autoritario al que solo redescubrirá el autor con el paso de los años, y la ausencia de ese mismo padre, que hace muy diferente la vida. La insistencia familiar para aceptar un puesto de trabajo “de bien”. como administrativo de una conocida empresa, o la presencia de su primo el inventor.
El balcón en invierno es un compendio de recuerdos, y como tales, nunca se sabrá que parte es la ficción del auto y que parte fue la real. También es un canto al recuerdo de las historias de niño, de la fascinación por las cosas más nimias. Y, por supuesto, no deja de ser un grito de aliento a ese campesinado que se esta perdiendo a marchas forzadas, el que para sobrevivir fabricaba sus casas, sus aperos, sus instrumentos musicales.
Ese campesinado que con su popular sabiduría reconoce cuando iba a llover, o, en este caso, una familia que tenía casi un don para contar historias frente al fuego, de manera que cualquier insulso pasaje de sus vidas se convertía casi en una novela de acción.
Y en este particular viaje, si el lector está familiarizado con la obra de Luis Landero, reconocerá pasajes de los recuerdos del autor que asociará a alguna de sus novelas, en las que “cualquier parecido con la realidad es que algo similar me pasó a mi de pequeño”, lo que viene haciendo aún más cercano cualquier episodio de la novela – que repito, aún no se si esto es una novela, unas memorias, una autobiografía, o a lo mejor es todo ficción y se ha quedado con nosotros-.
Y es que leer a Luis Landero es una de las experiencias más bellas y simples que puede tener cualquier aficionado a la literatura. Porque eso, belleza y simplicidad es lo que definiría a sus novelas. Nunca hay tramas enrevesadas, ni los protagonistas son gentes especialmente extraordinarias – en el sentido tradicional de la palabra, que en lo cotidiano hay más de extraordinario que en toda la obra de Marvel y DC juntas -, pero todo te resulta, tan cercano, y tan bello, que termina ensimismando y atrayendo al lector como quien en una noche de frío se va acercando a una chimenea, atontado, inconsciente, llamado por un calor que se puede ver.
Y uno de los grandes ejemplos es, en esta obra, cuando al principio explica el proceso creativo de su nueva novela, cómo ha trabajado a los personajes, le ha puesto una historia detrás, los ha creado, ha empezado a ver qué iba a pasar, y ha dicho, pero si esto no va a ningún lado, vamos a hablar de mi madre. Esa es la sencillez, el calor, lo que todos alguna vez hemos podido pensar a la hora de crear cualquier cosa, pero si esto no le va a interesar a nadie, seguro que hablo de esta otra cosa, que para mi es cotidiana, y al menos me quedo a gusto.
Eso es Luis Landero, un cronista sencillo, agradable, bello en su expresión, pero nunca pedante. Espero que todo le siga yendo bien, y que pronto esté esa novela del señor que investiga a los mendigos. Luis, si lees esto, por favor, queremos leer esa novela.