Hikikomoris o cómo un millón de japoneses vive sin salir de su cuarto en años

Por Redacción CIBASS, @CIBASS_Blog 

 

Hace unos días hablábamos de The Wolfpack, un documental sobre un padre y una madre que llegaron a Estados Unidos con la idea de hacer dinero y utilizar la ciudad de Nueva York como trampolín para irse a vivir con sus hijos a otro país. Los años pasaron, el dinero no llegó y el cabeza de familia se obsesionó con la peligrosidad y los riesgos de las calles de la gran manzana hasta el punto de no dejar salir a sus hijos a la calle durante años. Pero los adolescentes se revelaron y empezaron a disfrutar de lo que el resto de gente considera vida normal, a ellos se les denegó esa libertad y estaban deseando saborearla con la ingenuidad de un niño de cuatro años que va al cine o a la playa por primera vez.

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Lo curioso es que en Japón -y desde hace más de una década- se está dando un caso similar pero muy agravado: son los propios jóvenes los que deciden encerrarse en sus cuartos y no salir jamás, algunas veces hasta en cinco años. Confinarse en una habitación con televisión, Internet y cómics y no salir al mundo real se ha convertido en una prisión voluntaria elegida por uno de cada diez japoneses adolescentes (incluso algunos de ellos de más edad y cercanos a la treintena). Con las persianas cerradas para no tener ningún contacto con el mundo real, abren unos centímetros la puerta una o dos veces al día para recibir la comida de su madre y en los casos más extremos salen de noche a la cocina e introducen rápidamente algo de comida en el cuarto. En este segundo caso (el más radical) los padres pasan años -literalmente- sin recibir ni una sola palabra por parte de los hijos.

Pidiendo de vez en cuando algún videojuego o cómic Manga por Internet, descargando películas y series y durmiendo sobre montañas de basura -se niegan a salir a tirarla o a que sus progenitores entren a limpiar- los Hikikomori que no gozan de cuarto de baño en su propia habitación (la mayoría) apenas se duchan o lo hacen cada varios meses. Manteniendo el contacto con otras personas solamente mediante el ordenador, esta fobia social se ha extendido de manera alarmante en todo el país, hasta el punto de ser conocidos como “solteros parásitos”; jóvenes que viven de comer sopas instantáneas y de la paciencia de sus padres y que ya representan un 10% de los muchachos de todo el país.

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Hay dos grandes cuestiones que uno se pregunta al abordar el tema de los Hikikomori (que significa algo así como “apartados de la sociedad“) en Japón; la primera es por qué se recluyen completamente durante periodos tan largos de tiempo y la segunda por qué los padres no los fuerzan a salir de la habitación. Las respuestas son sencillas aunque preocupantes: el nivel de exigencia escolar a los jóvenes japoneses es tan exagerado (con clases intensivas a las que los apuntan los padres en las que hay cinco horas de sueño y 19 de aprendizaje) que en muchas ocasiones prefieren encerrarse en una cárcel voluntaria durante años para no tener que rendir cuentas ante las expectativas de sus padres y a todo lo que les exige la sociedad. A su vez, los progenitores entienden los primeros días que se trata de un capricho temporal y que se les pasará, pero cuando la realidad les enseña que pasan los meses y años (y el joven no sale ni se comunica) empiezan a temer la reacción del aislado si se acercan a intentar acabar con el tipo de vida que ha elegido, y asustados por lo que los vecinos puedan pensar -en la mayoría de casos la cuestión se lleva en un rotundo silencio- acaban por no tomar ninguna decisión.

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La preocupación de las autoridades japonesas respecto al tema no es pequeño: cuando tienes a una gran parte de la población recluida en su habitación durante años es lógica y natural su pérdida de habilidades sociales y conocimientos adquiridos (sus únicas referencias son los videojuegos y los cómics) es lógico pensar que será un problema económico colectivo en el futuro. Se estima que un millón de personas tendrán que enfrentarse a una vida laboral y social sin ningún tipo de capacidad para las mismas. La cifra no acaba de bajar e incluso se estima que es bastante inferior a la real, ya que miles de familias prefieren llevarlo en secreto por significar todo un trauma.

En Europa e Hispanoamérica ya se conocen casos similares porque la presión social y las exigencias a los jóvenes son parecidas. Y aunque creamos que el tema nos toca de lejos hay que decir que en la actualidad en España se conocen alrededor de doscientos casos de síndrome de aislamiento social, curiosamente un fenómeno que hasta hace no mucho se vinculaba únicamente a Japón. Una sociedad que exige demasiado (y en ocasiones no da casi nada a cambio) unido a un desarrollo del ocio individual han hecho de lo que fuera una anécdota asiática a todo un fenómeno problemático ¿Estaremos ante el germen europeo de los Hikikomori? ¿Puede ser una opción saludable el aislamiento para evitar los riesgos del planeta-cuñado?


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