Heavy Metal y Jack Daniel’s con Cola: un día en la vida de Lemmy
Por Scott Burton
Subido en un tanque restaurado de la segunda guerra mundial y ataviado con un uniforme nazi. Es una de las imágenes más surrealistas y llamativas de Lemmy (Greg Oliver y Wes Orshoski, 2010), el documental que intenta acercarse al modo de pensar, la obra, la visión del mundo y el día a día entre ser un icono del Heavy Metal, un fanático de la historia militar y un obseso del Jack Daniel‘s con cola (combinado de bourbon y bebida azucarada posteriormente renombrado como “Lemmy” en honor a este ya legendario sujeto).
Pero situémonos. Ian Fraser Kilmister nació en 1945 en Inglaterra y tras una infancia en la que aprendió a no depender de nadie y a representar inconscientemente la esencia del rock and roll: con algo más de quince años Lemmy pudo asistir a un concierto de The Beatles, hecho que le acabó marcando. Desde muy joven trabajó cargando y descargando los camiones de otras bandas mientras que compaginaba la labor como bajista y vocalista suplente en grupos de tercera. Se dice que aceptaba los trabajos para otros grupos como mulo de carga sólo para poder estar cerca de la música, hasta que un día se le dió la oportunidad y comenzó la leyenda.
Bautizado con el mismo nombre que su protagonista, “Lemmy” es un filme que intenta el acercamiento a una persona que ya en 2010 era todo un símbolo de su profesión. Genio y figura, la película no sólo constata las leyendas urbanas sobre el líder de MotörHead sino que las amplifica con creces cuando cogemos sitio y empezamos el visionado. El señor Kilmister vive en un apartamento-pocilga rodeado de todo tipo de memorabilia nazi que colecciona desde hace décadas y completamente alejado de los lujos y excesos superficiales que le presuponemos al líder de una banda de rock. Pagando 900 dólares al mes por un pequeño piso en una zona corriente de Los Ángeles simplemente porque se encuentra cerca del Rainbow, local histórico para el rock angelino en el que nuestro protagonista pasa los días a base de Jack‘s con cola y máquinas tragaperras.
Y poco más. Cuando Lemmy no está de gira se dedica a componer, buscar recuerdos del nazismo, beber su bourbon favorito y jugar a las tragaperras en el Rainbow. Tanto es así que sus fans -literalmente- cuando querían conocerlo sólo tenían que acercarse al mencionado bar y allí se encontrarían a este icono del rock entre whiskys y el sonido de las monedas cayendo. Seguimos, otro de los momentos surrealistas del documental (y encontramos muchos) es el ya mencionado de ver a Lemmy ataviado con indumentaria nazi subido encima de un tanque de la segunda guerra mundial mientras el director del documental le pregunta que si le preocupa que haya gente que piense que tiene ideología nazi. La respuesta no tiene desperdicio “Si lo fuera sería el peor nazi de la historia, he tenido seis novias negras y si los enemigos de los alemanes hubieran tenido uniformes así de chulos también los coleccionaría, pero no fue el caso”. El cantante, bajista y compositor liquida sin titubear una de las mayores polémicas que le han acompañado durante años sobre su afición al coleccionismo, hobby del que es toda una enciclopedia de datos, fechas y todo tipo de detalles.
Atendiendo a los compañeros de profesión del artista que aparecen en la película (y que van desde Metallica a Nirvana o Guns n’ Roses) Lemmy es mucho más grande de lo que los ajenos al heavy metal pensamos. Su forma de escribir y componer canciones, de tocar el bajo e incluso su estética lo han convertido en uno de los pocos símbolos inquebrantables en un negocio de la música cada vez más atiborrado de productos sin alma ni autenticidad. Lemmy es Lemmy 24 horas al día, cuando está de gira y cuando no, en medio de una grabación, charlando con Billy Bob Thornton en un restaurante, en el Rainbow o en el bus del grupo.
Al igual que nos pasó con el documental sobre Anvil -y guardando las distancias- encontramos en Lemmy a una de las personas más honestas que hemos visto en mucho tiempo. Un tipo que, a pesar de la mala prensa histórica que ha tenido el heavy metal, defiende su manera de vivir y de entender las cosas con un sentido común y una honestidad que ya quisieran para sí la mayoría de esos a los que no dejamos de oírles esa misma expresión. Un talento cuya personalidad y habilidad musical le han llevado tan lejos que se convirtió en símbolo mucho antes de fallecer. Lemmy representa las virtudes de ser uno mismo hasta el final, alguien a quien más allá de su talento musical y de la influencia que ha ejercido durante décadas para miles de fanáticos (muchos de ellos hoy también ídolos en lo suyo) supo apostar por la autenticidad y tuvo su resultado. Más allá del icono que hoy representa, el músico de las botas de cuero, el sombrero negro y el bigote es alguien a quien se le toma aprecio durante las casi dos horas de metraje de duración, tanto que cuando aparecen los títulos de crédito uno tiene la sensación de quedarse con ganas de pasar más tiempo con este hombre. Y es que no sólo echamos en falta a gente cuya contribución a la música sea genuina y sincera, sino a personas auténticas en modo y forma.
Seguro que en el cielo ponen Jack Daniel‘s con cola, amigo Lemmy.