¿El puente de los espías? Toma Spielberg, moreno
Por Toni García Ramón, @tgarciaramon
A Steven Spielberg no se le toca. Deberían poner un cartel como este en todas las salas de cine, solo como recordatorio para esos majaderos que se dedican a ir por ahí hablando de él como el que habla de su cuñado. “¿Spielberg? No es para tanto”.
Simplemente hay que ponerse los primeros 12 minutos de Salvar al soldado Ryan, no hace falta más. Un día le preguntaron a Michael Caine, veterano de Corea y actor de primera clase, si había alguna película que reflejara lo que era realmente la guerra. Caine se lo pensó un momento y dijo: “Salvar al soldado Ryan… ¿me pregunto cómo lo hizo ese hijo de puta de Spielberg”.
Pero el rey Midas no solo es Ryan. También es El diablo sobre ruedas, Tiburón, E.T., Encuentros en la tercera fase, Munich, La lista de Schindler, Minority report, Parque jurásico, En busca del arca perdida, El imperio del sol o la pantagruélica 1941. Al menos diez obras maestras jalean su carrera, ha sido un renovador de géneros como la ciencia-ficción, el thriller o el drama y sin él los efectos especiales no serían ni la mitad de lo que son ahora. Pero aún así, siempre queda algún mamarracho que le trata como si fuera un simple director comercial. Tipos que creen que para hacer cine de autor tienes que llevar gorra, fumar en pipa y hacer películas en blanco y negro con diálogos ininteligibles.
La última película de este genio irredento no va a hacer cambiar de opinión a nadie. Tampoco saldrá en las listas dónde se dirime lo mejor de su carrera, ni será recordada como un hito cinematográfico. Sin embargo, es la enésima demostración de la potencia narrativa de Spielberg, su sabiduría visual y esa capacidad que tiene para sacar lo mejor de cada actor. El puente de los espías (que así se llama la película) es un filme de espías, uno de esos que podía haber rodado Pakula o Frankenheimer en los ’70, casado con el clasicismo y ambientado en la guerra fría, cuando un muro en Berlín nos recordaba lo lejos que estábamos de nuestros vecinos del este. El protagonista vuelve a ser un gigantesco Tom Hanks, perfecto en ese rol de anti-héroe, de tipo que siempre cae de pie, metido en un asunto que le viene grande pero del que no puede escapar.
Son más de dos horas de película que pasan como el rayo y que en manos de uno de esos directores modernos que tiene que meter dieciocho helicópteros en cada plano hubiera resultado un insoportable artefacto inacabable con diez mil planos por segundo. Spielberg, un tipo que rueda inusualmente rápido (como Clint Eastwood, el otro único director capacitado para rodar una película como esta) y cuya obsesión por el detalle solo rivaliza con su único defecto: esa tara emocional que le obliga a ser moralista y estadounidense cada vez que nos despistamos.
Eso es lo que podemos reprocharle: su manía de restregarnos que somos los buenos y que siempre lo seremos. Pero si ese es el peaje que hay que pagar para seguir viendo sus películas, bienvenido sea.
Hay ganas de verla a ver que pasa con esta americanada
Estoy totalmente de acuerdo con este articulo. Tuve el placer de disfrutar esta película la pasada semana y la recomiendo.