Kung Fury, la mejor película de la historia
Por JD Romero, @JD_Romero23 y Juan Manuel Chacón, @juanmchacon
Muchos pensaban que la llegada de Internet y el nacimiento de los métodos de financiación colaborativa harían temblar los cimientos de las industrias culturales. El crowdfunding (o micro-mecenazgo para los defensores de nuestra milenaria lengua) ganó bastante popularidad allá por 2012 y la verdad es que hace bastante poco tiempo para algo que nos suena tanto. Un “nuevo” método que prometía ser la revolución, por el cual cualquier usuario de la Red podía aportar su granito de arena para financiar un proyecto. Pero lo cierto es que, tres años después, se pueden contar con los dedos de una mano (y sobran cuatro) los éxitos logrados con este sistema en el particular mundo del cine. Éxito relativo. La película “El mundo es nuestro” logró llegar a las salas con una taquilla bastante modesta y, además, fue necesaria la inversión de productores e inversores de mayor envergadura para cubrir el total del presupuesto.
Peor fue el caso de El Cosmonauta, que podría considerarse como la primera película en España financiada 100% con crowdfunding, lanzada en Internet, y que acabó en un estrepitoso fracaso tras más de cuatro años de producción. Aunque es justo decir que la razón de este fracaso no fue el sistema de financiación, sino cuestiones más bien distintas. Podríamos resumirlo en una “falta de entendimiento” entre el público y los creadores de la obra. La libertad creativa que permite el crowfunding no tiene porqué ser necesariamente buena. El público no tiene piedad; y mucho menos cuando ha contribuido económicamente y eso les convierte en algo así como productores ejecutivos en masa. Quizás el fallo de los impulsores de El Cosmonauta fue hacer una película demasiado indie, una apuesta personal del director Nicolás Alcalá. Y claro, las apuestas personales no son bien recibidas cuando han sido levantadas con la ayuda desinteresada de miles de personas. A pesar de todo, esto no significa que el crowdfunding sea un engaño y que no se le pueda sacar partido. Si hay talento da igual de donde venga el dinero o “El dinero es dinero, venga de donde venga” parafraseando a Mucho Muchacho.
Lo normal sería pensar que es imposible satisfacer a un público tan especial y poco definido como el de Internet. Nos alegra poder deciros que os equivocáis. Es perfectamente posible y, además, ya se ha hecho y se llama: Kung Fury, así es nada. Este mediometraje de 30 minutos es creación de David Sandberg, un cineasta sueco que hasta la llegada de esta genial obra se había dedicado a la dirección de videoclips y spots publicitarios en su país natal. 5.000 dólares fue la inversión inicial necesaria para grabar, en 2012, un tráiler, hecho casi por completo frente a la tela verde de un croma, que publicaron en Kickstarter, un sitio web destinado a presentar proyectos para conseguir financiación a través del ya mencionado crowdfunding. La propuesta de estos suecos caló tan hondo entre los usuarios de la web que en tan sólo 24 horas ya habían conseguido sus primeros 200.000 dólares. Cuando la campaña de recaudación se cerró dos años después, en enero de 2014, la cifra alcanzada superaba los 630.000 dólares gracias a la contribución 17.700 personas.
El éxito de esta campaña hizo posible el nacimiento de un mediometraje completamente adaptado al lenguaje y los gustos del exigente público de Internet. Presentarlo en mayo de 2015 en el festival de Cannes fue más un atrevimiento que otra cosa. El público de ese tipo de festivales no es precisamente el más adecuado para un proyecto de estas características. En Cannes apenas arrancó unos tímidos aplausos, pero en Youtube (donde se puede ver gratis) ya ha llegado casi a los 15 millones de reproducciones y a los 400.000 “likes”. Por lo tanto, no hay duda de cuál es la ventana de explotación de este tipo de productos. El secreto consiste en saber cuáles son tus aspiraciones y tener claro a qué público te estás vendiendo.
Si atendemos a los elementos que aparecen en Kung Fury podríamos decir que estamos ante la mejor película de la historia: artes marciales, robots, máquinas arcade, aventura épica, nazis, monopatines, viajes en el tiempo, macarras, hackers, dibujos animados, mitología, dinosaurios y todo contenido en treinta minutos, eso sí, la media hora mejor aprovechada de todos los tiempos. Y es que Kung Fury nos cuenta la historia de un policia del Miami de mediados de los ochenta al que son traspasados los poderes supremos del Kung Fu, una especie de habilidad superior que lo hace prácticamente indestructible y que lo llevará a perseguir a Hitler a través del tiempo para acabar con él. Un maravilloso what the fuck épico acompañado de sintetizadores ochenteros de primer nivel y el apropiadísimo y melódico AOR, como no podía ser de otro modo.
Kung Fury viene a ser una sobredosis ochentera que homenajea a la serie b de aquella década pero dando un toque de calidad al producto: la dirección, la fotografía, la música, las coreografías… todo tiene un nivel óptimo que eclipsa y te deja con una especie de sensación de que eso que estás viendo no puede ser verdad. El homenaje perfecto a la sesión doble Grindhouse que incluso supera al experimento que Tarantino y Rodriguez llevaron a cabo con Death Prrof y Planet Terror. La película de David Sandberg eleva y comprime todo ello y da un paso adelante ofreciendo la veneración absoluta del placer culpable para los hijos de los setenta y ochenta y lo hace con una profesionalidad y un acabado no vistos hasta el momento, todo bajo el filtro VHS y los rosas y violetas.
Cariño podría ser la palabra que mejor definiría al fenómeno Kung Fury. Pero no nos confundamos, la cinta sueca se distancia de la mayoría de subproductos que rinden tributo a la nostalgia ochentera de cortometrajes para youtube y el resto por una cuestión bastante importante: el talento. El director (también protagonista de la cinta) sabe perfectamente como colocar la cámara para llevarnos a aquel tiempo, homenajeando a las máquinas recreativas no sólo dándole peso en la narración y desarrollo de la historia, sino rodando las escenas de acción de modo que realmente tengamos la sensación de estar por momentos en ese híbrido entre arcade y película. Un cúmulo de detalles que incluye un vestuario perfecto, lamborghinis voladores y un cameo de David Hasselhoff realizando un papel justamente a la inversa de como se hizo popular en todo el globo.
La cinta es una carta de amor abierta, explícita y en mayúsculas a los que crecimos devorando toda una subcultura en diferentes vertientes y que al final hemos acabado siendo una generación gigantesca . Pero no sólo eso, estamos ante un producto redondo, nos descubre a un magnifico director y creador de universos cohesionados de cientos de cosas que molaban, dejaron de molar y ahora vuelven a ser lo más y nos presenta a un tipo que tendrá una prometedora carrera por delante. Kung Fury no sólo es uno de los últimos hypes de internet, sino el placer culpable definitivo, una película de culto y un instant classic apoteósico del que nos preguntamos como no acabó siendo directamente un estreno de cine de 90 minutos.
Nosotros, los hijos de Cannon films.