Yo soy Heisenberg
Por Toni García Ramón, @tgarciaramon
Se ha dicho todo de Breaking Bad. Ha sido analizada del derecho y del revés en busca del secreto de su éxito.
Los guiones han sido diseccionados, sus actores examinados desde cualquier perspectiva imaginable y su creador, Vince Gilligan, elevado a los cielos de la creación.
Nadie podía imaginar cuando empezó, en 2008, que esta serie de AMC (probablemente, la mayor competidora de la legendaria HBO) acabaría convirtiéndose en parte de una lista que incluye a The wire, Los Soprano, Deadwood o Hermanos de sangre, clásicos como la copa de un pino que han convertido al medio (televisivo) en un monumento al arte.
Probablemente, una de las preguntas más repetidas cuando se habla de Breaking bad es qué conduce al espectador hasta la empatía absoluta con un tipo que se dedica al tráfico de anfetaminas y que acaba convertido en un gánster de tomo y lomo. No hay respuestas sencillas, más allá del clásico tópico (no por tópico menos cierto) que cada vez gustan más esas figuras de alma punk y rostro desencajado que en cierta parte son reflejos retorcidos que nos devuelve el espejo (nuestro espejo), malotes con corazón quebradizo que no tienen más rival que ellos mismos.
Sin embargo, con Heisenberg (ese villano vehemente que acaba transportándonos a otra historia de códigos distintos a medida que se oscurece y se calza su sombrero) tiene otro matiz que resulta ser incluso más interesante: su enfermedad.
El cáncer que le consume (y que es la génesis de su decisión de pasar a ser un simple profesor a un kingpin, un mago del crimen. La pregunta aquí (y no es baladí) es la afectación que la enfermedad tiene sobre su percepción del crimen, cómo el cáncer y la certidumbre sobre un final que se adivina cercano, destruye sus principios morales, sobre los que se había sustentado su existencia hasta aquel preciso momento.
Esa irrupción de la naturaleza en la vida de un ser humano, y el cambio que implica en términos absolutos es donde Breaking bad demuestra sus galones: la humanización del mal en la serie tiene una raíz tan trabajada (y tan real) que es sencillo formularse un millar de preguntas al mismo tiempo, más allá del clásico ‘¿qué haría yo?’.
Y las respuestas, todas distintas, pero en la misma línea de complejidad que marca Breaking bad, es que –llegados a cierto punto y cruzadas ciertas líneas rojas- todos podríamos ser Heisenberg. Como cuando Primo Levi hablaba de la muerte de Dios en Auschwitz, en Breaking bad es la ausencia de esperanza la que acaba convirtiendo al hombre en una simple sombra en la que se funden el bien y el mal.
Dicho de otra forma, la auténtica maestría de Breaking bad es hacernos entender que no hay nada tan puro como el hecho de renunciar a todo para ser uno mismo incluso cuando ello conduce –irremediablemente- a la autodestrucción.
[…] Vince Gilligan era un fan como cualquier otro de X-Files (Expediente X). A diferencia del resto de seguidores de la serie, al bueno de Vince un día le dió por escribir un guión para la serie que admiraba y enviarlo a la productora, a ellos no sólo les encantó la historia que este chico anónimo había escrito, sino que le acabaron encargando 26 capítulos más. Diplomado en producción audiovisual por la Universidad de Nueva York, Gilligan (nacido en Richmond a finales de los sesenta) ha sido guionista y co-escritor en diferentes películas y series, aunque todos le amamos por ese western contemporáneo sobre el Crystal Meth llamado Breaking Bad. Multipremiada y calificada como la mejor serie de la historia por un tipo con algo de imaginación como Stephen King, lo que tenemos claro es que la serie de Walter White y Jesse Pinkman pasará a la historia junto a Los Soprano, Hermanos de Sangre o True Detective en ese olimpo de grandes producciones para televisión, y es que Breaking Bad no sólo era una gran serie, también introducía elementos musicales y narrativos pocas veces vistos en productos de su categoría, subiendo un escalón más en lo antes visto. Nuestro compañero Toni García Ramón nos daba su opinión en su artículo Yo soy Heisenberg. […]