Los intentos de Clark Kent por sobrevivir al Soviet: Superman hijo rojo, de DC cómics
Por David Rodríguez, @davidjguru
“Y como campeón de los trabajadores, libra una interminable batalla por Stalin,
el socialismo y la expansión internacional del pacto de Varsovia”
Vaya por delante que soy Marvelita. Esto quiere decir que he pasado más tiempo entre las páginas creadas y editadas desde la ‘casa de las ideas’ que desde cualquier otra editorial. Llegué antes a ellos y ahí construí mi pequeña zona de confort comiquera. Previo a ello estaban los tebeos nacionales, pero de eso podríamos hablar en futuros artículos. Lo que viene al caso es que normalmente suelo mantenerme fijo en mis gustos y esto marca con mucho mi óptica de las cosas.
También es igualmente cierto que a veces cometo infidelidades. Pequeñas, pero significativas. Y es que a veces el mundo Marvel se me queda demasiado corto. Por eso tengo en mis estanterías la colección completa de Lobo el último Czarniano, me doy una vuelta por el Hellboy de Mignola, repaso alguna buena historia de Star Wars (universo expandido obviamente), disfruto con el ‘From Hell’ de Alan Moore y Eddie Campbell o me entretengo leyendo en italiano a Dylan Dog. Sigo teniendo demasiado respeto a un Grant Morrison desencadenado. Estas son mis credenciales. Que no son especialmente significativas pero representan a grosso modo lo que vengo consumiendo en el mundo del cómic (lo podríamos llamar novela gráfica, pero no me acompleja ser un treintañero que lee tebeos).
Trazando un mapa de todos mis gustos, puedo asegurar que Superman nunca ha estado allí. Nunca he sentido el más mínimo interés por ese personaje que representa una de las versiones más extrañas del sueño americano. Para mi siempre fue un constructo simbólico de la imaginería WASP para diseñar un Übermensch patriótico y aburrido. Siempre me sentí más cómodo entre mutantes con garras mal hablados, fumadores y que podían caer en furias homicidas o entre adolescentes que salvaban una ciudad como Nueva York mientras no llegaban a fin de mes con un trabajo precario de fotógrafo junior que con personajes que de perfectos, justos y sensatos me resultaban de lo más soso.
Así que figúrense el interés que un experimento como ‘Superman: Red Son’ puede generar en mi: la posibilidad de encontrar algo en Superman que me pueda llegar a molar o al menos me genere un mínimo interés. Casi siempre suelo pasar de largo con respecto a las historias del hombre de acero (salvo que estén por ahí Grant Morrison o Alan Moore) y además siempre me gustó mucho la línea ‘What If’ de Marvel en la que se planteaban preguntas y escenarios posibles en otras realidades, así que tenía buena base para intentar disfrutar de una historia que a priori, me llamaba mucho la atención.
Era algo lógico y normal. Desde su creación por parte de Jerry Siegel y Joe Shuster allá por el año 1932, a Superman en sus más de ochenta años de existencia (ya ha pasado la esperanza de vida de muchos países. Este tipo nos sobrevivirá a todos) ya le ha dado margen a pasar por todo tipo de conflictos sociales, seudo-políticos y culturales. Hasta por pelear contra Muhammad Ali:
o jugar a pasarse al otro lado del telón de acero por el camino cubano mientras le enciende un puro a Fidel Castro con su visión calorífica en esta otra divertida portada:
La historia de Superman Hijo Rojo es en si misma una interesante ucronía (esto es, una historia alternativa a la ‘real’) creada hace más de diez años y que se origina a partir de un curioso punto Jonbar (esto es, el origen específico de la alteración del curso oficial de la historia, la acción que discurre de manera diferente y que desencadena acontecimientos paralelos). En este caso el punto Jonbar es sencillamente el momento del lanzamiento de la nave de Kal-El desde el planeta Krypton: una diferencia de horas en la toma de decisiones por parte del padre de Kal-El hace que la pequeña nave llegué a la tierra en otro momento horario y que en lugar de caer en Smalville (Kansas) caiga en una granja colectiva en Ucrania, en la vieja URSS en pleno 1938. Y ya se sabe que dinámica fue la década de los años treinta en la URSS: que si expulsión de Trotski, que si procesos de Moscú, que si pactos de no agresión con la Alemania Nazi, etc.
En ese contexto es adoptado y criado por granjeros ucranianos hasta que sus poderes se desarrollan y el estado soviético se hace cargo del joven Superman.
La historia creada por Mark Millar se organiza en tres tramos: Naciente, Ascendente y Poniente, con una organización a lo ‘Rise & Fall’ en tres números que denotan el recorrido de ese Superman hijo del estado soviético en su progresivo devenir a lo largo de la asunción de sus responsabilidades para con él mismo, sus conciudadanos y en última instancia, el mundo. En esta historia alternativa Superman comprende a través del condicionamiento político y filosófico del estado soviético que alguien como él debe asumir responsabilidades para asegurar el bienestar de toda la clase trabajadora y una sucesión de decisiones desde la mejor intención, consigue alcanzar el peor de los efectos: aspectos positivos y negativos de la tutela del hombre de acero sobre la humanidad completa, que terminan generándole una gran crisis de seguridad y renunciando a sus propios actos para vivir como un ciudadano anónimo más.
Si tratándose de un universo alternativo ya la historia podría tener interés, el caso ‘políticamente opuesto’ en cuanto a la educación y formación de Superman puede llegar a resultar suficientemente curioso como para mirar con lupa la construcción de la historia. Y no se le puede negar cierto morbo causal: poder observar como un grupo de creadores ingleses y estadounidenses se enfrenta a la visión de la guerra fría, para valorar cuanto residuo cultural mantienen sobre su óptica del campo socialista en general y del antiguo mundo soviético en particular: contemplar una nueva capa de revisionismo histórico tiene su punto cuando se trata de un gran guionista como Millar y una gráfica que hereda directamente de las obras artísticas de las mejores campañas de agit-prop de la URSS.
Lanzándose a la pura obra, Millar consigue la construcción en solo tres números de una sociedad distópica y terrible donde el mejor de los sueños dio lugar a la peor de las realidades: Superman en su sueño de mejora de la humanidad como un héroe de la cúltura clásica greco-latina, desea el prometeico fin de llevar a la humanidad a su máximo esplendor. A partir de una particular epifanía mientras reconoce a una vieja amiga (Lana Lang en versión soviet) admite y asume su destino ‘manifiesto’: a partir de ahí comienza la construcción de una sociedad ‘perfecta’ que deviene en una suerte de mezcla entre el 1984 de Orwell y Un Mundo Feliz de Huxley: el nuevo gran hermano puede verlo todo, escuchar todo e intervenir sobre todo. En su mundo idealizado no hay espacio para la delincuencia, ni para el hambre o los vicios. Tampoco para la disidencia.
Por suerte para los lectores, el dulce sueño de Superman se enfrenta a su propia cara oscura: la aparición de un agente del caos, de un terrorista anti-estado nocturno y esquivo que como el héroe de la V de Vendetta de Alan Moore y David Lloyd solo aspira a luchar ‘por su derecho a vivir en el infierno’: Batman.
A nivel geopolítico y tras la victoria contra los nazis, la guerra fría se ha decantado del lado de la URSS con la presentación en público del nuevo héroe del socialismo: el camarada Stalin gana la partida. Así que en una simplificación de la dinámica de la guerra fría (una síntesis netamente estadounidense y revisionista en la que se tiende a equiparar objetivos, métodos y procesos entre las dos grandes potencias para terminar concluyendo con un típico ‘las dos eran lo mismo), Millar el guionista propone que la URSS se hizo con la hegemonía cultural, económica y política frente al enemigo americano. Es más, gracias a la todopoderosa mente de Superman y su aliado Brainiac, puede evitar el colapso económico, conseguir el desarrollo del nivel de bienestar de la población y aspirar a la creación de una unión soviética de países a escala global de manera incruenta, es decir, sin pegar un solo tiro.
En su contra juega Lex Luthor, el legendario antagonista que en su papel como enemigo de Superman trabaja duramente desde sus laboratorios en grandes planes para poner en jaque al sistema soviético y en última instancia destruir a Superman. No por valores ni por ideología, simplemente por ser el único ser vivo sobre el planeta más inteligente que él. Luthor dedica toda su vida a construir un gran plan y otros complementarios para hacer que la URSS no gane la partida global y en un alarde de ingenio y consumo de presupuestos públicos, se dedica a construir trampas suficientemente eficaces como intentar la destrucción de nuestro héroe del socialismo.
La obra destaca (bajo mi punto de vista) por una gráfica excelente, atractiva, fiel a las referencias y muy explicita. El talento de Dave Johnson y Kilian Plunkett se hace innegable viendo los apéndices de la obra con todo el desarrollo de los diseños de los personajes y sus características: uniformes, cortes de pelo, actitud. O con la construcción de escenas con puntos de vista cambiantes que casi siempre suele resulta una labor ardua para los dibujantes.
¿Detalles? la inclusión del Linterna Verde original Hal Jordan, Wonder Woman o el hecho de que el enemigo interno de Superman en la URSS Pyotr Roslov tenga cierto parecido con el mítico Ra’s al Ghul de Batman. Los guiños a la ciudad reducida a milímetros y embotellada de Kandor, ahora Stalingrado. Detalles simpáticos, guiños a los lectores fieles y una gráfica muy efectista basada en la pompa y boato de las mejores manifestaciones del socialismo.
Lo mejor sin duda, la enorme sorpresa del cierre. Si el ritmo no motiva y el interés no crece, al menos el cierre resulta magistral con un gran giro inesperado y eficaz que sirve para unificar todo el relato (al parecer Grant Morrison dice que fue una idea suya) y que crea un estado final que a ratos está por encima de la mayoría de partes de la historia.
Por si quedaba alguna duda, al final vuelve a ganar el mundo ‘libre’, los EEUU vaya. Que aunque admitamos la presencia del marxismo en los cómics mainstream, la cosa no se vaya de las manos. Que todos somos hijos de la versión ‘Reaganista’ de la historia.
Magnifico artículo. Chapó