Crónica del tercer submundo (la vida según Kaz)
Por Ana María Prieto Pérez
Un buen día el país más “maravilloso” de la tierra, con sus más de trescientos millones de habitantes, se vio inmerso en una pesadilla. Grupos de urbanitas de pretendida clase media -postmodernos, formados y de la costa este- esquivaban los cuerpos de los miles de mendigos y personas sin hogar que pueblan las calles de sus ciudades desde hace décadas para manifestarse. Interpretar la vida como una constante película de Woody Allen o un sempiterno capítulo de la ponzoñosa serie “Friends” se había terminado. Ahora eran conscientes de que en realidad siempre habían vivido dentro de un enorme redil poblado por muchos sociópatas dispuestos a hacerse un Hara-Kiri más avanzado del habitual.
¿Sorpresa? allá cada cual pero existen en los márgenes de lo mainstream pequeñas piezas que han estado ahí alertando siempre de que la realidad es mucho más jodida y más enferma de lo que las operaciones diarias de la mediología son capaces de simplificar. Entre ellas, por supuesto, propongo ubicar el trabajo de Kazimieras G. Prapuolenis, Kaz. Un superviviente de la peor época del punk y en cierta manera de si mismo, decidido a plasmar por su propia cuenta y riesgo sus visiones íntimas en sus creaciones. De la obra de Kaz ya dejamos algún registro por aquí y por allá, y ya comentamos en su momento muchas cuestiones acerca del autor y su bagaje artístico, de su impronta y sus diferentes motivaciones. De su arriesgada apuesta y de como hay algo en ella que la hace valiente, chiflada, técnicamente muy pulida, particular y atractivamente extraña, como una locura para intentar liberar sus propios dragones que llega a nuestras manos, y de repente, se abre un universo mental que consigue entretener, hacer reír y pensar de una manera algo inocente, casi naif, mientras te suelta golpes directos en el hígado y juega mientras te va revolviendo las tripas. Y de la experiencia no se sale indemne, palabra. Hay mucho de agitación no sé si en su intención, pero seguro en su efecto.
Kaz mantiene dentro de sí mismo lo que tal vez sea la parte más útil del anarco-indivualismo punk, esa necesidad orgánica de decirle al sistema “Que te jodan”. Eso es lo que hace de él en cierta manera un aliado, un compañero de viaje, y momentáneamente – en este minuto, en este día, en esta hora, como debe medirse a los anarquistas- una figura válida y a su obra tal vez valiese la pena aplicarle alguna categoría de instrumento ¿Podríamos? en serio ¿podríamos?, en cuanto a que su trabajo ofrece un espejo deformado del mainstream y este, por mal intencionado, ya resulta per se una alteración pervertida y alienante, lo que termina generando un resultado en el que en realidad la visión devuelta por el espejo de Kaz es mucho más verídica, más sensata e infinitamente más realista que la mayoría de constructos que recibimos del otro lado del atlántico. Que la vida en las grandes ciudades se parezca más a Underworld que a un capítulo de “Cómo conocí a vuestra madre” (cuñado-sitcom) no es opcional y no resulta cuestionable, dadas las circunstancias. Al fin y al cabo el “primer mundo” (la cursiva no es gratuita) siempre tuvo dentro al tercero, sea en Detroit, en las aguas envenenadas de Flint (Míchigan) o en esa distopía social con envoltorio de innovación tecnológica que es la bahía de San Francisco. Y Kaz lo sabe, o lo intuye o al menos es cierto que imaginándolo así acierta y golpea directamente en la línea de flotación del status quo. Por eso tal vez “Underworld” sea muy importante: a la deriva derechista del eje político y entre elegir entre lo malo y los menos malo, se hace necesario volver a repensar el desierto de lo real y que tipo de ciudadelas se construirán a partir de las ruinas de esta civilización ya anterior que compartimos. Y si Submundo tiene elementos reiterados son aquellos que reflejan la decadencia de la urbe, de lo estéticamente sobrevenido, del derrumbe y del vertedero. La caída de algo que se rompió hace tiempo y solo los (y las) valientes, o bien los locos, se atreven a decir a las claras. Kaz coge el sedimento de los autores clásicos de las tiras publicadas en periódicos y lo transforma, subvirtiendo los elementos y pasando a jugar directamente con cosas que tendrían que incomodarnos: heces, asesinatos, golpes, robos…
Kaz, como estadounidense tipo de un segmento social acomodado y algo progresista, no trabaja más allá de sus propias ideas personales, de su estatus y de su propia clase, pero lo cierto es que desde cierta ausencia de intencionalidad política, consigue fracturar una visión de lo estructural mediante sus sórdidas verdades: la droga, la violencia, el hurto, la prostitución, el abandono y la pobreza. Además siendo realmente un autor vagando en entornos altamente desafectos a las exigencias de “lo político”, el autor deviene en una especie de Alicia en el país de las mediologías que viene a plasmar que en realidad todos están locos ahí, todos estamos locos aquí. Por eso tal vez ese tratamiento directo para escapar de la alienación de la venta mediática de un mundo que nunca hemos terminado de creernos. De una sociedad que siempre nos genera un malestar, una cierta incomodidad de la que el autor pretende desquitarse vomitando su visión.
Y la alfombra que tapa la mierda está ya demasiado raída y tapa mal toda la acumulación de conflictos que se andan pudriendo bajo la apariencia amable de lo que pudo ser y nunca lo ha sido.
La confusión (ofrecida como una suerte de suma de malentendidos) es importante en tanto permite calibrar realmente las posibilidades interpretativas de la obra de Kaz: Sabemos ya – por tenerlo muy trabajado- de dónde vienen sus influencias gráficas, a que escuela pretende responder en su particular impulso y bajo que prisma orienta su obra, así que en este artículo le dedicaremos poco o nada a esas referencias (recomiendo leer los enlaces vinculados al autor en este mismo blog). Tal vez en esta tercera visita a la obra del autor de New Jersey valga la pena quedarse con la verificación de un camino que no admite el tratamiento como hipótesis: Kaz se asienta como un autor divertido, audaz y decididamente macarra. Y esta última no sería la parte más trivial, ya que consigue salvar al autor de un compromiso filosófico-político que para su interior queda. Él sigue jugando.
¿Qué queda del tercer volumen de Submundo?
Queda seguir las aventuras de Snuff, de la rata Creep, del yonqui Nuzzle y la jungla de personajes en búsqueda de aventuras, dentro de un escenario en derrumbe, quedan las desagradables verdades que siempre maneja ese personaje recurrente que tiene la forma de un alcohólico que aparece tumbado en la acera y la propia rata Creep conduciendo el camión de una empresa petrolera por la carretera hacia Bagdad esquivando misiles teledirigidos.
Queda el trabajo valiente de Autsaider Cómics para ofrecernos una nueva entrega en castellano de la recopilación de trabajos de Kaz, asunto que debemos agradecer enormemente por la posibilidad de poder elegir lo interesante entre lo inevitable y lo pretencioso.
Queda reír, la preocupación y el entretenimiento a partes iguales.
Será útil si piensas que es realmente imposible que la revolución sea Ellen Degeneres. O que no hay nada de reivindicativo en un discurso pronunciado por una actriz millonaria mientras recoge un premio y prefieres salir a la calle a buscar algo más “verdadero”: el desierto de lo real. Sí, eso sería una buena definición para Underworld.
El Tercer Submundo
Autor: Kaz https://es.wikipedia.org/wiki/Kaz
Editado por Autsaider Cómics: http://autsaidercomics.com/el_tercer_submundo.html