Cuidado con el charlista, que no sabe de que está hablando
Por David Rodríguez, @davidjguru
Si alguna vez ha probado a asistir a algún congreso, sesión formativa, charla, conferencia, ponencia o como quiera que se llamen ahora ese tipo de actividades expositivas (con la burbuja formativa creada en torno a la crisis las cosas se han puesto algo más chifladas que antes) sabrá que existen diferentes tipos de ponentes: los hay que parecen saber de lo que están hablando, es decir, que da la impresión de haber luchado y sufrido con ese asunto en el que se están manejando (a falta de exponer las métricas trabajaremos, de momento, con el plano intuitivo de nuestras interpretaciones) y luego, prácticamente, están todos los demás. Esos son los que nos interesan en este caso. Sobre ellos va este asunto. Descubra usted al charlista cuanto antes y decida si alguien así puede generarle algún conocimiento útil o tal vez generarle alguna inquietud…¿está usted ante un excelente profesional curtido en mil batallas o está usted frente a un cantamañanas con un discurso plagado de palabras en inglés y que curiosamente le está generando una enorme sensación de vacío? ¿se lo achaca usted a la materia que está tratando? ¿cree que es dificil concretar en un asunto tan complejo como ese? no se preocupe, desde aquí vamos a lanzarle algunas pautas para que pueda discernir mejor si debe quedarse a esa charla o bien hacer uso de la inmejorable y excelentemente operativa “Regla de los dos pies” (esto es, coja usted un pie y colóquelo a continuación del otro, iterando sucesivamente, ejecutando la acción con la suficientemente constancia como para ir aproximándose a la puerta de salida).
Para empezar, debería usted preguntarse algo así como “¿Qué es lo que tiene valor para mi?” y ojalá que la cuestión le acerque a reflexiones interesantes acerca de lo que le resulta útil e importante. Eso estaría muy bien. Y con el tema del valor, no se pase, pues es un término que actualmente todo el mundo maneja y suele caer en cualquier ponencia, o charla o MBA casposo. “Valor” repiten todos combinándolo en expresiones como “cadena de valor”, “aporte de valor” y demás zarandajas. Pero en realidad es como si fuese una suma muy particular de tres factores fundamentales: el valor de uso (cuánto aprovechamiento puedo sacar de esto), valor de mercado (qué precio tiene esto) y una tercera dimensión algo más post-moderna que ha alcanzado el nivel de las dos anteriores: el valor simbólico (cómo molo cuando hago uso de esto). En el campo de las posibilidades que abren estas tres coordenadas debe usted situar la experiencia que va a recibir. No se apure, puede destacar una sobre el resto y no existir nada de equilibrio entre ellas: puede ganar el valor simbólico (y entonces es cuando usted decide comprarse un Mac Book), el valor de uso (pruebe usted a dejar de beber agua) o el valor de mercado (intente cambiar sus diamantes por agua cuando esté realmente perdido y deshidratado en mitad del desierto, verá que risa). Esta combinación de elementos puede aplicarse casi a cualquier elemento que pueda adquirir la categoría de “mercancía”, lo cual incluye, por supuesto, esas soporíferas y vacías charlas que usted soporta con alegría y agradecimiento mientras charlatanes de feria le sueltan una perorata llena de modernas palabras en inglés -buzzwords-. Así que no lo duden queridos lectores, sometan su experiencia al escrutinio de estos factores hasta obtener un resultado lo suficientemente depurado como para concluir si han sido estafados o no.
¿Necesitan alguna pista para identificar mejor el asunto así a priori? (concedamos que la propuesta anterior funciona mejor a modo de retrospectiva) aquí les propongo varias indicaciones que pueden hacer que usted, que se dispone a entrar a la sala de conferencias, empieza a olerse el pastel que le va tocar. Si sigue usted este algoritmo a pies juntillas es probable que gane experiencia evaluadora y se convierta en alguien curtido identificando vendedores de humo (mal vendedores y de humos muy malos, claro; que como en todo, hay clases). Aquí van:
1-Cuidado con las métricas vanidosas: Investigue un poco al ponente, por favor. Oh ¿Qué tiene más de cincuenta mil seguidores en Twitter? bueno, no se deje impresionar. Eso prácticamente no quiere decir absolutamente NA-DA. Aquí hay dos verdades fundamentales: Una: que las métricas sin contexto no valen una mierda y Dos: que las métricas “vanidosas” solo sirven para generar indicadores “vanidosos” e inexactos. Pruebe usted un día a lanzar cincuenta mil “follows” vía Twitter. Con eso del agradecimiento y followbacks (gente que le devolverá el seguimiento), se hará usted con una legión de seguidores. Luego se pela esos follows iniciales y queda usted como un marqués. Ya tiene una cuenta con muchos seguidores y cifras de espanto con la que podrá encadilar a muchos analfabetos digitales y cargos políticos (perdonen la tautología). Nadie se para a observar la planaridad de esas redes ni advierten que cuando esos individuos comparten, por ejemplo un enlace roto, nadie lo advierte. En eso se demuestra la mentira de tantas tuitstars. Y no olvide la paradoja Vigalondo: que mucha gente te siga, interactúe y te baile el agua constantemente en Internet no quiere decir que luego vayan a interesarse por ir al cine a ver tus películas. Cantidad no es Calidad. Atentos.
2-Cuidado con el uso de buzzwords: ¿Insights? ¿Hype? ¿Mainstream? ¿Inbound Marketing? ¿Growth Hacking? ¿Goal Digger?…querido lector o querida lectora, si el discurso está salpicado de palabros así, si ha visto vídeos de su futuro ponente y la emisión del discurso está plagada de palabros de este palo…no lo dude. Si se anuncia además con un título de esos que combinan estos términos con el nombre de una universidad de EEUU (de segunda o tercera división) la conclusión es clara: salga corriendo y sin mirar atrás. Si ya está dentro de la sala, use la regla de los dos pies y ponga pies en polvorosa. Siga circulando, aquí ya no hay nada que ver. Está usted siendo directamente estafado. Por muy bonicas que sean las slides que el sujeto vaya a usar. Que la forma no le embrolle. El ponente no tiene ni puta idea de lo que va a decir, ni tiene experiencia alguna en el campo que va a exponer. No falla. Si lo único que puede poner en valor al presentarse es un curso (normalmente a distancia) en el extranjero (como los títulos ficticios en universidades de fantasía de César Vidal) y palabrejas en inglés, esto va a ser un desastre.
3-Cuidado con la ausencia de referencias de trabajo: No todos los clientes te hacen firmar un NDA (acuerdo de confidencialidad) al comenzar un proyecto. Es más, incluso con un acuerdo de este tipo puede negociarse con el cliente el uso de la experiencia como ejemplo para una charla. Y no pasa absolutamente nada. Los grandes, los realmente grandes, no tienen problemas incluso para saltarse a la torera estos papelajos y ponerse a hablar directamente de aquello que hacen. Así de simple. Con lo que si ya ha vivido varias charlas de la misma persona y cae en la cuenta de que nunca le ha oído hablar de manera concreta (sin evocaciones abstractas, que eso queda muy místico) de un solo ejemplo propio, no lo dude: Si no pone nunca un caso práctico de su trabajo, es que no tiene ningún caso práctico que poner. Y a partir de ahí usted decide…¿Prefiere a un sacerdote hablando de sexo (uno que cumpla con sus creencias, claro) o a un profesional experimentado? ¿Un funcionario disertando sobre creación de empresas?
4-Cuidado con la frecuencia de charlas impartidas: Esto también es sencillo y muy eficiente…si consulta su actividad y ve que es un no parar de charlas…Houston tenemos un problema: prácticamente no es que no tenga tiempo de trabajar, es que su trabajo consiste en dar charlas. Así que si su función no es específicamente la de salir a evangelizar (un perfil muy común en el sector de la tecnología – evangelist-), entonces no parece haber mucho tiempo material que sustente la experiencia suficiente para sostener tanta historia. ¿Le sigue sin oler a gato encerrado? en este apartado se situan magos del emprendimiento, altos expertos en marketing, experimentadísimos consultores y maestros del Kung-Fú de las Startups. Todo para nada, claro.
Tenga todo esto en cuenta y establezca lo suficientemente bien sus medidas propias. El experto en marketing puede no ser ese ponente tan lustroso que habla de métodos de venta sin despeinarse y por supuesto sin denotar que ha sufrido aquello de lo que está hablando, sino ese amigo que trabaja como ejecutivo de cuentas en una agencia y que le cuenta desesperado y casi tumbado en la barra de un bar un día cualquiera que realmente no sabe que cojones hacer para vender más. Él sí que ha comprendido que la teoría a veces es bonita pero inexacta. Ese es el que debería estar encima de un escenario. Apóyelo, dígale que lo comprende y pídale que hable de eso en público.
Saquemos a los farsantes de los escenarios.
Me ha gustado el artículo.
El estilo, no tanto, porque me recuerda un poco al mío, pero mejor.
Echo a faltar alguna mención de sospechosas repeticiones de extrañas consignas positivistas muy parecidas a determinadas charlas deportivas que soltaban algunos entrenadores que he tenido, los cuales tampoco tenían la suerte de tener el guionista que tenía Al Pacino.
Una vez más, dando en el puto clavo. Enhorabuena shurmanos.