It follows o el atisbo de reinvención del miedo
Por JD Romero, @JD_Romero23
Algo tiene la mitología que nos atrae especialmente. Las narraciones o fábulas de naturaleza divina o sagrada y que con el tiempo acabaron adscritas a una cultura, una época o sencillamente a creencias de carácter completamente imaginario. La mitología normalmente suele estar basada en las tradiciones o leyendas, creadas en origen para explicar todo aquello para lo que no había explicación, como los fenómenos naturales. Y aunque la mayoría de mitos tienen su nacimiento en alguna deidad otros simplemente son leyendas que se transmiten de generación en generación, como cuentos para antes de dormir. Es esta naturaleza mayoritariamente divina o de algo superior y más poderoso lo que le da la fuerza, la textura y el peso a las fábulas o historias basadas en mitos, el pensamiento consciente o inconsciente de que tiene una poderosa razón de ser, una energia que se escapa de lo humano y unas reglas definidas que hay que descubrir indagando lo que nos suele llamar la atención de estas narraciones.
Fue a finales de los años noventa cuando el japonés Hideo Nakata comenzó la nueva moda del terror asiático. Con The Ring, Nakata originó una avalancha de películas de terror provenientes de Asia con una serie de rasgos en común: todas tenían una estética parecida y funcionaban basándose en una mitología creada con unas reglas estrictas que había que respetar. En The Ring la muerte te acechaba poco a poco si visionabas una cinta (sí, un VHS) con las imágenes de un pozo y una mujer peinando su largo cabello negro y la única manera de librarte era pasar la maldición a otra persona haciéndole ver dicha cinta de vídeo. La atmósfera claustrofóbica, la sensación de indefensión, la tensión implícita y la ausencia de música y sangre la convirtieron en un clásico y dió lugar a una avalancha de títulos de corte parecido. The Grudge, Shutter o Dark Water fueron algunos de los filmes que acabaron teniendo éxito en Europa con una estética similar y con esa especie de mitología de reglas cerradas que hay que cumplir si uno quiere seguir soplando velas. La película de la que hoy hablamos en Can it be all so simple bebe de diversas y diferenciadas fuentes y el terror asiático de esa época parece ser uno de ellos.
It follows es una modesta película de terror ejecutada a la inversa que la mayoría de filmes de género que hemos visto en los últimos años provenientes de Estados Unidos, destila el miedo, obtiene una sustancia básica y verdadera y deja que te vaya consumiendo o persiguiendo. El director David Robert Mitchell parece nutrirse de los mejores, distintas y variadas son sus influencias y sin embargo parece entregar algo diferente, minimalista y donde la atmósfera, la sensación de desprotección y de contínua pero tranquila persecución se complementa magníficamente con una dirección sublime y una música a base de sintetizadores que bebe directamente del mejor John Carpenter, homenaje explicito al que suponemos un referente del director. Mitchell conoce (y vaya como lo narra) el mundo adolescente norteamericano como nadie, con unos jóvenes que al final tienen que solucionar los problemas por sí mismos y donde tu pareja, el rollo de una noche o tu amigo pueden adherirte voluntariamente a un ser de otro mundo que no parará hasta acabar contigo o hasta que se lo pases a otra persona, normas parecidas al terror japonés del que hablábamos antes en un dinamismo que Mitchell parece controlar al máximo y convertirlo, transformarlo en un producto que nos parece novedoso.
La historia es sencilla aunque tome influencias de aquí y allá: Jay es una adolescente como cualquier otra, con sus amigos, sus salidas al cine y a cenar. A los 18 años tiene su primera experiencia sexual en la parte trasera de un coche en un descampado, algo relativamente normal y corriente hasta que su novio le explica que al acostarse con ella unos entes que lo acosaban empezarán a perseguirla a ella y que la única manera de acabar con dicha persecución es que ella haga lo mismo con un tercero. Desde ese instante, la adolescente comenzará a vivir con la sensación de que algo o alguien la sigue lentamente, unas veces con el rostro de alguien conocido y otras con algún extraño físico. Jay tendrá que intentar salvar su vida sin recurrir a pasar su maldición a otra persona, intentando buscar un medio de acabar con los espíritus que la siguen contando con la inexperta ayuda de sus amigos de toda la vida y del chico al que dió el primer beso en la infancia. El circulo se cierra.
Las piezas de it follows encajan perfectamente y por diferentes motivos y el primero de ellos es que sabe más de lo que cuenta. La mitología creada para dar forma a la historia es sugerente y nos hace quedar a la espera para saber algo más de esa desconocida maldición que nunca deja de seguirte, paso a paso, sin prisa y sin pausa. Mitchell crea una narración (apoyadísimo por la actuación de Maika Monroe) que nos parece novedosa en un género donde se repiten una y otra vez los mimos tópicos y donde el reciclaje sólo funciona en casos contados. Las influencias del cine actual de terror suelen ser de cortar y sin dedicar el tiempo necesario al desarrollo de personajes, a los diálogos, a los planos contemplativos para crear una historia y al susto mediante la carga psicológica que acaba anidando en tu cerebro. Todo esto suele ser sustituído por las subidas de volumen, los caracteres planos y una dirección olvidable por encargo.
La película deja en el espectador esa sensación de no sólo haber visto un producto cuidado con mimo, sino de haber presenciado algo novedoso sin pretender experimentar o llamar la atención mediante la experimentación gratuíta. Recorre campos que ya conocemos seleccionando detalles de grandes maestros y simplificando su ejecución elevando el terror a una especie de nuevo concepto que, aunque no vaya a cambiar la historia del género, nos deja esa sensación de que hay futuro, de que hay profesionales con mucho que decir y de que no todas las historias están contadas ni lo están del mismo modo. Un universo anacrónico de casas todas iguales donde conviven elementos de los años, 50, 60, 70 y sobretodo los 80 combinados con algún detalle actual y sobretodo con esa extraña de mezcolanza de géneros que parece ser y que sólo un director de oficio podría llevar a buen puerto. David Robert Mitchell devuelve cierta gracia al género de terror con una nueva fábula de miedo ecléctico que esperemos no sea anecdótico o puntual.
A mi me pareció original en su concepto pero insufriblemente lenta en su ejecución