House of Cards: el mundo de la política según Kevin Spacey
Por David Rodríguez, @davidjguru
“Qué desperdicio de talento. Él ha elegido el dinero en vez del poder, un error que en este pueblo casi todos cometen. El dinero es esa gran mansión en Sarasota que empieza a caerse a pedazos tras diez años. El poder es ese viejo edificio de piedra que aguanta siglos. No puedo respetar a alguien que no entiende la diferencia”
-Frank Underwood
La serie que en solo dos temporadas y apenas veintiséis capítulos ha puesto sobre el tapete gran parte de los juegos sucios de la política estadounidense: House of Cards.
Hubo una serie anterior de igual nombre ambientada en el entorno de la política inglesa, pero esta versión más que un remake vendría a ser una adaptación libre emitida a través de Netflix y lanzada integramente como una primera temporada completa en febrero de dos mil trece y una segunda temporada un año más tarde y de la misma manera: disponibilidad de descarga previo pago de toda la temporada completa, siendo un éxito absoluto ambos lanzamientos. Yo llegué a ella a través de un buen amigo que me la recomendó una noche de esas de ponernos al día y arreglar un poco el mundo. Dije que sí, que claro que la vería. Pero en realidad lo dije de manera breve con la mirada distraída, así como evitando comprometerme en abierto. Al fin y al cabo, ¿Una nueva serie? ¿Qué podría aportarme o incluso hacerme sentir una nueva serie sobre políticos estadounidenses mientras seguía teniendo en mi corazón el hueco de ‘Los Soprano’ o me enamoraba de nuevo mientras me mantenía despierto para ver cada nuevo capítulo de ‘True Detective’? ¿Políticos estadounidenses? ¿Qué era esto, otro ala oeste de la casa blanca? buffff. Aburrimiento mental. Perspectivas definidas. Tal vez. Solo tal vez.
Pero empecé a intentarlo. De un solo vistazo a través de la red comencé a localizar contenido relacionado y todo parecía asociado a Kevin Spacey: Kevin Spacey actor principal de la serie, Kevin Spacey protagonista absoluto de las tramas, Kevin Spacey anunciando en público la serie, una serie producida (entre otras compañías) por ‘Trigger Street Productions’ – la compañía propiedad de ¡oh! Kevin Spacey- y así. Con lo que me fue muy fácil empezar a odiarla un poco, a fuego lento. Para colmo vi el primer capítulo: ¡El protagonista absoluto rompía la cuarta pared! me cago en la leche Merche. Así fue como empecé a manejarme con esta serie que en el principio me resultó excesivamente Kevin Spacey-centrista. Debo reconocer que pensé que tal vez era solo el capricho de un actor millonario con recursos y contactos suficientes como para hacerse encargar un traje a medida en el formato que está revolucionando los contenidos y expulsando al cine del Olimpo de los formatos culturales de consumo: la masturbación televisiva de Kevin Spacey. Sí, eso me pareció.
Ahora que ha pasado el tiempo (poco tiempo en el mundo real, muchísimo en el mundo de la red), debo compensar todo lo anterior. No quiero decir que me considere fundamentalmente equivocado o quiera redimirme de mis puntos de vista. No, no, sigo pensando casi lo mismo que al principio, aunque he matizado algunos factores y he recibido los resultados de todas las promesas realizadas por este artefacto cultural interesante, claro, ágil y despiadado: House of Cards funciona y tal vez sea en parte por las capacidades interpretativas de ese Spacey que vive de representar al hombre medio, anodino, discreto, nada excepcional y que sin embargo compensa su mediocridad (aparente) con una ambición desmedida y una inteligencia avanzada. En este caso Keyser Söze se viste de traje y corbata, hace campañas electorales y se preocupa de labrar una carrera política que lo lleve hasta lo más alto posible.
Bienvenidos y bienvenidas a ‘House of Cards’ (a partir de ahora vienen curvas en formas de spoilers).
Kevin Spacey es Frank Underwood, un congresista y líder de los demócratas (‘Whip’, látigo, responsable de la disciplina) en un congreso estadounidense ficticio donde como a decir de Winston Churchill los enemigos no son los del partido oponente, los enemigos están en el partido propio. Y con sentido. Mientras el partido contrario lucha por alcanzar los puestos de poder, los miembros del partido propio luchan por desplazar a los teoricamente compañeros para ocupar su posición. Los golpes del enemigo vienen de enfrente y se envían y se reciben de manera grupal y corporativa, pero los golpes del compañero viene de cerca, de muy cerca, son precisos y normalmente más eficaces y además, resultan más dañinos. Y en ese escenario político de Washington nuestro congresista favorito parece moverse como pez en el agua. A Frank Underwood no conviene tenerlo en contra, pero tal vez tampoco conviene tenerlo a favor, o directamente mejor sea incluso no tenerlo cerca. Quien sabe. El señor Underwood es potencialmente peligroso para casi todos los que le rodean y específicamente al igual que Iznogud el visir, él también quiere ser Califa en lugar del Califa.
Un personaje hipócrita, mentalmente muy ágil, despiadado, ruin y ausente de cualquier clase de atribución moral: así es nuestro congresista y así queda claro desde el mismo inicio del primer capítulo cuando articula una breve reflexión sobre los tipos de dolor y el cansancio que le producen las cosas inútiles mientras estrangula a un perro accidentado. Así funciona, así piensa y así actúa el señor Underwood. Todo lo que podemos esperar de él funciona en base a todos estos parámetros que salen disparados de escala en cuanto tras las debidas premisas e introducciones se produce el primer nudo que da origen al desarrollo de los arcos principales: el congresista Frank Underwood no será secretario de estado. El recién elegido POTUS (President Of The United States) decide comunicarle que no ejecutará su promesa de nombrarlo ministro de exteriores. Y el ejecutado (políticamente, claro) terminará siendo él. Ha desatado a una bestia que aún mantenía ciertas lealtades mínimas y compromisos básicos, y ahora está libre con su propia ambición. No va a hacer prisioneros.
El congresista Underwood se desvela como un verdadero conspirador que pasas las noches en vela (odia dormir y la necesidad de hacerlo) y comienza a tramar planes dentro de planes a la manera Bene Gesserit para conquistar el poder cueste lo que cueste. Nadie puede rivalizar con él porque nadie en realidad posee sus cualidades ni su ecosistema: una relación de pareja de planteamiento casi asexual que se basa en los compromisos por la búsqueda de ese poder. Todo en el entorno de Underwood queda sincronizado para esos fines: su esposa Claire- parte de sus planes y sus fines como socia estratégica desde los tiempos de la universidad y fuente de ingresos para sus primeras campañas-, su ayudante Doug Stamper -escudero fiel encargado de mantenerse en todas las ponzoñosas cloacas de las decisiones que Underwood va tomando para apuntalar sus procesos- o prácticamente cualquier persona que pueda ser usada para ello: quien conoce tus debilidades y te ayuda, te convierte en su prisionero. Y eso lo aprendemos rápidamente en esta serie.
La velocidad a la que el congresista Underwood conspira, teje, trama y ejecuta es encomiable y admirable. Nadie puede mantener su ritmo y aunque al principio consideraba la ruptura de la cuarta pared como un ejercicio innecesario y Kevin Spacey-centrista, tengo que reconocer que a veces se convierte en una herramienta útil para hacer seguimiento de las acciones de Underwood. Los planes y acciones avanzan al mismo ritmo que la serie impone desde su cabecera y como en esta, se suele hacer de noche demasiado rápido. Mejor estar atentos y no perder ni una sola línea: si perdemos detalle, nos quedamos fuera de la partida.Pero sería rápido el combate si el protagonista no encontrase su némesis, su archienemigo, un oponente digno de tal nombre y que lo hiciera esforzarse más para alcanzar sus fines: Underwood encuentra una lucha a su medida cuanto descubre que como manipulador de peones en la guerra, él es también un peón de otra guerra que se libra en otro plano y desde hace aún más tiempo: nuestro confabulador, nuestra agripina con una sonrisa cínica a lo James Arthur Williams (el personaje interpretado por Spacey en ‘Medianoche en el jardín del bien y el mal’), nuestro conspirador encuentra a aquel que ha movido los hilos que lo han mecido a él, a su ‘creador’ a su instigador oculto contra el que decidirá enfrentarse en un duelo de inteligencia, tácticas y estrategias diseñadas para ocupar el sitio de ese padre no deseado que de alguna manera debe apartar del juego: el señor Raymond Tusk. Inolvidable sección de la serie (segunda temporada) donde el ritmo se vuelve todavía más frenético y el tiempo juega en contra de todos los intereses posibles. Un jugador excelente este Underwood.
Por el camino, todo lo peor de eso que de un tiempo a esta parte llaman ‘la casta’: fiestas, drogas, adicciones, prostitución, mentiras y por supuesto toda la cadena de empresas que hacen presión en los pasillos del congreso estadounidense para conseguir influir en las decisiones políticas. Todo al final diseñado no por un gobierno por y para la ciudadanía, si no por las decisiones que mejor convengan a la mayor cantidad de grandes empresas.
Lástima que el señor Raymond Tusk sea el dueño de una compañía energética y no de un consorcio militar contratista del ejército. Esto le hubiese añadido una capa más realista a los fines y medios de la política estadounidense. Pero quien sabe, tal vez con esos matices ‘de ficción’ se consigue el producto final atractivo y suficiente. Tan suficiente como para que el propio presidente Obama se declare fan de la serie, y hable de ella como una ‘gran ficción’.
Ya. Claro.