Mi cuñado y los atentados de Francia
Por Redacción CIBASS, @CIBASS_Blog
Durante unos meses tuve un cuñado que no era el más inteligente del mundo. Su etapa en la escuela y el instituto no fue desastrosa porque se esforzaba, era relativamente serio y los maestros y profesores supieron valorarlo y no lo dejaron en el camino. Conforme avanzaba su estancia en bachillerato mi cuñado se dio cuenta de que el mundo académico era complicado, no se veía con la mínima destreza mental para acabar una carrera con lo que empezó a sopesar otras opciones. De todas las que se planteó la más respetable le pareció unirse a la legión española: no le exigían un coeficiente intelectual alto, le daban un uniforme con el que sentirse respetado (también le valdría el de la banda de música, pero le pedían un mínimo de talento) y además le ofrecía el soporte patriótico que él necesitaba. Una vez entrado en el cuerpo seguí teniendo cierto contacto con él, me pareció curioso como era capaz de combinar ropa de deporte de atletas afroamericanos con un discurso racista y como utilizaba las redes sociales para dar fe de ello, por supuesto tocaba el tema como si tuviese la razón absoluta. Un buen cuñado no se pone en el lugar del otro ni filtra sus sentimientos o emociones por muy básicas que sean.
Pasó más tiempo y su discurso se fue reforzando. Estar rodeado de personas con el mismo nivel intelectual le hacía sentir en un micromundo en el que el miedo a lo desconocido y a salir de una reducidísima zona de confort se confundía con un alegato de hombría y valentía y su pensamiento era el de servir a su patria a pesar de que desde las recogidas de chapapote en Galicia no supiese decirme claramente un acto en el que nos hubiera hecho bien. Mi cuñado se iba cada varios años con nuestros impuestos al extranjero a arreglar países que él mismo había destrozado con anterioridad, daba agua a los niños pobres y jugaba a la playstation en una caseta de lona a razón de 4.000 euros al mes, o eso decía él. Como buen cuñado, nunca se planteó por qué las armas de aquellos enemigos contra los que luchaba en sus propios países habían sido vendidas por su propio país y tampoco se planteaba por qué no era capaz de dar una razón por la que él estuviese allí, a miles de kilómetros de su país cobrando de dinero público por una misión que no sabía describirme.
Años después tuve un cuñado albañil. Se levantaba temprano para ir a la obra y se llevaba su pequeña radio para oír a Carlos Herrera mientras colocaba con gran destreza ladrillo tras ladrillo. Aquel cuñado que justificaba la guerra de Irak, el maltrato a los inmigrantes que intentan saltar la valla de Melilla y que estaba en contra del matrimonio homosexual era una persona muy respetada en su entorno: siempre soltaba chascarrillos divertidos y sabía un montón de datos sobre fútbol nacional. Se limitaba a imitar lo que oía: si un locutor hablaba despacio y con voz suave no podía estar hablando desde el odio, la frustración y el miedo, había que hacerle caso sí o sí y lo mismo ocurría con el resto de profesionales a los que seguía. Si la emisora de la iglesia católica justificaba matar a miles de ciudadanos irakíes para que los millones de dólares en armas que se habían quedado sin salida en Estados Unidos tuvieran una función o para que Aznar pudiera asegurarse un futuro multimillonario entonces estaba justificado, no somos nadie para contradecir las nuevas maneras de comunicarse de Dios.
Llegaron los atentados del 11 de marzo en Madrid y mi antiguo cuñado no supo establecer relación entre la semilla de odio que habíamos sembrado en Irak y la vendetta para ellos que había supuesto esta matanza. Según él y atendiendo a sus manifestaciones en las redes sociales lo que estos brutales atentados buscan es acabar con el pacífico modo de vida de nuestra cultura. Sigue pasando el tiempo y los que fueron mis cuñados van a votar cada cuatro años, los familiares de los heavies de izquierdas que murieron en París se preguntan que por qué ellos, Aznar sigue sin esbozar una sonrisa a pesar de que ahora es un fortachón multimillonario, los muertos se lloran sólo si están cerca aunque sean menos y la vida es más sencilla para aquellos que no piensan.
Llegó 2015 y la matanza yihadista de París y me encontré a mi cuñado en la barra del bar de siempre con una sudadera de Mohamed Ali, miembro de la nación del islam y encarcelado durante años por negarse a entrar en el ejército. Su solución pasaba por ir y bombardear cualquier país árabe como venganza y lo decía orgulloso de su propuesta. Supuse que mi antiguo cuñado nunca se iba a plantear por qué durante décadas habíamos bombardeado todos estos países por cuestiones estratégicas, por petroleo o por darle salida a unas armas que nosotros mismos fabricamos y que parecía razonable que un 0,001% de esta población a la que hemos humillado quisiera antes o después impartir lo que para ellos es justicia. Por supuesto (y como buen cuñado) prosiguió su discurso en contra de los refugiados sin plantearse que ha nacido en un país de naturaleza emigrante y que con su sueldo básico vota a unos partidos que probablemente jueguen en contra de sus intereses. Facebook me notificó hace dos tres días que se había puesto de imagen de perfil una foto suya en el gimnasio con la bandera de Francia sobre la misma.
El odio continua. A nadie le resulta nada sospechoso que un tipo que se inmola explotando destrozado en mil pedazos deje un lustroso pasaporte donde se apunte claramente que viene de Siria. Ya. Porque hasta podría resultar cómico si no fuese tan doloroso el hecho de que casi es un gag de Padre de Familia ver a los terroristas repasando los documentos de su cartera antes de salir de casa camino del ataque (¿Os acordáis de aquel monólogo de Bin Laden ante la cámara en nuestra serie favorita de Seth McFarlane?). Nadie se inquieta pensando que siendo Francia uno de los países europeos más “militarizados” del mundo -¿Ningún cuñado ha viajado nunca a París?- y con unos servicios secretos realmente temibles (el Mossad europeo, que le pregunten al pobre desgraciado de Mehdi Ben Barka), se pueda ejecutar un mapa tal de atentados a solo diez meses del asalto a la revista Charlie Hebdo. Nadie se sorprende cuando el presidente de un estado de derecho supuestamente occidental y civilizado declara una venganza, e inmediatamente pasa a bombardear un país al día siguiente, en pleno año 2015, tras los años de plomo de la doctrina del ataque preventivo de Bush y su locura psicótica de la “guerra contra el terror” que prácticamente no produjo resultado alguno y solo incrementó la escalada de violencia: Cuando un estado se convierte en un sicario, vende su alma por completo. ¿Pero quién está ganando y quién está perdiendo en este asunto? como la senadora Amidala, no debemos presenciar como se disuelve la democracia entre aplausos dentro del senado galáctico; ese senado que vota y acepta, en aras de su propia seguridad, convertirse en imperio galáctico.
Queremos saber y queremos la verdad. Para saber cómo posicionarnos frente a vosotros. Queremos que nos digáis la verdad. Queremos poder asumir como adultos que estamos en una segunda guerra fría que va camino de convertirse en la tercera guerra mundial. Queremos que nos digáis que no es que el bloqueo cubano se esté superando, que en realidad es que los rusos han abierto su vieja base de radares en la isla y los EEUU de Obama se han visto obligados a reaccionar. Queremos ver el mapa completo que teníais pensado con toda aquella mandanga de “La Primavera Árabe” y por qué se estancó en Siria hasta reunir allí a tantos grupos de contendientes diversos y prácticamente enfrentados entre sí. Queremos que nadie se olvide de que cada vez que EEUU se dispone a desestabilizar un país armando y financiando a un peligroso grupo de zumbados el asunto se les escapa de las manos y terminan generando un problema más gordo del que querían resolver. Queremos decir que nuestros hermanos musulmanes y hermanas musulmanas de todo el mundo no son el enemigo, porque un pobre nunca es realmente el enemigo de otro pobre. Queremos que ese cuñado, que nuestro cuñado, que todos los cuñados, esa cuñadanía que termina acumulando la suficiente masa crítica como para quitar y poner gobiernos, algún día prefiera (la capacidad la tiene) dibujar las líneas que unen en realidad todos estos puntos y por fin, observe el mapa completo (y complejo) de lo que está ocurriendo. Que se pregunten quiénes ganan y quiénes pierden, que jueguen a estimar cuantos aviones se venden y se compran. Que entiendan que en realidad, estamos más cerca de los pobres refugiados sirios que de los ricos y potentados de nuestros propios países. Que bajo el “pobre vs pobre” está la arena de la playa.
Da igual lo alto que clamemos por nuestra seguridad y el control: solo somos masa de maniobra en estas guerras inventadas y artificialmente inducidas que masacran a unos pobres contra otros pobres. Tal vez valiese más la pena aceptar que no podemos evitar nada de esto para que al menos podamos rechazar el aumento del autoritarismo en nuestros propios países: Cosas como el toque de queda o el control informativo solo pueden terminar creando monstruos.
No queremos mentiras. No queremos ser sacrificados en los altares de los perros de la guerra para que otros se lucren. No vamos a asumir que para que la derecha de cualquier país europeo (en cualquiera de las formas de las dos facciones del partido empresarial nacional – la de color rojo y la de color azul-) siga manteniendo un gobierno y por extensión el control de un país tengamos que pasar periódicamente por estos asuntos propios de “La Doctrina del Shock“. No vamos a ser vuestra carne de cañon. No vamos a renunciar al progreso a causa del miedo.
Y sobretodo, no vamos a cambiar la orientación de nuestro voto en aras de una falsa defensa de nuestras libertades.
Dejadnos en paz.
Os volvéis a salir al describir algo así. Gracias.
Magnífico texto.
GLANDES.
Qué bien habláis, como el agua clara que abaja der monte.
Eres un duro tio.
Y me quedo con la pesadilla de que en algun lugar hay un grupo de personas rezandole a una bomba…unos quieren venderla, otros detonarla y otros, solo hablar de ella.