Alcarràs: Carla Simón lanzando patadas giratorias

Por David Rodríguez, @davidjguru

Cualquier persona que haya pasado los veranos en el pueblo, corriendo y jugando con las cosas que aparecen abandonadas en mitad del campo, sabe que la última película de Carla Simón es verdad. Que esa luz de la tarde es exactamente así, que el sol se pone de la misma forma y que el tiempo discurre con la misma cadencia. Que los adultos están a otras cosas y que se es más libre o al menos mucho más de lo que seremos en nuestra vida adulta. Supongo que es a través del espíritu de estas primeras secuencias como la directora te relaja y comienza a lanzarte patadas al pecho. Sin parar. En modo salvaje. 

Dicen los entendidos que el hecho diferencial catalán se basa en un par de guerras que los campesinos organizaron en el antiguo reino de Aragón en dos ocasiones (1462 – 1472 y 1484 -1486), las llamadas guerras de los remensas: gente muy cabreada con unas condiciones laborales de mierda que tomó las armas para enfrentarse a los señores feudales de entonces para mejorar sus condiciones de servidumbre. Al final, unos reyes con ganas de apretar a la nobleza mediaron en el conflicto y aquello dejó condiciones algo mejores. 

A diferencia de lo que ocurrió en otras regiones donde el campesino no tuvo ningún tipo de motivación específica para conseguir buenos resultados (en cualquier caso se le mandaba al guano), al parecer la mejora de condiciones influyó en compromisos más dilatados, mejores motivaciones y en última instancia terminó permitiendo una pequeña acumulación capitalista originaria. Contratos de alquiler a medio plazo, acuerdos sellados por años… Una nueva clase social intermedia, a medio camino entre la pobreza más absoluta y una proto-clase trabajadora asentada en el agro. Yo les cuento esto rápido y mal para que ustedes sepan que ecos resuenan cuando la niña Iris, interpretada por Ainet Jounou de repente entona:

Si el sol fos jornaler, no matinaria tant;
si el marquès hagués de batre, ja ens hauríem mort de fam.
Jo no canto per la veu, ni a l’alba ni al nou dia,
canto per un amic meu que per mi ha perdut la vida.

Es curioso que en resumen, la única queja de la familia Solé respecto a las decisiones de los propietarios de la tierra sea prácticamente que la putada, esa putada, se la están haciendo a ellos. Encima se echan la culpa hacia dentro, el dueño está en su derecho al parecer. Y eso no puede juzgarse. Por lo demás no tendrían mayor problema. Nunca discuten la moral del dueño. No entran a valorar lo que el propietario haga con su tierra. Solo se lamentan de que algo así les haya tocado a su familia, porque en realidad no tienen mayor problema con las decisiones del terrateniente. El marco moral de ambos grupos (dueños y alquilados) es el mismo. 

Nunca aparece un juicio en ese sentido, por eso tal vez nunca se vea la cara del propietario y la directora sabe en realidad da igual porque todos tienen la misma posición. Ambas partes son en realidad la misma familia. 

No hace falta ver la parte de la subcontratación miserable a los trabajadores africanos: a esta guerra de los remensas le faltan los propios campesinos, que ahora piensan exactamente igual que el señor. Que te haya tocado hoy en el bando perdedor parece solo una mala casualidad individualizada: mañana será mejor. Ya veremos. Saldremos de esta. 

En la sociedad de lo desacoplado, donde ya ninguna cosa tiene que ver absolutamente nada con alguna otra, cuando ya una situación y su consecuencia son prácticamente incompatibles y no somos capaces de establecer relaciones causa-efecto entre componentes, se hace bastante duro observar a través de este trabajo de Carla Simón hasta que punto tenemos al enemigo dentro y este se ha expandido y en nuestro cuerpo ha terminado tejiendo un monstruo parecido a escala, un sujeto nuevo con nuestra piel pero con sus ideas: Nos hemos dejado vaciar y el hueco lo ha ocupado por completo un parásito. 

Ahora que todo es un non-sequitur y las situaciones parecen puntos que no se pueden unir por líneas, esta película es una patada al estómago disfrazada de paseo bucólico. En Alcarràs todo es auténtico hasta el tuétano. Incluso el hecho de que a esta pelea no se va a presentar nadie, porque el lado propio se ha quedado desierto. Así, Alcarràs termina de la manera más pasiva posible: con la familia Solé observando como la nada avanza y los rodea. Normalizando el abuso.

Puntuación CIBASS: cinco puntos sobre cinco en total

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