El amor y el tiempo en un vídeo y el vídeo en Youtube (tres casos)

Por David Rodríguez, @davidjguru 

Lo que parece (solo parece) que estamos buscando constantemente a través ese extraño concepto que nos han dicho que se llama amor. Tal vez conquistados por ese cine de Hollywood donde “el amor todo lo puede” y no importa lo grande e importante que sea la movida porque al terminar la pareja protagonista la ha afrontado, se ha salvado y se quieren más que nunca. Hay películas que tenían un final bueno hasta que los productores se negaron a que tuviese un final realista (y lo real no es, necesariamente, lo más bonito) y forzaron a incluir este modelo. Maldita sea. Pero no te preocupes, que si andas por ahí con el corazón roto y el alma arrastrada, ninguna película de Hollywood va a venir a darte una sola una clave útil. Así que desconecta y no te adentres en el escabroso sendero de las producción románticas y las comedias de Tom Hanks y Meg Ryan. Todo eso es mentira y es basura: seguro que al día siguiente Richard Gere y Julia Roberts se peleaban por ver quien iba a comprar al supermercado, o ella le echaba una bronca por mear siempre con la tapa del váter  bajada y ponerlo todo perdido. Un sin dios como otro cualquiera, un fracaso más de relación como todas las que conocemos. Sin más.

Tampoco deberías reptar en dirección a la sección “Autoayuda” de tu librería franquiciada más cercana. Craso error. Entre esas mandangas de “estás mal porque tú quieres“, “como repararte a ti mismo“, “eres basura pero deberías quererte a ti mismo” y demás estafas conceptuales puedes terminar incluso peor. Si te arrimas ya a Paulo Coelho y su obra solo tú serás él responsable: o terminas convertido en un iluminado consumidor de LSD-25 o terminas ciscándote en las castas del Coelho por aquello de que cuando quieres algo el universo conspira a tu favor y tal y cual…

No amigos y amigas: el amor es un juego duro donde casi siempre se pierde de alguna manera u otra y normalmente consta de ciclos, de fases, de sincronía, de acoplamientos de onda, de magnitudes físicas y de otras más propias de la cuarta dimensión. Supongo que al final, en realidad, todo es cuestión de tiempo. El único factor de la ecuación que no podemos manipular. El Tiempo.

En los tiempos del Tinder, el amor parece haberse vuelto un asunto absurdo, extraño, inasible, volátil y a la vez – de una manera paradójica – parece dotado de una total ubicuidad. Mercancía y mercado, producto y materia prima de los desolados y abstracción liviana para aquellas y aquellos que han aprendido a estar solos. Desgraciadamente, y aunque nos cueste comprenderlo, parece (admitamos la duda) el sumatorio de los resultados de trabajar bajo ciertos operadores con una magnitud definida por el resultado de un par de variables y tal vez sea la segunda aquella que más nos apura: el tiempo. Porque parecemos saber – o intuir- que es el amor o lo amable, pero asumimos muy poco las cuestiones relacionadas con el tiempo. ¿Será acaso la dimensión con la que necesariamente deberíamos comprometernos con más celeridad? Quien sabe. Quien coño sabe.

Alejados de esos espejismos de amor eterno que nos transmitieron desde la familia y la cultura, seguimos dándonos choques de frente intentando asir al precio de daño más bajo posible para experimentar algo grande. Como mercancía sobre la que erroneamente se aplicase la nefasta ley del valor, volvemos a pensar en el mayor beneficio posible con el menor riesgo. Y sin tener en cuenta el factor tiempo, que parece la única realidad que nos podría salvar y a la vez la trampa que nos está esperando. ¿Podrían enseñarnos algo los grandes titanes de la cultura? Yo creo que sí. Echemos un vistazo a estos contenidos: tres historias de amor y tiempo diseñadas y creadas por algunas de las mentes más brillantes de la cultura del siglo pasado que ayudan mucho a situarse y porque no decirlo, a relativizar todo lo que sea necesario. “No te preocupes, se paciente” parecen decir. Espero que las disfrutéis tanto o más que yo. A decir verdad yo no las encontré, más bien me encontraron a mi. O quizás mejor decir que me las hicieron ver, lo cual agradezco bastante. En cualquier caso un tesoro debe compartirse siempre. Salud.

 

 

Karins anskite – Ingmar Bergman (El rostro de Karin, 1984)

Hacia el final de su vida, a Bergman le dio un poco por incrementar algo más la presencia de su pasado y de su propia vida en su obra. En los años que van desde Fanny y Alexander (1982) hasta finales de los años 90 el director rememorará su vida en general y su infancia en particular, con la que Fanny y Alexander vendría a ser el primer ejercicio tan explícito de inclusión del director. En esa misma línea y tras morir su madre tiene acceso a varios álbumes de fotografías familiares que articulan su propio relato familiar desde más de cien años atrás. En esos registros antiguos encontrará Bergman su propia historia a través de la historia de sus padres, presos de una relación complicada y llena de presiones.

La familia de un pastor vive como en un escaparate, expuesta a todas las miradas […]. Tanto mi padre como mi madre eran tan perfeccionistas que, con toda seguridad, se doblegaban bajo esa absurda presión. La jornada laboral de mis padres no tenía límite, su matrimonio era difícil de gobernar, tenían una autodisciplina de hierro” (Linterna Mágica, Tusquets, 2001, p. 18).

El director sueco repasa su historia familiar a través de las fotografías familiares e inicialmente centrado en su madre Karin, haciéndola el centro de un relato visto en primera persona a través de la lente de una cámara que funciona como una lupa con la que vamos pasando fotografía a fotografía, llegando a la aparición de su padre, del establecimiento de relaciones entre ambos y de la construcción de la familia Bergman. No es una cuestión idealizada: Bergman sabe perfectamente que todo gran relato la historia de amor de sus padres es inexacta y está llena de lagunas, trampas y tabués. Sabe perfectamente que su madre se enamoró de otro hombre y que su padre amenazó con suicidarse. Sabe que pactaron por el bienestar de sus hijos. Sabe que en definitiva, una gran historia de amor siempre es modificada antes de ser transmitida.

 

Destino – Salvador Dalí y Walt Disney

Este cortometraje es en sí mismo un ejemplo de la relación entre el amor y el tiempo. Hijo pródigo de una personalidad obsesiva, manipuladara, egocéntrica y cargante. Bueno de dos. No en vano tardó más de cincuenta años en resolverse y solo llegó a ver la luz en 2003. Fue un concepto trabajado previamente entre Walt Disney y Salvador Dalí durante la estancia de Salvador Dalí en los Estados Unidos al comiendo del estallido de la Segunda Guerra Mundial, que tras el cierre de la contienda consiguieron arrancar a nivel de producción entre Dalí y John Hench, uno de los guionistas estrella de la casa. El resultado fue un guión que durmió en un cajón durante muchos años, ya que Disney lo aparcó por entenderlo “poco rentable” hasta que fue rescatado, reinterpretado, complementado y por fin resuelto.

Una historia de amor imposible entre el dios Cronos y una joven mujer mortal que aúna los elementos clásicos del arte del divino Dalí: la contraposición entre “lo duro” y “lo blando“, lo podrido (hormigas), el tiempo, la arquitectura del vacío y la forma y el beisbol (que aquí concede la forma de la representación de la vida). Todo bajo una canción compuesta por Armando Domínguez y cantada por Dura Luz.

Como paradoja final, la evidente diferencia interpretativa entre sus dos progenitores, que ante el mismo hijo, quisieron leer diferente:

Dalí sobre Destino: “A magical display of the problem of life in the labyrinth of time.
Walt Disney sobre Destino “A simple story about a young girl in search of true love.

Elsa la rose (Agnès Varda. 1965). Louis Aragon y Elsa Triolet

La vieja historia de amor entre Louis Aragon, considerado por Pablo Neruda como el mejor poeta en lengua francesa del siglo XX y Elsa Triolet, escritora rusa, compañera vital y antigua musa de un poeta tan extraño y excesivo como Mayakovski, proveniente de las vanguardias rusas, consagrado como “el mejor y más dotado poeta de la era soviética” por orden y gracia del camarada Stalin (hizo una anotación en uno de sus libros y aquello se tradujo en la readmisión de Mayakovski en el círculo de escritores soviéticos y el fusilamiento de todos los burócratas que lo habían expulsado), que observó su obra detenidamente hasta el suicidio del poeta.

No es trivial la mención a todos los poetas. Ellos están presentes en la construcción (y Mayakosvi volverá a encontrar una musa en la propia hermana de Elsa): además de la historia de amor de una pareja de ancianos, se da en su historia común casi toda la historia del siglo XX y en ellos se entrelazan los movimientos culturales más importantes de occidente durante el siglo pasado. Las conversaciones entre ambos, la recreación de sus encuentros y de su progresiva vinculación, los aspectos esenciales son desgranados entre ambos mientras vemos su amor descompuesto en las partículas elementales de las relaciones: los detalles. El amor desembarazado de casi cualquier cosa hasta quedar estructurado como una suma de observaciones triviales, de abrigos, de color del pelo, de pasados, de lugares, de miradas, de gestos.
El amor en la ancianidad despojado de lo que sobra y reducido a recuerdos de detalles, de accesorios, de imágenes mentales. Solo un esquema elemental reducido a lo eficaz. Simplificado a su esencia. Los elementos esenciales. Como debería ser. Y de manera complementaria resuenan los versos de Louis Aragon:

Recuerdo
el sombrero y el abrigo de piel que llevaba Elsa
el día que la conocí.
Pero el resto es inasible. 

Estoy lleno del silencio ensordecedor del amor” dice Louis Aragon.


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