The Black Album de Jay-Z; el puñetazo en la mesa de Shawn Carter

Por JD Romero, @JD_Romero23

 

Contaba Gloria Carter como el pequeño Shawn era tan aficionado al rap que tuvo que regalarle un teclado de juguete que traía baterías programadas para que pudiera escupir rimas durante todo el día mientras estaba sentado en la cocina, -casi- como cualquier niño de su edad en Brooklyn. Pero pasaron los días, los meses y los años y el joven Shawn dejó de ser tan niño y se convirtió en Jay-Z, maestro de ceremonias de cierto reconocimiento en la escena underground neoyorkina que empezaba a hacer sus pinitos en colaboraciones e incluso ser corista de Big Daddy Kane, ya saben: hoy a toro pasado, toda una leyenda del género.

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A pesar de que Jay se estaba posicionando cada vez más junto a artistas de renombre, la paciencia para conseguir un contrato en condiciones que nunca llegaba se agotó y pasó a falta de adrenalina y desmotivación que le llevó de nuevo al trapicheo de drogas en las calles. Tal como cuenta en Decoded (una especie de autobiografía de Carter), ir por la calle con un cargamento de sustancias ilegales, las persecuciones de la policía y todo lo que conlleva ese mundo le hacían sentir vivo, con la sangre corriendo por sus venas y el corazón palpitando, algo que el rap dejó de darle al quedarse en la segunda fila.  La cosa es que Jay-Z y los suyos (Damon Dash y compañía) nunca dejaron de dar conciertos, bolos en los que se enorgullecían de ser siempre los que mejor vestían, los que llevaban los mejores licores y los que fumaban puros más caros. Una estética y modo de actuar que les había creado una fama en una escena tan creativa y exigente como fue la primera mitad de los noventa.

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Posiblemente inducido por Dash (que a pesar de sus polémicas desde que separaron sus caminos siempre ha sido hábil para los negocios) Mr. Carter decidió proseguir con la búsqueda de una discográfica pero esta vez en serio. Se dice que paseó su demo y su trayectoria por la mayoría de disqueras de la ciudad y en una mitad no le hicieron caso y en la otra mitad el porcentaje que el artista se llevaba era tan irrisorio -como suele suceder con los contratos discográficos- que Jay y Dash decidieron fundar Roc-a-Fella Records y montárselo por su cuenta. Alquilaron una oficina en Manhattan y arreglaron todos los asuntos legales para editar Reasonable doubt, disco de debut de Jay-Z y una obra redonda de hip hop hoy considerado uno de los grandes discos de la historia del rap. En él, Carter habla tanto de negocios como de los trapicheos de la calle y hace especial hincapié en que los negros han de comportarse y vestirse de acorde al momento si de veras quieren ser respetados y prosperar en sus vidas. En lo musical el disco también era sobresaliente, con producciones de DJ Premier o DJ Clark Kent y colaboraciones de Mary J. Blige, Notorious B.I.G. o su inseparable Memphis Bleek. Si nos centramos en el terreno audiovisual también tenemos que reconocer que fueron pioneros dentro de la guía de estilo que les había hecho populares en toda Nueva York, fueron los primeros en alquilar un yate para un clip musical y poco a poco intentaron que Roc-a-Fella no sólo fuera un sello discográfico, sino una marca que fuese capaz de vender de todo, incluyendo la línea de ropa que llegaría después y que tomaría el nombre de RocaWear.

Del mismo modo y a la paz que Roc-A-Fella, Jay-Z fue construyendo su carrera milimetricamente, con discos eclécticos en los que asegurarse hits que le hicieran vender millones y le propiciaran un ritmo de vida tal como él había soñado y a la vez seguir manteniéndose dentro del grupo de los artistas respetados, cosa que durante la segunda mitad de los noventa (con la moda Rawkus y el underground) fue complicado por momentos. Pero su habilidad para rapear y componer eran obvias y como valor seguro supo ponerse en su sitio con álbumes como The Blueprint (2001), un disco con samples soul en el que un jovencísimo Kanye West junto a Just Blaze y muchos otros devolvían el hip hop de algún modo a su sitio, justo en un momento en que el estilo club arrasaba en las listas de ventas y auriculares de todo el mundo. El de Brooklyn combinaba su ávido olfato para llenar sus arcas de dólares con unos álbumes de sonido limpio que se movían entre el mainstream y el talento más puro y de vez en cuando nos regalaba momentos que pasaban a la historia, como que Michael Jackson apareciese en el escenario junto a el en el festival Summer Jam. Jay-z sabía perfectamente como decirle al público que no sólo era mejor que el resto, sino que jugaba en otra liga.

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Pero corría el año 2002 y todas estas jugadas maestras dieron lugar a una desmesurada sobreexposición que acabó con Carter ligado a todo tipo de negocios, empresas, contratos para zapatillas (Reebok en aquel momento) y mil proyectos que no sólo había que atender sino moldear para que dieran el resultado perfecto y de nuevo el artista supo como alejarse por un tiempo y sacar partido musicalmente de ello: anunciar su último álbum. En el fondo todos sabían -y sabíamos- que no se trataría de su último trabajo musical, pero éramos felices participando de la construcción de Jay-Z como mucho más que un artista de hip hop, de modo que se puso manos a la obra y en el documental Fade to black se nos narró la gesta de creación de un álbum que venía a ser histórico como último trabajo de un artista que tenía cosas que decir en un género ya completamente afianzado. Y para ello nada mejor que acudir en avión privado estudio por estudio de productores que ya habían grabado a fuego su sitio en la historia del rap: Rick Rubin, Timbaland, DJ Quick, Just Blaze y otros que darían mucho que hablar como Pharrell Williams, Kanye West o 9th Wonder. Por si fuese poco, todo el proceso de grabación de los momentos de creación acabarían con un concierto homenaje a la carrera de Jay en el Madison Square Garden en el que aparecerían algunos de los artistas que han estado junto a él estos años y muchos otros por razones meramente mercadotécnicas: Beyonce, Mary J. Blige, Memphis Bleek, Pharrell Williams, Ghostface Killah, Foxy Brown o R. Kelly, todo con la cobertura instrumental de The Roots y Just Blaze soltando los ritmos. Ahí es nada. 

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Musicalmente, The Black Album es lo que debe y tiene que ser; un disco ecléctico bañado en los sonidos con los que Jay-Z había comulgado a lo largo de su carrera y dos homenajes en uno; el primero a su figura musical y artística y el segundo a la historia del hip hop. Del sonido West Coast limpio y plagado de sintetizadores de DJ Quick al old school de raíces rock de Rick Rubin pasando por los hits en potencia que van de los audios líquidos, industriales y experimentales  de Timbaland en Dirt off your shoulder (tema convertido a posteriori en hit para clubs). Del Kanye West más talentoso (cuando aún basaba su producción en samples) de Lucifer o al fácil pero pegadizo y elegantón de Change Clothes producido por el omnipresente Pharrell Williams.

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The Black Album es el puñetazo en la mesa de Jay-Z después de una primera parte de su carrera intentando demostrarle al mundo que su habilidad y carisma estaban mucho más allá del resto de artistas del gremio, especialmente de Nas, máximo competidor por buscar un símil lógico y coherente. Shawn Carter había construído una carrera estudiando -casi- cada ladrillo y con The Black Album llegó el momento de separarse del resto y empezar a codearse con los señores de la ONU, con las mayores organizaciones no gubernamentales, con las grandes (o más grandes aún) corporaciones y de alejarse de sus similares sin decirlo explícitamente. Nada volvió a ser lo mismo para Jay tras este disco, su status subió y el culto a su figura se multiplicó. Ahora saca ediciones limitadas de Cohibas con su nombre, Nike no volvió a dejar que Reebok se acercara a él y no puede salir a la calle sin una horda de paparazzis alrededor y es que hasta eligió a la esposa adecuada para construir su silueta como icono. Si en su primer álbum decía al resto de habitantes del ghetto como comportarse para escalar socialmente desde luego parece que sabía como hacerlo. Aunque lo importante es que sus discos siguen siendo notables  y sobresalientes. Como decía David Brock en aquella Rockdelux cuando salió The Blueprint: Jay-z es igual a dinero (y a talento).

 

CIBASS Puntuación CIBASS Cuatro puntos

 


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