Dune de Jodorowsky, la película que no pudo ser (tercera parte)

Por David Rodríguez, @davidjguru

“En las profundidades de nuestro inconsciente hay una obsesiva necesidad de un universo lógico y coherente.
Pero el universo real se halla siempre un paso más allá de la lógica.”

-Coda Bene Gesserit

 

(Viene de la segunda parte)

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 Salvador Dalí, emperador del universo conocido. Jodorowsky quiere a Dalí en el proyecto, pero este solo genera extrañas situaciones: exige presentar al emperador en un trono formado por dos delfines que recogerán la orina y heces imperiales, pues considera que es fundamental que el público vea las deposiciones del emperador. Cuando le exponen que lo necesitarán para siete días de rodaje, anuncia solemne que si Dios creó el mundo en siete días, Dalí no será menos y accede a cambio de un precio de cien mil dólares la hora. Y el juego no termina aquí: aclara que no se leerá el guión (“Mis ideas son mejores que las suyas”), que elegirá a la corte imperial entre sus amistades y que tendrá el derecho a decir lo que le venga en gana como emperador del universo conocido. Increíble. Jodorowsky acepta el envite, ha encontrado a un enloquecido artista superior y se dispone a asumir el reto, a jugar con él.

Incluso Amanda Lear (que se considera para el papel de Irulan, la hija del emperador) le prevé: “El maestro es un saboteador por puro masoquismo. Le gustan las cosas que fallan y la perfección lo saca de quicio”. Pero no se rinde. Tras muchos intentos de organización con Dalí, quedan en tablas mediante un juego de preguntas a las que Dalí responderá con interpretaciones. El potencial fuego destructivo que Dalí y sus delirios de grandeza pueden llegar a provocar parece bajo control.

Mientras tanto el equipo sigue trabajando sin descanso. Moebius prepara todo un storyboard inmenso, esbozando casi plano a plano y desde diferentes ángulos toda la acción posible, dibuja y caracteriza personajes increíbles.

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*Moebius: Dalí como el emperador, el duque Leto Atreides y un soldado Sardaukar

Christopher Foss continúa trabajando para desarrollar esa visión de “tecnología viva y orgánica” que Jodorowsky impone y que debe contener la obra. Su trabajo, como el del resto del equipo es impresionante. No llegará al nivel desplegado por Juan Giménez en la saga de Los Metabarones con aquellos leviatanes espaciales en los que navegan las monjas putas de Shabba Oud, pero constituyen un impresionante salto cualitativo en cuanto al diseño aeroespacial en aquella época.

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 El ritmo es frenético. H.R Giger una vez cerrados los acuerdos ecónomicos (“Yo pienso que tú eres un genio, pero no podemos pagarte como a un genio”) comienza a desarrollar todos los diseños del sub-universo Harkkonen. Cada vez más piezas en el tablero y más elementos para cohesionar. El mapa empieza a crecer de manera exponencial y su constante redimensionamiento progresivo amenaza con desbordarlo todo.

Un día, reciben la visita de Frank Herbert. Jodorowsky le ha ofrecido el viaje a París como forma de homenaje y de buscar su validación. Sin embargo, en realidad a Jodorowsky le molesta, le sobra y le estorba la visita. Considera que el mito creado por Herbert ya lo ha trascendido y que al igual que el Quijote no le pertenece a Cervantes, Herbert no es el autor del relato; apenas un elemento humano a través del cual se han canalizado diversos arquetipos y sueños para articular un nuevo mito. ‘Dune’ no es de Herbert, le pertenece a la humanidad y Jodorowsky no considera que esté trabajando en su adaptación al cine, él cree que está recreando una leyenda y es absolutamente libre para ello.

Le concede voz, pero no voto. Puede opinar, pero modificar nada. Menos mal que Herbert en su visita se mostrará comedido y amable. Tampoco está uno para porfiar con Jodorowsky.

Se interesa en especial por los presupuestos. Cuando le exponen las cifras y los planes de trabajo, incide especialmente en saber cuanto han gastado hasta el momento. Le llama poderosamente la atención que ya han gastado más de un tercio del dinero recaudado y solo andan en la fase de pre-producción. El sentido común de Herbert percibe un cierto riesgo: esta banda de artistas chiflados trabajando sin descanso devorará los presupuestos al ritmo de su propia capacidad creadora. Además, según a quien le pregunte, las cifras varían: unos le hablan de nueve millones y medio de dólares,  otros le dicen cifras que alcanzan los veinte millones de dólares.

El caso es que el dinero fluctúa, se gasta y empieza a escasear. Siendo un proyecto internacional (y de vocación casi mesiánica) se necesita más pasta y hay que pasar necesariamente por Hollywood: se necesitan estrenos y proyecciones en muchas salas para poder alcanzar un retorno óptimo de la inversión.

 ¿Qué ocurrió? los diferentes puntos de vista varían. Pudo ser que Jodorowsky olía demasiado a azufre. Que su cine anterior resultase demasiado incómodo para un ejecutivo de la industria del cine (y casi para cualquier ser vivo), que fuese desconcertante que estuviera acumulando material para catorce horas de película. Que era imposible cuadrar una ecuación en la que se pretendía una ‘Space Opera’ única e irrepetible pero que por su construcción fuese condenada a los circuitos underground. La paradoja insalvable de un  proyecto con vocación mundial dominada por un creador que nunca quiso aprender las técnicas elementales de la dirección cinematográfica. El objetivo de cambiar las mentes ofreciendo un espectáculo “que tuviese imágenes como las generadas por el consumo del LSD pero sin necesidad de tomar la droga” (en palabras de Jodorowsky), pero que seguramente quedaría como un producto ‘freak’ excesivamente caro y consumido por una minoría. El caso es que no se alcanzan acuerdos de distribución.

Algo que quería llegar a muchas personas sin intención alguna de hablar un lenguaje de consumo. Demasiados riesgos. Jodorowsky prefiere echar balones fuera y culpar a Hollywood del fracaso del proyecto.

 Tal vez mejor así. Tal vez mejor admirar el proyecto pieza a pieza, por separado, como partes de un sistema que posiblemente  no hubiese podido llegar a recoger el valor absoluto de sus partes.

Epílogo – el final del proyecto según el propio Jodorowsky-

«Me ha gustado luchar por DUNE. Ganamos casi todas las batallas pero perdimos la guerra. El proyecto fue saboteado por Hollywood. Era francés y no americano. Su mensaje fue que ‘no era bastante Hollywood’. Hubo intrigas, pillaje. El story-board circuló por las principales productoras. Después, el aspecto visual de ‘Star Wars’ se parecerá mucho a nuestro estilo. Para hacer ‘Alien’ llamaron a Moebius, Foss, Giger, O’Bannon, etc. El proyecto enseñó a los americanos la posibilidad de hacer películas de ciencia ficción a gran escala y fuera del rigor científico de ‘2001 Odisea en el espacio’. El proyecto de DUNE cambió nuestras vidas. Cuando ya desistimos, ingresaron a O’Bannon en un hospital psiquiátrico. Después volvió a trabajar con ahínco y escribió doce guiones que fueron rechazados. El decimotercero fue Alien.»

The End.


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