Los Goonies: larga vida a Sloth

Por Toni García Ramón

Intentar escribir sobre Los goonies es darse de bruces contra una muralla de déjà-vu(s): pocas cosas han quedado por decir respecto a la película del (gran) Richard Donner. Los clásicos los conocemos: 1) es una película que marcó a una generación; 2) es un clásico del cine de aventuras; 3) es una película coral; 4) se ha imitado y (foto)copiado hasta la saciedad.

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Lo cierto es que es muy difícil explicar el fenómeno Goonies a cualquiera que no lo viviera en su momento, influidos como estábamos por los trabajos de Spielberg o Lucas. Los goonies sería –en realidad- una revisión en código teenager de La isla del tesoro que acabó convertida en un clásico de culto por culpa de una serie de maravillosas casualidades.

En primer lugar hay que hablar de Richard Donner, el director de Lady Halcón, Arma letal, Supermán o La profecía. Ahí es nada. Donner, uno de los realizadores más reconocibles de los ’70 y ’80 juntó en la película a una joven generación de actores, donde destacaban Sean Astin (después famoso por su papel de Sam en la trilogía de El señor de los anillos) y el apabullante Josh Brolin, y que producían una sensación de electricidad en el espectador: una sensación familiar, de conexión, como cuando uno miraba las películas de John Ford en los años ’40 y ’50, sintiéndose parte de una familia especial.

Las piezas del guión encajaban a la perfección: un popurrí ecléctico donde vivían la comedia, el cine de aventuras, algunos elementos que por su elasticidad  parecían sacados de un musical (Sloth bajando por la vela con la ayuda de un cuchillo) y pizcas de drama y suspense en clave adolescente. Pero además (y esa es la parte casual, o contextual) Los goonies vienen de una época donde estaba permitido aburrirse, una época sin híper-estimulación digital donde la inventiva jugaba un papel muy importante. De ese trazo casi naíf surge un relato de mensaje –aparentemente– inocente que juega con la necesidad de encajar, de sobrevivir, de tolerar (entendido como el hecho de aceptar la diferencia) y que lo hace a través de personajes cafres o delicados (o ambas cosas a un tiempo) pero siempre unidos los unos a los otros a través de ese hilo invisible de la amistad imperecedera. Sí, es un perfil fílmico que ahora se ha visto reducido al Canal Disney o a las producciones para niños. A medida que hemos renunciado a la ingenuidad para coquetear con el escepticismo, el cine que representa Los goonies se perdió para dar paso a películas conquistadas por el gran hermano visual: los efectos especiales.

CIBASS The Goonies

Al contrario, en Los goonies (que sigue resistiendo el paso del tiempo con magníficas prestaciones) es la pátina artesanal la que da brío al relato: la presencia –sugerida– de los piratas, esos malos de manual, la (esplendida, impresionante) mamma que interpreta Anne Ramsey y –sobre todo– ese vínculo emocional que el espectador experimenta con Sloth. El tipo más feo que más han amado los cinéfilos de varias generaciones.

Los goonies fue curiosamente uno de los últimos estertores de un cine que iba a desaparecer pasto del nuevo Hollywood. El año antes se había estrenado Indiana Jones y el templo maldito, otra maravillosa película de aventuras dirigida por Spielberg (que firmaba el guión de Los goonies con Chris Columbus) y pocos podían suponer que un género tan amado iba a quedar sepultado por monstruos, robots y tipos con capa.

CIBASS Los goonies Gordi

A día de hoy, con el filme siendo un clásico con letras de neón, no estaría mal preguntarse que sucedió con toda aquella generación de cineastas (Millius, Verhoeven, Hill, McTiernan o el propio Donner) que un día dominaron el mundo. Por cierto, de la impresionante banda sonora de la película, firmada por el gran Dave Grusin, ya hablaremos otro día.

 


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